Contra Corriente

De esmoisesarias

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¿Qué esconde un amor imposible? Dicen que lo inalcanzable suele ser atractivo para todos. Ir contra corriente... Mais

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Dedicatoria
Agradecimientos
Capítulo extra

Capítulo 16

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De esmoisesarias

  Mi pequeño infierno


— ¿Eso crees? —Dijo mi madre, tomándome con fuerza por la nuca, haciéndome doblegar ante ella— ¡Pídeme perdón!

— ¡No lo haré! —aún seguía allí, con mis rodillas dobladas ante ella.

— ¡Hazlo! —Me dio un apretón, empujándome un poco más al suelo.

— ¿Qué está pasando aquí? —vi los zapatos negros brillantes de mi padre junto al marco de madera.

— ¡No te metas! —supuse que mi madre tenía sus ojos impenetrables sobre mi padre.

— ¡Suéltala! —le suplicó mi padre mientras intentaba zafarme de ella.

— ¡Te dije que no te metieras! —mi madre de inmediato me soltó para estrellar la palma de su mano sobre la mejilla de mi padre.

—Vete, hija —dijo mi padre con la cabeza agachada.

—No lo haré —renegué—. ¿Cómo te atreves hacer eso?

— ¡Vete ya! —repitió mi padre en una mezcla de firmeza con desesperación y súplica.

—No puedo hacerlo —solo alcancé a decir eso cuando mi padre estrello la puerta en mi cara. Me quedé allí golpeando la madera con mis brazos, mis ojos expulsando lágrimas deseando por primera vez estar allí dentro.

— ¡Elizabeth! —llegó Marian corriendo y tirándose en la misma posición en la que estaba yo, rodeándome con sus brazos por la espalda, mientras me preguntaba qué me estaba pasando.

Sollocé por unos minutos en su hombro mientras estaba de rodillas frente a la puerta de madera.

—Vamos a sentarnos —sugirió Marian. Asentí y obedecí entre lágrimas—. ¿Qué te ocurre? —corrió el cabello que se había metido en mi boca.

—Iba de salida para el centro comercial, cuando mi madre... —las lágrimas otra vez se deslizaron por mis pómulos—. Mi madre no me quería dejar ir y me tiró al suelo, mi padre entró e intento separarnos, pero ella lo golpeó.

—Solo debes tener un poco de calma. Sé que esto puede ser difícil, pero debes dejar que ellos arreglen sus problemas, amiga —golpeó la puerta—. ¿Aún quieres ir al centro comercial? —sonrió levemente mientras me rodeaba con sus brazos.

—Creo que lo mejor es que tu vayas —limpié el rastro de humedad en mis ojos.

—¿Qué? No entiendo. ¿De qué me hablas? —preguntó confundida.

Comencé a rebuscar en mi bolso.

—Solo tienes que llevar esto —le entregué el boleto de entrada.

— ¿Qué es esto? —preguntó, dándole vuelta entre sus manos, examinándolo.

—Esto es la manera en que me puedo disculpar por el error de ese fin de semana.

— ¿Me puedes explicar mejor? —miró nuevamente el pedazo de cartón blanco en sus manos.

—Sé que besar a Aaron fue un gran error y me costó tu amistad –ella asintió con su cabeza levemente—. Ahora..., ahora solo quiero demostrarte que tú eres más importante que cualquier chico —sonreí al ver el gesto que tenía en su cara.

Me despedí de Marian, que salió emocionada del jardín delantero de mi casa dando brincos como una niña de cinco años cuando recibe el regalo esperado durante toda su vida. Solté una leve risita al verla. Me mandó un beso con su mano mientras me guiñaba un ojo.

Giré sobre mis talones en dirección a la puerta de madera oscura, tomé con fuerza la perilla brillante color bronce, giré de esta en la dirección correcta para abrir, pero al atravesarla mis padres ya nos estaban allí. «Llegó la hora», pensé para mis adentros.

Caminé escaleras arriba hacia mi habitación. Llegué, entré y cerré la puerta, recostando mi cabeza en la madera oscura soltando al mismo tiempo una bocanada de aire. «Que comience esta historia», me dije en un susurro.

Acomodé mi cabello en una coleta. Descalcé mis pies para que ayudaran a no hacer más ruido con los pasos que estaba dando por mi habitación. Retiré la silla que está junto al escritorio, caminé hasta mi armario y la acomodé frente a este. Me subí sobre la silla mientras me sostenía del armario para no caerme. Al notar que mi altura no era adecuada para alcanzar a revisar sobre el armario, me paré de puntitas sobre la silla para así poder ver con más detenimiento, pero esta me dio una mala pasada al deslizarse en sus ruedas haciéndome caer al suelo por completo y a la gran maleta negra sobre mí.

Renegué un poco estando tirada en el suelo. Tiré la maleta a mi costado izquierdo. Me pasé las manos por las piernas para apartar el polvo, y al pasar por mis rodillas sentí dolor. Las observé y vi unos pequeños moretones; la caída ya comenzaba a mostrar las secuelas. Ir contra corriente iba a ser más difícil de lo que parecía. No me importó y me coloqué de nuevo en una posición erguida, deslicé la cremallera de la maleta, que ya había colocado sobre la cama. Mis pasos eran lo más rápido posibles del armario a mi cama. Tiraba como podía las cosas sobre la maleta, busqué algunos zapatos entre debajo del armario y los coloqué encima de la gran torre de ropa, y luego aplasté todo junto para poder cerrar la cremallera.

Salí un momento al pasillo de mi habitación para revisar que no estuvieran mis padres allí. Caminé a su habitación para reexaminar que no estuvieran por ningún lado. Corrí de nuevo a mi habitación sin importar el dolor que estaba sintiendo en mis rodillas y me calcé de nuevo mis botines. Me solté la coleta, dejando caer el cabello sobre mi espalda, y tiré la maleta al suelo con desesperación. Mi corazón latía acelerado; presentía que cualquier cosa podía pasar en menos de un segundo de tiempo. Tomé un papel limpio de los que estaban en mi mesita de noche, y un marcador de tinta negra que estaba entre uno de mis cajones, lo destapé y lo deslicé sobre la hoja de papel blanca.

« ¡En busca de mis sueños! ¡Contra corriente! -Elizabeth.»

Firmé la hoja y corrí fuera de mi habitación halando de la pesada maleta.

Estando a punto de salir de casa, recordé que no había sacado la caja de ahorros que tengo desde hace un par de años bajo mi cama. Corrí velozmente a mi habitación, saqué la caja y regresé a la sala, donde había dejado mi maleta, y emprendí marcha nuevamente para poder irme de casa de una vez por todas.

Salí de casa con los nervios de par en par, sintiendo cada latido de mi corazón en mi pecho, bombeando la sangre entre mis venas, ese espeso líquido se movía sin control por los delgados conductos. La maleta estaba repleta de cosas que no me ayudaban a acelerar el paso, por el contrario, lograban que me demorara más. Al doblar la esquina de la calle en la que vivo, choqué con un grueso bulto, di un grito al caer al suelo, y me levanté de inmediato.

— ¿Elizabeth? —de inmediato dejé de limpiarme para detallar la gruesa voz que me hablaba.

— ¿Qué hacen aquí? —los miré extraños, pero me dispuse a terminar de salir de allí.

— ¿A dónde vas? —habló mi amiga castaña ayudándome halar de la pesada maleta.

—No soporto estar aquí, ya es hora de ir por mis sueños.

— ¿Tus sueños? ¿Es decir que te vas? —dijo Marian con la mirada agachada. Asentí con la cabeza mientras sonreía de medio lado a Aaron, que caminaba junto a mi amiga.

—Iré al aeropuerto a comprar un boleto para irme de inmediato, no quiero que en un par de horas me arrepienta. Esta decisión ya está tomada.

(...)

El taxi aparcó frente a la gran puerta del aeropuerto internacional. Tomé una bocanada de aire para prepararme. Rogaba para mis adentros que corriera con toda la suerte del mundo para conseguir un boleto y poder viajar ese mismo día. Tomé la manecilla de la pequeña puerta del taxi, la presioné y esta se abrió. Bajé con tranquilidad en mis pensamientos, pero con mi corazón como si hubiese corrido desde mi antigua casa hasta aquí. Aaron me ayudó a bajar la maleta de la cajuela del carro. Caminamos hasta la gran puerta de cristal que me daría la entrada a mi gran escondite. Un lugar donde todos sabrán que, tarde o temprano, estuve ahí, pero sabía que no podrían encontrarme.

Marian estaba con sus ojos inundados de lágrimas, y en todo el camino no paró de cuestionarme si estaba segura de lo que iba hacer y, claramente, no podía negar que tenía miedo de lo que pudiera pasar, no conocía a nada ni nadie de ese lugar, no tenía suficiente dinero, no tenía dónde dormir; en fin, todo estaba en contra mía, así que yo también iría en contra de todo. « ¡Tengo miedo!», gritaba mi vocecita interior, que comenzaba a asustarse de todo esto, de esta locura que mis impulsos me llevaron a cometer, a saltar al abismo en el que me había puesto mi madre, con sus retenciones y sus infinitas peleas por todo aquello a lo que yo me oponía hacer y que ella quería que hiciera.

Nos encaminamos hacia dentro del aeropuerto y las grandes puertas de cristal se abrieron al sentirnos frente a ellas. Marian me tomó del brazo y no paraba de sollozar con su cabeza en mi hombro. Aaron halaba de la maleta justo al costado izquierdo

Los suelos del aeropuerto eran relucientes y se asemejaban a un gigantesco espejo que, para aquellas chicas en falda resultaba una mala jugarreta. Aaron se sonrojo al darse cuenta. Comenzamos a fijarnos más detalladamente en el enorme espejo mientras reíamos, cosa que me ayudaba a relajarme un poco. Una vez que dejamos atrás de ese incomodo momento de verle la ropa interior a desconocidas, buscamos con la mirada dónde podía esperar el tiempo necesario para salir de aquí. Una cantidad de sillas metálicas estaban en medio del aeropuerto, así que caminamos hasta ellas para ocupar las que estaban disponibles. Cuando íbamos en camino, un chico de cabello rojizo ocupó una de las sillas que teníamos previstas, dejando a Aaron sin lugar donde sentarse. Este se encogió de hombros, pues no le importó, así que solo Marian y yo ocupamos los dos lugares disponibles y Aaron se sentó en mi cómoda maleta negra, claro, después de tirarla al suelo.

Busqué mi maleta de mano para buscar mi alcancía y poder sacar el dinero que debía pagar por mi viaje. Tenía lo suficiente para pagar eso y para hospedarme un par de días en algún lugar de la ciudad.

Al cabo de un poco rato, me encaminé a la gigantesca fila donde se compran los boletos y me quedé al final, esperando mi turno. Frente a mí había una chica de cabello rubio, con hondas perfectas al final de sus cabellos y ropa que parecía de diseñador que se notaba serena y calmada. Me hubiese gustado estar en sus mismas condiciones, pero eso de viajar sola a un lugar que no conocía me estaba comenzando a aterrar realmente. «No te puedes arrepentir» me dije, intentando alentarme, colocando en modo porrista a mi vocecita interior.

— ¿A dónde vas? —quise hablar con la rubia chica para no aburrirme en la espera en la fila.

Ella se giró y al verla pude notar que estaba en una condición peor que la mía: sus ojos estaban rojos e hinchados, quizás de tanto llorar, y estaban recubiertos por unas remarcadas ojeras.

—París —sollozó.

—Yo igual —concordé—. ¿Acaso no quieres ir?

—Sí, solo que no en estas condiciones —una lágrima bajó por su mejilla—. Mis padres me envían a París, solo para no verme con mi novio —retiró con rabia aquella gota que bajaba con lentitud en medio de su pómulo—. ¿Y tú?

—También voy a París, solo que estoy escapando de mis regidores padres. Bueno, mejor dicho, de mi estricta madre.

— ¿Por qué París y no una ciudad aquí en los Estados Unidos? —la rubia parecía agradable.

—Fui aceptada en la universidad de París así que aprovecharé para irme. Mi madre no me dejaría pero pues, allí voy, con este poco dinero —le mostré el pequeño y delgado fajo de dinero que tenía en mis manos.

— ¡Oh por Dios! —Rodeó con sus manos sus definidos labios— ¿Tienes dónde dormir? –preguntó y reposó su mano sobre mi hombro. Quizás intentaba darme alientos en esa pesadilla a la que me estaba enfrentando.

—La verdad... No —me encogí de hombros.

—Pues si corremos con suerte las dos —miró la fila, que comenzaba a moverse ya—, puedes venir conmigo a la fraternidad en la que voy a estar estos años de universidad.

—Pero no tengo invitación para estar allí —parecía negativa.

—Ya veremos que hacemos —me sonrió amablemente.

P+��B���


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