El destino del fantasma

By Camila_aurora

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- - - Hermosa portada creada por @Ang3Blue Historia destacada por el perfil de @FantasiaES en el mes de Mayo... More

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EL DESTINO DEL FANTASMA
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
PERSONAJES/1
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
PERSONAJES/2
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
TERCERA PARTE
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33

CAPÍTULO 6

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By Camila_aurora

Cuando Leah llegó a su casa, lo primero que hizo fue subir al segundo piso a encerrarse en su habitación. Estaba cansada y necesitaba aprovechar sus horas de tranquilidad al máximo, porque sabía que, al día siguiente, Ross estaría ahí temprano y no lograría hacerlo.

Se aseó rápido y se puso un pijama limpio. Luego apagó la luz y se lanzó a la cama, acomodándose de tal forma que quedó cubierta por las frazadas hasta la altura de su cuello.

Cerró los ojos, sintiéndolos pesados, y se acurrucó en la almohada para tratar de entrar en calor. El invierno en Soulville era más crudo que en su vieja ciudad, pero por sobre todo en las noches, donde se levantaba viento fuerte y la marea subía. En el primer piso escuchó cómo Lorena y Robert discutían con la chimenea de piedra, que los había hecho rabiar desde el primer día de mudanza, al apagarse con facilidad y no temperar la casa. La culpa, según ambos, no era de ellos al no saber prender el fuego, sino de la mala calidad de la construcción o, viniendo al caso, de la leña.

Se quedó dormida entre reclamos y el sonido del viento golpeando su ventana. Y así estuvo hasta entrada la madrugada, a eso de las cinco, donde se despertó de sobresalto, temblando.

Regañándose internamente, se levantó somnolienta y caminó a su armario a medio armar sin encender las luces, para buscar algo con qué abrigarse. La mayoría de su ropa seguía en las cajas sin ordenar, y los paquetes de su intento de decoración estaban desperdigados en el suelo, iluminados tenuemente por un foco de electricidad que se encontraba a pocas casas.

En medio del desorden, logró llegar, y lo abrió para sacar alguna chaqueta para colocarse y seguir durmiendo. Sin embargo, al momento de darse la vuelta con la prenda escogida entre sus manos, vio una sombra escabullirse por fuera de la ventana, a muy escasos metros de ella.

Ahogó un grito, y armándose de valor, sujetando la ropa con fuerza, caminó hacia el balcón para ver si lo había imaginado o de verdad alguien había escalado hacia su habitación.

Lentamente corrió la cortina y se asomó sin abrir la ventana, tocando el pestillo para asegurarse de que estuviera correctamente cerrado. Estaba asustada. Con la vista recorrió el pequeño espacio y las casas de alrededor para ver si había rastros de lo que había visto. Pero, para su suerte y sorpresa, no estaban ni la sombra, ni su portador.

La calle yacía en el más pétreo silencio.

Lejos de sentirse calmada tuvo una terrible corazonada. Así que rápidamente, y mucho más despierta que antes, se fue hasta su cama y se acostó tapándose hasta la cabeza para comenzar a rezar.

Sentía el corazón latiendo en su garganta, y le costaba respirar a falta de la libertad del aire tapado con las frazadas, pero no se destapó y no se detuvo, hasta que escuchó la alarma del despertador de su papá y el ruido exterior comenzó a hacer presencia en las otras casas y la calle misma.

Ahí fue cuando se tranquilizó.

Se permitió asomar la cabeza fuera de los cobertores. Y notó que su alcoba estaba considerablemente más clara con los primeros rayos del sol asomándose por entre medio de la cortina mal cerrada.

Se levantó sin ánimos, sintiendo su cuerpo adolorido al haber estado quieta y tensa por más de una hora. Le dolía la cabeza. También, tenía hambre. Arrastró los pies hasta el baño para dar inicio a su día. Frente al espejo notó que su rostro estaba pálido, y que profundas ojeras se encontraban marcadas abajo de sus ojos café claro. Las cuales siempre se le hacían notar con facilidad cuando dormía menos de lo que estaba acostumbrada. Se lavó la cara con brusquedad, tratando de darle algo de color a su rostro para no alertar a sus padres en el desayuno. Pues, no podía decirles que se había despertado hace bastante rato, y que para más problemas, había visto a un posible ente escabullirse de su cuarto, sin dejar rastros.

Se vistió a prisa y se calzó unas pantuflas. Luego bajó al primer piso, donde Lorena se encontraba vestida en bata, preparando el desayuno. A Leah se le hacía raro saber que su mamá estaba embarazada. Siempre la había considerado alguien conservadora que tenía y sobraba con el cuidado de una hija. Y ahora, a sus cuarenta y tantos, tendría que hacerse de paciencia para criar a un bebé, teniendo que postergar la búsqueda de trabajo por los cambios de pañal.

O al menos, por un tiempo.

Su papá estaba leyendo algo en el celular. Notó que vestía una simple camisa y la cocina estaba temperada. Al parecer, él y su mamá se habían rendido con la chimenea, así que encendieron la pequeña estufa eléctrica que, por suerte, seguía funcionando después de tantos años de uso. Lo único malo es que dicha estufa solo calentaba un espacio a la vez, y no era suficiente para que el calor alcanzara a subir a las habitaciones.

Los saludó y se sentó en la silla junto a Robert, quien se acababa de acomodar en el sitio mientras esperaba las tostadas para untar con mantequilla.

—¿Cómo amaneciste, hija? —él le preguntó.

—Sigo cansada, pero bien.

—Hoy debes terminar de ordenar tu cuarto —le dijo, sin sacar la vista del celular—, para que descanses el fin de semana y el lunes entres a clase con energía.

Leah asintió, sin ganas.

Se preparó un café y se lo bebió a pequeños sorbos, mientras Lorena ordenaba utensilios y acomodaba algunas cosas en la mesa, como la leche con cereal que le gustaba comer, y las distintas cajas de té que Leah compraba por curiosidad de vez en cuando, los cuales duraban tanto en la despensa que, en el último tiempo, se ponían en la mesa por tradición, más que por otra cosa.

La madre finalmente se sentó y degustó el desayuno familiar. Y todos, luego de un rato, terminaron y levantaron lo utilizado para depositarlos y guardarlos en sus respectivos lugares.

—Me toca lavar la loza —Leah le tocó el hombro a su mamá para que se apartara—. Tienes que cuidarte, así que descansa.

—Qué atenta, hija. Pero solo tengo unas pocas semanas, así que no es para tanto. Yo que tú aprovecharía de descansar, porque después...

—Bueno, si no quieres que lave la loza, no lo haré... —intentó parecer triste, pero la idea le encantó.

La verdad era que no le gustaba lavar, pero a su vez tenía la necesidad de proteger a su futuro hermano o hermanita, y para ello quería que su madre pasara un buen embarazo y no trabajara tanto.

—Tú te ofreciste sola, así que hazlo, no hay vuelta atrás —Lorena sonrió ampliamente y salió de la cocina, huyendo en dirección a la sala de estar donde se sentó a ver la televisión.

Robert subió a su habitación y se terminó de vestir. Luego bajó, se despidió de su familia, y salió rumbo al trabajo. Lugar donde recibiría las indicaciones acerca de la visita que debía realizar en la cárcel.

Cuando Leah terminó de ordenar la cocina, se fue a sentar con Lorena, a descansar. Ella se encontraba viendo el noticiero, en el cual estaban hablando nuevamente del eclipse que acontecería pronto y las precauciones que había que tomar.

Aburrida, fue a buscar su celular a la habitación para chatear con sus amigas. Y llegó al segundo piso, con esas expectativas, siendo una adolescente normal. Pero, cuando abrió la puerta, aquella pequeña burbuja de cotidianidad se rompió.

El desorden seguía intacto. Así como también la ventana cerrada con pestillo y las cortinas abiertas a medias, tratando de no dar luz en exceso para evitar mostrar lo que ella sabía que sería un castigo seguro si no ordenaba cuanto antes.

Todo estaba allí, igual que antes, salvo algo: su celular.

Ella recordaba haberlo dejado en el velador junto a su cama, cargando. Pero ahora lo único que estaba era el cable enchufado, colgando con la punta tocando el suelo.

Se acercó sigilosamente, como una gacela, y desenchufó el cargador de la corriente buscando con su mirada el celular que, para sus obvias razones, había sido arrancado de su fuente de poder a cuestas.

De pronto, sintiéndose observada, se enderezó y giró en dirección a donde dijo su instinto. Y ahí lo vio, sentado en el rincón más oscuro de la habitación, con el aparato entre sus dedos, empecinado, leyendo.

—¡Oye! —le gritó, y él, del susto, dejó caer el celular al mismo tiempo que levantó la cabeza, mirándola con preocupación—. ¿Qué estás haciendo? No puedes llegar y tocar mis cosas, así como así.

Ross recogió el aparato y luego se puso de pie con una sonrisa tensa extendida en el rostro. Luego caminó hacia ella, quien no había querido avanzar hacia él por miedo, y se lo tendió en forma de disculpas. Ella se lo arrebató de las manos, y enseguida lo desbloqueó para ver qué era lo que exactamente estaba leyendo. Tendría que por primera vez en su vida, inventar una clave para su celular.

Para su sorpresa se encontraba metido en Google, en una pestaña que titulaba "¿Existe la vida después de la muerte?".

Bajó con su dedo al final del foro, y vio que había un comentario realizado por su usuario diciendo textual: "Sí, y es una mierda".

Contuvo la risa, y lo encaró.

—¿Por qué te metiste a un foro?

Ross levantó los hombros.

—Porque puedo.

—¿Y eso es algo que haces seguido? Ya sabes, robarles el celular a las personas y suplantar su identidad en internet.

Ross negó con la cabeza.

—No, claro que no. De hecho, solo puedo tocar objetos desde ayer, así que no había tenido la oportunidad de hacerlo antes.

Leah frunció el ceño, sintiéndose abrumada de pronto.

—Si quieres que te ayude, te pediré que no te metas en mis asuntos, ¿sí?

—Sí, entendido. Aunque no fue para tanto, no exageres.

—Con asuntos me refiero a vida personal, y cosas que me pertenecen, entre ellos, el espacio y la libertad de poder dormir tranquila toda la noche, sin interrupciones —recalcó la última palabra—. No quiero que vuelvas a aparecerte de la nada.

Ross intuyó que Leah estaba parloteando en exceso, poniendo énfasis en algunas palabras, como si él fuera el culpable de algo.

—Creo que las ocho de la mañana es una hora prudente para aparecer.

Leah rodó los ojos y caminó hacia la cama, para sentarse. Ross no trató de acercársele, y en cambio, se apoyó en el marco de la puerta, para alejarse más.

—No me refiero del todo a eso —Leah se lo quedó mirando enfadada, necesitaba aclarar ese punto para seguir poseyendo una tranquila vida de chica nueva en una ciudad desconocida—. ¿Fuiste tú quién me vino a ver en la madrugada? Vi una sombra pasearse por el balcón.

Ross abrió los ojos en grande, y negó.

—No, yo no vine para acá hasta hace unos minutos, como te dije.

A Leah se le heló el cuerpo de pronto.

—Alguien vino.

—Y no fui yo, lo juro.

Su presentimiento se había hecho realidad. En la madrugada no era Ross, porque, de haber sido él, de seguro hubiese entrado y la hubiese molestado sin necesidad de haber huido.

—¿Has hablado con algún otro fantasma de mí? —quiso inquirir, para ver si debía asustarse de verdad al haber visto a otro intruso, porque si la respuesta de Ross era afirmativa, ella se calmaría, pues solo se trataría de un fantasma curioso, no de un ente violento que la quería acosar.

Ross se quedó pensando un momento, luego negó.

—No. No hablo con otros fantasmas, como te dije ayer, ellos no son tan agradables como yo. Y están locos.

Leah asintió.

—Alguien vino aquí hoy, era muy temprano. Me desperté a causa del frío y me levanté para colocarme ropa más abrigada, ahí fue cuando lo vi. O la vi, no logré distinguir si era hombre o mujer. Se fue enseguida, y creo que no alcanzó a entrar. O no sé, solo noté su presencia cuando se cruzó por el balcón, y cuando me asomé a ver por la ventana, no había rastros de nadie.

Ross ladeó la cabeza de un lado a otro.

—Si desapareció, así como así, déjame decirte que no era un fantasma, nosotros no podemos hacer eso.

—¿Qué?

Ross se puso serio.

—No te asustes, puedes verme, lo que creo que no es muy diferente.

—¿Y qué crees que fue? ¿Un ladrón?

Leah cruzaba los dedos porque no fuera algo paranormal.

—No. Bueno, la verdad no estoy seguro. Pero existe la posibilidad de que haya sido un ángel.

—¿Un ángel?

—Sí... o bueno, también pudo haber sido un demonio.

—¿Demonio?

Ross asintió efusivamente.

—Ojalá haya sido un ángel.

—¿Por qué lo dices? —El corazón de Leah comenzó a latir rápido.

—¿No es obvio?

—¡No! Por eso te pregunto, respóndeme —sentía que se iba a desmayar. ¿Ángeles y demonios?

—Por lo que sé, y bueno, tú también deberías saberlo, me sorprende tu reacción... pero, en fin, los ángeles son buenos, y los demonios malos, ¿no vas a la iglesia?

Leah asintió.

—Sí vamos, de vez en cuando. ¿Por qué tendría que venir a verme un ángel o un demonio? ¿Qué sabes de ellos?

—Pues que son reales.

—¿Estás seguro? ¿Los has visto?

—¿Verlos? ¡Obvio! Ayer una hermosa ángel se topó conmigo en el supermercado... —Su rostro se suavizó al recordarla—...y me ayudó con un demonio que me estaba hostigando. Ya sabes, los fantasmas somos presa de ellos, y si eres alguien como yo, que no se ha ido en mucho tiempo, más todavía. Lo malo fue que me ayudó y luego se fue, me dijo que no le correspondía ponerme las manos encima por algo de su código interno Buscador, o algo así.

—Esto suena tan irreal... hasta este día yo creía que ellos solo estaban en mis sueños y pesadillas. No que de verdad estaban entre nosotros.

—Yo los veo todo el tiempo —Ross levantó sus hombros, restándole importancia—. Yo creo que tú también puedes verlos, pero no te has dado cuenta. Ellos sí que se asemejan a las personas vivas, aunque se supone que están en un plano diferente, como yo. Y si tú puedes verme a mí, creo que también a ellos, o debería ser así, creo. Eres extraña.

Leah se recostó en la cama, mirando el techo. Luego cerró los ojos, tratando de ordenar sus ideas para procesar mejor la información. Masajeó su cabeza, estresada. Primero aceptó ayudar a un fantasma, y ahora resulta que un posible ángel o demonio la visitó mientras dormía.

—¿Por qué piensas tanto?

—¿Crees que las cosas que sueño pasen en realidad? ¿Sabes algo de ello? —le preguntó sin abrir los ojos.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque siempre sueño cosas así. De hecho, ayer lo hice, y fue horrible.

Ross caminó hacia la cama y se sentó en el suelo, junto a ella.

—¿Qué soñaste?

—Fue una pesadilla.

—¿De qué trató?

—De que aparecí en medio de un bosque, y caminando por él, en busca de una salida, un demonio me atacó por la espalda rasgando la piel de una de mis piernas.

—¿Sobrevivías en tu sueño?

—Recuerdo que gracias a un descuido de él, logré escaparme y llegar a una pequeña iglesia abandonada que se encontraba mucho más adelante. Allí me escondí hasta que me encontró y otros seres llegaron a acompañarlo. No alcanzó a hacerme daño, porque parecía que la visita era más importante que yo. Como estaba soñando me di valor de salir de mi escondite para intentar irme, porque cuando el demonio me dejó tranquila yo escuché silencio, y creí que se había ido. Pero estaba afuera, junto con los otros, arremolinados unos con otros convertidos en sombra y luz, peleando.

—Pero, ¿sobreviviste?

—Cuando me vieron, un demonio se abalanzó sobre mí. Luego desperté.

—¿No sabes si sobreviviste?

Ross se acercó a ella. Y entonces Leah decidió sentarse en la cama para descansar de la abrumadora estatura que el fantasma le sacaba.

—No. La pesadilla terminó ahí. ¿Por qué es tan importante?

Ross obvió la pregunta, y le levantó una pierna al azar, a la fuerza, olvidando todo lo que la joven médium le había solicitado no incumplir. Leah se lo quedó mirando extrañada.

—¿Por qué me levantas la pierna?

—Dijiste que te había lastimado la pierna, ¿te duele?

Leah negó.

—No, porque fue la otra.

Ross la soltó y le levantó la otra. Leah lo pateó en el aire, para que la dejara tranquila. Prefirió ponerse en pie nuevamente y alejarse de él. Ross se sentó en el suelo frente a ella, pensando.

—Pero, ¿te duele?

—Dolor como tal, no. Mis músculos se sienten algo agarrotados, pero eso es en general, porque como habrás notado, nos estamos acomodando aún y he hecho fuerza de más, varios días seguidos.

—Comprendo. Y siguiendo con el tema de los sueños, ¿anoche soñaste?

Leah asintió, se lo había mencionado hace unos minutos.

—Sí pero sueño todas las noches. Solo de vez en cuando. Y en su mayoría son pesadillas. Muy pocas veces es algo agradable.

—Qué miedo ser tú.

—¿Tienes alguna otra suposición? ¿Por qué me preguntaste si sobrevivía en el sueño?

—Porque quizás no fue un sueño. Yo que tú buscaría a una médium para que te oriente, sabes muy pocas cosas y eso puede ser peligroso.

—¿Una médium?

—Sí, esas personas pueden ver u oír a fantasmas, u otras cosas. Y generalmente están bastante ligadas al mundo espiritual.

—Si tú sabes tanto, ¿por qué no fuiste donde una médium antes?

—Porque, como te dije, no podía hacer muchas cosas antes de la visita de la ángel. ¿Crees que no lo había intentado ya? Tratar de encontrar a alguien así es muy difícil, contigo tuve suerte. Bueno, a medias.

—¡Oye!

—Es la verdad, no te ofendas. Aún así, si trabajamos en conjunto, ambos podemos salir beneficiados de esto. —Con confianza, se sentó en la cama, causándole escalofríos a Leah por la cercanía—. Tú puedes aprender más acerca de tu extraño don, y yo puedo descubrir la razón de por qué sigo en este plano y no puedo irme al cielo.

—Suena bien.

—Préstame tu celular, en estos días toda la información está en internet. Quizás tengamos suerte y encontremos a alguien de por aquí cerca.

Leah se lo pasó con desconfianza. Y se lo quedó mirando mientras tecleaba frenéticamente en el buscador. Concentrada, vio cómo los ojos de él subían y bajaban por la pantalla. Y se dijo que, muy en el fondo, el desconocido le comenzaba a simpatizar.

Al cabo de unos pocos segundos, Ross levantó la cabeza en su dirección, con los ojos iluminados en la más pura adrenalina.

—¡Encontré a alguien!

Leah le quitó el aparato y leyó lo que había encontrado. Se hacía llamar médium, futurista, y tarotista. Allí salía la fotografía de una anciana, posando junto a su gato en una habitación decorada con colores estrambóticos y tenuemente iluminada. El rostró le pareció familiar. Y cuando leyó el nombre de la médium, el celular le pareció más pesado.

—¿Laurelyne?

—¿La conoces? —Ross estaba impresionado.

—¡Es la señora del negocio de allí! Tiene que ser una broma.

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