SERENDIPIA PARTE I: MARIANNE

By escriencubierta

465K 24.6K 2.2K

Katheleen es una adolescente obediente, sumisa y callada. Durante sus veinte años, ha estado acostumbrada a c... More

Nota de autora
Capítulo 1: Marianne
Capítulo 2: La propuesta
Capítulo 3: Escapada a media noche
Capítulo 4: Éxtasis
Capítulo 5: Efectos colaterales
Capítulo 6: S.O.S
Capítulo 7: La caja de Pandora
Capítulo 9: Celos... ¿y algo más?
Capítulo 10: Me gustas
Capítulo 11: Una extraña coincidencia
Capítulo 12: ¿Es muy evidente?
Capítulo 13: Una piedra en mi ventana
Capítulo 14: Mi primera vez
Capítulo 15: El hotel
Capítulo 16: Enséñame cómo hacerlo
Capítulo 17: De vuelta a la realidad
Capítulo 18: Cambiar es necesario
Capítulo 19: Tercera... ¿y última?
Capítulo 20: Vámonos de aquí
Capítulo 21: No te enamores
Capítulo 22: Gustos culposos
Capítulo 23: Vamos a la playa
Capítulo 24: Confesiones
Capítulo 25: ¡Feliz no-cumpleaños!
Capítulo 26: Otra desilusión
Capítulo 27: Emboscada
Capítulo 28: Mi primera pelea
Capítulo 29: Interrogatorio
Capítulo 30: Guerra entre sábanas
Capítulo 31: Una visita inesperada
Capítulo 32: Noche de ruleta
Capítulo 33: Mi chica
Capítulo 34: Un mal presentimiento
Capítulo 35: Carta de despedida
Capítulo 36: El portarretratos
Capítulo 37: Un tal Alfredo Vargas
Capítulo 38: Algunas pistas e indicios
Capítulo 39: La pieza faltante del rompecabezas
Capítulo 40: Desentrañando la verdad
Capítulo 41: En ácido
Capítulo 42: Tocando fondo
Capítulo 43: Las consecuencias
Capítulo 44: Recogiendo mis pedazos
Capítulo 45: Un nuevo comienzo
Epílogo
A mis lectoras

Capítulo 8: Yo nunca

11.5K 573 86
By escriencubierta

El viernes a las cuatro, Dafne se presentó en mi residencia con una misión: lograr que mi mamá me diera permiso para quedarme a dormir en su casa. Ella había intercedido en muchas ocasiones para que me dejara ir a fiestas o paseos, pero era la primera vez que lo hacía para dormir por fuera de casa. Me mantuve escéptica.

—No hay forma de que lo logres —me crucé de brazos.

—¿Debo recordarte que tu mamá me adora?

—Eso no quiere decir que puedas hacer milagros.

—Kathe, ¿por qué eres tan pesimista?

—Realista —corregí—. Una cosa es pedirle que me deje ir a tu casa a ver un maratón de Crepúsculo y otra, muy diferente, que me deje dormir allá. Además, no sé qué necesidad hay. Puedo ir a la fiesta y regresarme temprano.

—¡Es tu primera cita con Matthew! Eso de regresar antes de doce sólo funciona en las películas de Disney. Cualquier otra chica puede hacerle compañía a tu príncipe toda la noche.

—Detén el carruaje. Dijo que nos veíamos allí, no que era una cita.

—Estoy segura de que a eso se refería.

—Debió ser más explícito —me encogí de hombros—, o al menos volver a tocar el tema.

—Es un hombre. ¿Qué esperas de él?

Me eché a reír.

—Bueno, si crees que puedes convencerla, adelante —me acosté en la cama—. Yo me quedaré aquí esperando. No quiero escuchar cuando te diga que no.

Dafne se puso de pie y colocó las manos en su cintura.

—Toma mi palabra: Yo nunca acepto un no como respuesta.

Salió del cuarto. Supuse que se iba a demorar, así que me puse los audífonos y entré a revisar mis redes sociales. Veinte minutos después, Dafne regresó con una sonrisa victoriosa.

—Conseguido.

—¿Qué? —me levanté de golpe—. ¿Cómo lo lograste?

—Bueno, tú sabes… Los profesores cada vez son más exigentes. Mandan trabajos y proyectos que consumen más tiempo. Para colmo, requieren de programas que funcionan mejor en mi computador.

Evoqué una sonrisa y le seguí el juego.

—Es una pena que tengamos que pasar un viernes estudiando.

—De hecho, deberíamos empezar ya —se acercó para susurrar—. Saca lo que vas a llevar y algo de dinero, porque vamos de compras.

—Eres la mejor —la abracé.

—Lo sé —presumió.

Agarré un maletín y en él metí un pijama, una muda de ropa, mi cepillo de dientes, parte de mis ahorros del mes y dos o tres libros en caso de que a mi mamá se le ocurriera revisar. Entonces fuimos a la habitación de mi mamá para despedirnos. Por suerte, ella no me hizo ninguna pregunta. Sólo se limitó a desearnos suerte con el trabajo y recordarme que le escribiera de vez en cuando. Dafne y yo pedimos un carro y lo esperamos afuera de la casa.

—¿Crees que Marianne vaya?

—No sé —le aparté la mirada—, y tampoco me importa.

—La vez pasada parece que se puso celosa. No despegó los ojos de ti ni un segundo cuando hablabas con Matthew.

—¿Por qué me dices eso?

—Porque no quiero que intente sabotearte. Ni que por su culpa te desvíes de nuestro plan inicial.

—No voy a hacerlo. Matthew es lo que siempre he querido. Ella, en cambio, es una simple aparecida.

El taxi llegó justo en ese momento. Dafne le dio al conductor la dirección del centro comercial que quedaba cerca a su casa y le metió conversación para que nos dejara elegir la música. Así, estuvimos escuchando a Lady Gaga, Taylor Swift y Miley Cyrus durante todo el camino. Al cabo de media hora, llegamos a nuestro destino.

—¡Bienvenida a mi mundo! —exclamó ante las puertas automáticas.

Esa fue la primera vez que compramos ropa juntas. Nosotras no solíamos hacer las cosas convencionales que se supone que las mejores amigas hacen, pero en esa ocasión nos divertimos viendo las vitrinas, entrando a los locales y probándonos todo tipo de ropa. Unas horas después, salimos de allí con nuestros brazos llenos de bolsas. Íbamos a ir caminando hasta su casa, pero, en vista de que teníamos mucho equipaje, tuvimos que agarrar otro vehículo.

Una vez llegamos a su hogar, entramos a su cuarto y vaciamos el contenido de las bolsas sobre el colchón para contemplar, orgullosas, lo que habíamos comprado. Ella consiguió un short blanco, un crop top negro de estampado floral y unas sandalias. Por mi parte, yo conseguí una corta falda negra de tiro alto, una blusa blanca con puntos negros y unas botas negras que combinaban.

—Creo que hicimos un buen trabajo —dije.

—Venga esos cinco.

Chocamos nuestras manos.

Elena, su mamá, nos llamó para avisarnos que la cena estaba lista. Dejamos nuestras cosas dónde estaban y nos sentamos en el comedor para comer juntos. Una de las cosas que le envidiaba a Dafne era los padres que tenía. Ellos eran una encantadora pareja que realmente se quería: en su juventud viajaron por el mundo con nada más que dos mochilas, un diccionario multilingüe y un mapa. Siempre tenían una historia interesante que sacar a relucir, y esa vez no fue la excepción.

James, su papá, nos contó cómo, por culpa de unas páginas que estaban desteñidas, terminó insultando sin querer a un sueco que les estaba dando posada; los dos fueron echados en pleno invierno y tuvieron que refugiarse en una tienda de herramientas. La historia, a pesar de sonar trágica, era muy graciosa. Moría por escuchar más, pero la hora de la fiesta se acercaba y teníamos que alistarnos.

—Estamos perfectas —dije observando nuestro reflejo en el espejo apenas terminamos de cambiarnos.

Nos tomamos unas cuantas fotos haciendo muecas.

—Aún te falta algo, Kathe.

—¿Qué?

Se mordió el labio.

—Déjame maquillarte un poco, ¿sí?

Lo que pensé que iba a ser un maquillaje sutil terminó siendo un smokey eye a lo Avril Lavigne. Como toque final, desató mi cabello y formó algunas ondas con su plancha rizadora.

—Voilà —hizo que me pusiera de pie y diera una vuelta.

—Vaya —dije sorprendida—. Se ve genial.

—No es nada —me guiñó el ojo—. Ahora debo maquillarme yo.

Larry, su hermano, esperó impaciente a que termináramos. Él nos llevó a la vivienda de Santiago, el anfitrión de la fiesta. La calle estaba repleta de vehículos estacionados, por lo que Dafne y yo tuvimos que bajarnos varias casas antes y caminar. Desde donde estábamos, podía escucharse la música.

—¡La pasaremos en grande! —no contuvo su emoción.

Tocamos el timbre un par de veces. Un chico sin camisa, que tenía algunos escritos en su pecho con labial rojo, nos abrió la puerta. Me pregunté cómo se había percatado de que estábamos afuera si a leguas se notaba que estaba muy borracho. Él se abrió paso entre nosotras y corrió hacia los arbustos para vomitar; entonces entendí que había sido casualidad. Dafne y yo nos reímos y aprovechamos para entrar.

Adentro había un montón de personas, tal vez entre cien y ciento cincuenta. Pude reconocer a compañeros de otros cursos, pero, siendo honesta, a quien quería ver si estaba en esa fiesta era Marianne. De repente, alguien me sorprendió por detrás.

—¡Katheleen! —Matthew me abrazó—. Me alegra verte.

—Lo mismo digo —sonreí.

—Dafne, ¿qué tal? —la saludó—. Las dos están preciosas.

—Gracias —dijimos al mismo tiempo.

Él me rodeó con su brazo.

—¿Qué les parece la fiesta?

—Tenías razón sobre tu amigo —Dafne fue quien contestó. Yo estaba distraída buscando con mi vista a Marianne.

—Deben conocerlo.

Matthew nos llevó a un salón atiborrado de gente. En el centro se encontraba la pista de baile, una mesa de billar y otra de madera que chicos sin camisa usaban para jugar beer pong. En una esquina había un minibar y en la otra una zona con sofás y sillas.

—Él es Santiago.

—¡Bienvenidas! —nos llevó a donde estaba un grupo de personas reunidas, al parecer eran amigos de ambos.

Dafne empezó a hablar con Santiago, él le dio alcohol y, en cuestión de minutos, empezaron a coquetearse. Matthew y yo, por el contrario, nos quedamos en silencio hasta que se ofreció a buscarme una bebida. Yo quería ir al baño a comprobar que mi rímel no se hubiese corrido, pero no tenía ganas de interrumpir el momento de mi mejor amiga, así que me levanté y fui por mi cuenta. Había tantas personas que apenas podía caminar entre la multitud. En una de esas, me choqué con una chica. Cuando se dio la vuelta, resultó ser Marianne.

—Katheleen, te ves hermosa.

—Gracias —sonreí y la miré; ella llevaba un jean azul claro ajustado y con rotos, una camisa blanca sin mangas con un estampado, una chaqueta corta remangada en los brazos y unas botas. Su cabello estaba más despeinado de lo usual, pero le quedaba bien.

—¿Y dónde está tu chico?

—Fue por bebidas.

—Es una pena —se acercó más. Tomó una hebra de mi cabello y jugó con ella; yo tragué saliva. Nos miramos a los ojos en silencio.

—Aquí estás —Matthew apareció con dos vasos de cubalibre.

Di dos pasos hacia atrás.

—Estaba buscando el baño.

—Y mira con quién te encontraste —miró a Marianne—. Estamos sentados cerca. ¿Quieres unirte?

—Gracias por la oferta, pero estoy bien aquí.

Tomé el brazo de Matthew para irnos, pero él no se movió.

—Qué va —insistió—, no seas tímida. Vamos.

Empecé a rogar en mi mente que dijera que no.

—Bueno, supongo que sería descortés negarme dos veces cuando fuiste tú quien me invitó a la fiesta —sonrió.

—¡Muy bien!

Regresamos a donde estábamos reunidos. Marianne se sentó en una silla justo enfrente de mí. En el instante en que Dafne la vio, puso cara de sorpresa y se giró para verme.

—¿Qué está sucediendo? —me preguntó en voz baja.

—A mí no me preguntes. Fue Matt quien le pidió que se nos uniera.

Soltó un profundo suspiro.

—Ay, ese chico… Ni con subtítulos captaría indirectas.

—Oigan —Santiago se puso de pie—, ¿y si jugamos Yo Nunca?

—Me apunto —dijo Marianne enseguida.

—¿Cómo se juega? —pregunté.

—Es fácil —Matthew respondió—. Por ejemplo: Si yo digo “yo nunca le he mentido a mis padres”, todos los que sí lo hayan hecho deben beber un trago.
Santiago puso una botella de tequila en la mesa.

—¿Quién más se anima?

—Será divertido —Matthew me sonrió—. Katheleen y yo.

—Yo también —dijo Dafne no muy segura.

—Y nosotros —finalizó Gerardo, un compañero, en nombre de su novia Karen, la amiga de ella, un chico llamado Ian y su persona. En total, éramos nueve participantes.

Acercamos las sillas hasta formar un círculo cerrado. En el centro estaba la botella de tequila junto a nueve vasitos servidos. Matthew me agarró de la mano y yo de forma automática miré a Marianne; ella me guiñó el ojo. Era la combinación perfecta para desastre seguro.

—Empecemos —dijo mi acompañante.

—Vamos a ver… Yo nunca he fumado marihuana —dijo Santiago. Gerardo, Ian, Marianne y él acabaron con el contenido de sus vasos y tuvieron que llenarlos de nuevo.

Por el orden en que estábamos, la siguiente en hablar fue Karen.

—Yo nunca he enviado fotos desnuda.
Ella, su amiga, Gerardo y Marianne bebieron.

—Yo nunca he tenido sexo —dijo Gerardo.

Todos, excepto por Dafne y yo, bebieron. Aquello me hizo sentir realmente avergonzada.

—Esto se está poniendo bueno —Santiago esbozó una sonrisa que reflejaba segundas intenciones.

—Yo nunca he tenido sexo en público —dijo Ian.

—¿Qué puedo decir? —Marianne se encogió de hombros y bebió; fue la única del grupo. Los chicos la miraron sorprendidos. Dafne, en cambio, me miró a mí, pero esquivé su mirada. En ese instante, a mi mente volvió el recuerdo del baño de Juan Valdez.

—¿No hay nada que no hayas hecho? —Ian bromeó.

—Parece que no. Saldré de aquí borracha.

Todos, salvo mi mejor amiga y yo, se rieron. Justo cuando me convencía de que el juego se iba a terminar y yo no iba a beber ni una gota de alcohol, llegó el turno de la amiga de Karen.

—Yo nunca he besado a alguien del mismo sexo.

Miré a Marianne algo nerviosa. Ella me miró, bebió su trago y alzó las cejas como desafío: uno que sólo yo comprendía. Para sorpresa de todos, agarré un vaso y bebí. Matthew era el que más atónito estaba.

—Fue una tontería sin importancia —le aseguré.

—Marianne, es tu turno —le avisaron.

—Creo que necesito ir al baño —Dafne intentó rescatarme de la situación—. ¿Me acompañas, Kathe?

—Nada de eso —Santiago nos detuvo—. Nadie puede irse a mitad de la ronda. Son reglas.

Dafne se cruzó de brazos.

—Vale —dijo a regañadientes.

Todos, en especial yo, esperábamos ansiosos por escuchar lo que Marianne iba a decir.

Continue Reading

You'll Also Like

136K 14.3K 37
"Crystal usa las camisetas de Michael" "Michael sube fotos con Crystal" "Michael y Crystal están saliendo" "Crystal engañó a su novio de cinco...
10.9K 1.2K 39
Loki ya no soporta a Asgard, sus guerreros y ni a su hermano, ve el futuro que tiene por delante y decide hacer lo único que tiene sentido, irse ant...
18.1K 1.7K 38
Todo cambia en la vida de Paula cuando llega una chica que dice venir del pasado. Ahora, juntas tienen que descubrir la manera de que ella vuelva a s...
47.2K 4.4K 40
Cassie es una adolescente que jamás se ha enamorado y que termina cambiándose de instituto para poder huir del trauma de haber presenciado el suicidi...