El destino del fantasma

By Camila_aurora

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- - - Hermosa portada creada por @Ang3Blue Historia destacada por el perfil de @FantasiaES en el mes de Mayo... More

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EL DESTINO DEL FANTASMA
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
PERSONAJES/1
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 15
PERSONAJES/2
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
TERCERA PARTE
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33

CAPÍTULO 14

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By Camila_aurora

Durante la clase de artes Leah no pensó en otra cosa que en Sabrina. Así que, al salir, lo primero que hizo fue ir a pedirle indicaciones a Francisca, la secretaria, para ir a verla al hospital. O al menos, a su cuerpo. Porque si su alma andaba deambulando como si nada en el instituto, significaba que la chica, lamentablemente, no solo había tenido un dolor estomacal, según ella.

Salió apresurada cargando sus cosas por delante, en busca de un medio de locomoción que la llevara al hospital donde estaba la chica. Como era nueva, le costó orientarse acerca de qué autobús le servía, así que, haciendo un par de consultas al guardia de la entrada, logró ubicarse en la garita con el número correcto en la mente a la que debía subirse.

Soulville le estaba sorprendiendo. Llevaba menos de dos semanas en ella y ya se había encontrado con dos fantasmas. Uno que estaba ahora viviendo bajo su techo, y la chica que, para su colmo, le había hecho el recorrido de los edificios y salas. Con la cual charló y además, no se despegó en toda la mañana.

Pensó en sus compañeros. Y en los ensayos de plática que había hecho en su mente la noche anterior en su casa. En donde se veía haciendo amigos, y charlando animadamente sobre su antigua ciudad. Lo cual, por obvias razones, nunca pasó, porque, a diferencia de lo que había soñado, los alumnos de ese instituto fueron recatados y ni siquiera tuvieron intenciones de hablarle ni darle la bienvenida. Solo Sabrina, y eso no era precisamente un punto a favor a su apabullada suerte.

Ahora todos pensaban que era solitaria y hablaba sola. Que se sentaba al final de la sala, y que se llamaba Leah, gracias a la lista de asistencia que pasaron en cada asignatura. Le dolió la cabeza, y pensó en eso todo el tiempo que estuvo esperado el bus. Cuando este se asomó a lo lejos, despejó sus ideas y rebuscó entre sus cosas la billetera y su pase estudiantil.

Para su fortuna no fue la única que detuvo el bus, así que se subió de las últimas y notó que el grupo de cuatro chicas que subieron primero, se sentaron cerca para charlar entre ellas, creando un perfecto cuadrado al haberse acomodado en los asientos que daban al pasillo. Estaban arregladas de tal forma que sus piernas quedaron apuntando hacia él, imposibilitándole la pasada a Leah.

Quedaban puestos disponibles solo atrás de ellas, así que sí o sí necesitaba cruzar el pasillo para sentarse. Las chicas la miraron brevemente, y luego siguieron charlando como si nada, ignorándola. El bus comenzó a andar y Leah tuvo que sujetarse del agarre colgante para no caerse.

—Permiso —les pidió en voz alta, un poco enojada por su desfachatez. Las chicas la volvieron a mirar, esta vez con el ceño fruncido. Leah les hizo lo mismo, hartándose—. Con permiso —alargó a propósito la última palabra, hablando en el mismo tono de antes.

Las demás personas presentes pusieron atención en el grupo. Sin mirarlas, pero escuchando todo.

Una de las chicas se enderezó para dejarla pasar, pero las otras tres se quedaron intactas, divertidas por la reacción de ella.

—Nancy, ¿qué haces? —la chica que habló le pareció conocida. Sobre todo por la mirada altanera y el rostro perfilado, demasiado fino para parecer saludable. Pero, por más que intentó, no supo saber dónde la había visto—. Si quiere pasar, que nos pida por favor, mínimo.

Leah, más enojada que antes, abrió la boca para protestar, pero las chicas se le adelantaron.

—Sí, mínimo —anunciaron las otras dos chicas, en coro.

La que se hacía llamar Nancy se sintió intimidada por sus amigas, así que volvió a sentarse mal, con las piernas apuntando al pasillo. Leah haciendo memoria, recordó que la chica que parecía la líder estaba en el otro curso de su nivel. Se hizo de su recuerdo porque en la fotografía de los cursos que estaban en exhibición en la entrada, ella estaba en medio, con un cabello largo de color rubio, perfectamente liso, sonriendo con suficiencia acompañada de sus secuaces, que no habían salido favorecidas como ella, que fácilmente podía inscribirse a un concurso de Barbie humana.

Leah blanqueó los ojos, y sin tener ganas de discutir porque estaba cansada más que por otra cosa, se aprovechó de que el bus se detuvo en el semáforo de la intersección, y pasó por sobre sus rodillas para cruzar hacia su anhelado asiento libre. Allí se sentó bruscamente, y se dio el lujo de ver la cara con la que se quedaron mirando entre ellas. Como lo esperó, la misma chica que la había ofendido hizo una mueca de horror.

—Pero por Dios, ¿qué le pasa a esta loca pueblerina?. ¿Qué allá no tienen acaso clases de modales?

—¿Qué...? —Leah iba a responder, pero apenas dijo una palabra, una voz que provenía de los primeros asientos hizo que se callara.

—Nataly, por favor. Haznos a todos el gran favor de callarte.

Leah barrio con su mirada los asientos de adelante, en busca del portador de la voz gruesa, y allí localizó a un chico de aspecto sombrío. Que vestía el uniforme del instituto, pero parecía mayor. Tenía el cabello largo y alborotado, de color negro. Y sus cejas estaban enarcadas en molestia. Como si de verdad odiara a la chica. Notó que tenía unas marcadas ojeras bajo sus ojos, haciéndolo lucir muy pálido.

Nataly se enderezó en su asiento. Y el chico que la había defendido negó con la cabeza con fastidio, y se enderezó colocándose unos auriculares.

—Si a los pueblerinos estos les gusta ser odiosos, uff.

—¿Pueblerina? Y tú, citadina, ¿donde está tu auto? —Leah se defendió por ambos—. ¿Qué te crees tanto si andas en bus al igual que todos?

A la chica se le enrojecieron las mejillas de ira. Y el chico, le sonrió de medio lado, divertido con su respuesta. Luego eligió una canción tranquila y se puso a escucharla, sin ánimos de dirigirle otra palabra a la odiosa de Nataly.

—Tranquila, Nat, no merecen tu atención.

—Sí, Nat. Ignóralos —sus amigas la apoyaron.

El chofer, sin decir nada, subió el volumen de la radio. Y de esa forma se dejó de escuchar la discusión. Estaba sonando el noticiero. Todos los presentes se quedaron atentos, incluso Leah, las chicas, y el muchacho que la defendió.

—... se ha revelado que la víctima fue envenenada, dejada varios días en descomposición, y luego llevada al riachuelo, donde su cuerpo se hinchó propiamente y el testigo, al día siguiente, la encontró —se escuchó la voz de una mujer—. Estuvimos intentando hablar con la fiscal del caso, pero no ha querido darnos declaraciones. Seguiremos en contacto con la radio en cuanto logremos recabar más información.

—Es un caso escabroso, sin duda —esta vez habló el locutor, su audio tenía mejor calidad—. Gracias por tu contacto, Margarita, y esperamos tus novedades durante los próximos días.

La mujer se despidió y luego el locutor, tras decir algunas escuetas palabras para zanjar el tema del asesinato, puso en sintonía música de los ochentas, que correspondía a la programación de la tarde.

Leah llegó al hospital a los pocos minutos. Era un enorme edificio blanco de tres pisos, con una amplia entrada de urgencias donde estaban estacionadas las ambulancias y un modesto hall de recibimiento. Allí tuvo que entrar para indicar su visita a la paciente Sabrina Jensen. La persona que la atendió, una mujer de edad avanzada, le anotó los datos correspondientes a su cédula de identidad, y luego le prosiguió a indicar el pabellón donde la podría encontrar.

Leah siguió con sumo cuidado la ruta que le había sugerido tomar, y tras llegar al pabellón común, buscó la habitación correcta, que según le había dicho la mujer, era de las últimas. Las puertas estaban abiertas, así que mientras avanzaba por el pasillo fue mirando los huéspedes y descartándolos. De pronto, en la penúltima habitación, se detuvo.

Allí estaba Sabrina, vestida con el uniforme escolar y su mochila puesta. Tenía el celular en las manos, al igual que como estaba en la mañana cuando Leah salió de la consulta de la psicóloga. Pero algo era diferente. Y era que no estaba sola. Se encontraba acompañada por el cuerpo físico de Sabrina Jensen, acostada en la cama con vestimenta de hospital, con los ojos cerrados y la comisura de los labios ligeramente abiertos. Tenía un catéter puesto en su antebrazo, y en su dedo índice un oxímetro, que le tomaba el pulso. Se fijó en que la pantalla de monitoreo estaba apagada.

Leah entró queriendo terminar con la situación lo más pronto posible, aprovechándose de que la chica no tenía compañero de habitación, y no tenía que fingir al hablar.

—¿Sabrina?

La chica levantó la vista de su celular, y la miró. En una micro reacción notó que estaba sorprendida, pero enseguida cambió a un semblante alegre.

—¡Leah! Qué gusto verte. ¿Qué haces aquí?

—Venía a visitarte —habló con cautela, la chica ladeó la cabeza.

—Así veo, pero..., ¿por qué? —Se notaba incómoda, se acercó a ella, ocultando el celular tras su espalda.

—¿Por qué? Pues... —Leah no sabía cómo decírselo, le daba miedo ver su reacción—... porque me enteré que estabas enferma y...

—¿Enferma yo?

—Sí, me lo dijo Francisca.

—¿Francisca? —preguntó, parecía genuinamente confundida—. Ah, ya me acordé. Francisca, la secretaría, ¿no?

Leah asintió. La miró a ella, y luego miró al cuerpo.

—¿Qué acaso no la ves?

El fantasma de Sabrina miró en dirección a donde Leah miraba.

—¿Qué se supone que tengo que ver? —dijo divertida, como si de verdad no hubiera nada en ese lugar. De pronto, se puso seria—. ¿Qué ves?

—A Sabrina. Ella está ahí y tú estás allá. Son la misma persona pero...

—Una murió, sí, sí lo sé —volvió a sonreír—. Estaba bromeando, por supuesto que la veo.

A Leah le tembló el labio antes de hablar. Estaba teniendo cada vez más miedo de la chica. Se comportaba con completa naturalidad, como si estar hablando con ella al mismo tiempo que su cuerpo descansaba a solo unos metros fuera normal.

—¿Y... cómo estás al respecto? —Estaba haciendo su mejor esfuerzo para no llorar. Sus emociones estaban a flor de piel, y el hecho de que al fantasma de Sabrina pareciera no importarle su muerte la ponía nerviosa, tanto, que sentía caer una gota de sudor por su espalda.

La aludida levantó los hombros con indiferencia.

—No es que sea yo, así que me da igual. —Caminó hacia su cuerpo físico y allí se quedó, contemplándose.

—¿Cómo?

—Solo estoy usando su alma prestada. Pero ya estoy aquí para devolvérsela, así que vivirá, no te preocupes —dijo mientras acariciaba la frente del cuerpo de Sabrina.

Leah abrió la boca sin saber qué agregar a lo que acababa de escuchar. Así que arrugó el entrecejo.

—¿Qué? ¿Dices que no eres ella?

La fantasma suspiró. Y tras mirarla con aburrimiento, le explicó resignada, como si estuviera dando un monólogo aburrido.

—No se pueden poseer almas que estén con asuntos pendientes, así que le dije que te ayudaría y la dejé que te guiara. Luego hice lo mío, le cumplí y nadie salió lastimado. Estoy cumpliendo mi palabra ahora, y solo necesito esperar a que caiga la tarde, y listo. Ella estará renovada y volverá a la normalidad. Aunque no se acordará de nada, eso te lo aseguro. Solo sabrá que estuvo en el hospital y listo, los recuerdos de las cosas que vi con su alma, se esfumarán.

Leah inconscientemente retrocedió.

—¿Qué eres?

—Un fantasma, no.

—¿Qué eres entonces? —Su corazón estaba latiendo acelerado, y por alguna razón, sintió que la habitación se hacía más y más pequeña, porque el aire luchaba por entrar a sus pulmones.

—Tú ya lo sabes, no te hagas la desentendida.

—N-no, no sé.

—Ay, Leah. Pero si fuiste favorecida con este don que muchos envidian o sueñan tener —habló dulcemente, sin acercarse para no asustarla. Se dio cuenta de que Leah tenía intenciones de escapar, así que para contenerla un rato, y porque lo había pasado bien con ella durante la mañana en el instituto, decidió charlarle animadamente—. Puedes vernos, y eso es algo que no muchos pueden alardear. Ni siquiera Theresa Caputo puede, y ay, caray, esa mujer es espectacular.

Leah pareció comprender que la cosa con la que estaba hablando no tenía intenciones de hacerle daño, así que poco a poco se fue acostumbrando y dejó de sentirse abrumada.

—Ella escucha fantasmas —dijo, con un presentimiento en la cabeza.

—No, corrección, ella escucha todo, no solo a los fantasmas.

—¿Por qué necesitabas el cuerpo de Sabrina? —le interesó saber.

—Mira, Leah. No es que sea de mi agrado guardarme las cosas, pero en esta ocasión preferiré quedarme en silencio. Ya me ha pasado antes y no quiero meter la pata otra vez en el caldero. ¿Me entiendes?

Negó.

—Eres un demonio, ¿verdad?

—Chiquilla lista. Será mejor que te vayas antes de que yo deba devolverle el alma a la chica —dijo, mientras miraba la hora en el celular—. Ahora me miras toda tierna y bonita, pero no soy una chica ni tampoco soy bien favorecido en este lugar. Uf, pero si tienes la oportunidad de verme en el infierno, te lo encargo, te enamorarás de mí.

En sus pesadillas ella no se los imaginó nunca de esa manera. Aunque estaba el hecho de que había dicho fehacientemente que la había poseído, o eso comprendió al entender que no eran la misma persona el cuerpo y el alma de Sabrina, y su aspecto no era así. Leah ya no sabía qué debía hacer. ¡Estaba hablando con un demonio! ¡Sus suposiciones eran ciertas! Y eso la hacía sentir sucia, y con ganas de ir a rezar varios ave María cuanto antes a la iglesia.

Los fantasmas eran seres inofensivos, y después de escuchar lo que Ross le dijo de los demonios nunca volvería a pensar que no existían. Estaba hablando con uno, y si bien este no le estaba haciendo daño, ni parecía tener intenciones de ello, le tenía un profundo miedo tan solo por ser esa clase de ser oscuro, proveniente de la maldad.

—Chiquita, quedan un par de minutos, será mejor que te vayas. Ya verás a tu amiga mañana. Pero recuerda, para ella será la primera vez que te ve, así que no la asustes diciéndole lo que te conté, ¿sí? —La cara del ser que tenía poseída a Sabrina, le esbozó otra sonrisa—. Es más —siguió hablando—. Creo que ni siquiera tú deberías saber tanto. Creo que hablé de más —se rió escandalosamente—. No me gusta que me reten, Leah. ¿Podrías olvidarte de lo que charlamos?

Asintió. La situación se estaba tornando más aterradora.

—Descuida, no le diré a nadie del tema, te lo prometo —le dijo, sin saber muy bien qué había sido lo comprometedor que habían dicho. Asintió para zafarse del problema—. De hecho, yo me voy..., no quisiera... no quisiera molestarte, ¡adiós!

Rápidamente se dio la vuelta y comenzó a caminar por el pasillo, a pasos apresurados. Algunas enfermeras que se encontraban charlando afuera de las habitaciones se la quedaron mirando extrañadas al verla pasar. Leah iba con el rostro horrorizado, mirando hacia atrás cada tres pasos, por si el demonio la seguía.

Pero, para su suerte, no lo hizo.

El sujeto se quedó en la habitación, jugando en el celular los minutos que le quedaban antes de tener que devolver el alma prestada. Eso era algo que extrañaba de estar vivo, y cada vez que tenía la oportunidad, se hacía de un aparato electrónico y se divertía jugando.

No había sido su intención contarle tanto y tan rápido a Leah. Pero dado a que esa había sido justamente su misión, se sentía satisfecho. Allá abajo lo felicitarían por su trabajo, y quizás, solo quizás, le permitirían ascender a la tierra más seguido, solo si seguía portándose bien y acatando las órdenes extraoficiales que le asignaban en solitario.

Por primera vez, su habladuría le había sido de ayuda. Y había picado la curiosidad de una médium joven que, bien sabían ellos, les serviría en un futuro.

Cuando Leah puso un pie en la salida del hospital, el nombre Elián vino a su mente en un susurro.

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