Capítulo 16

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  Mi pequeño infierno


— ¿Eso crees? —Dijo mi madre, tomándome con fuerza por la nuca, haciéndome doblegar ante ella— ¡Pídeme perdón!

— ¡No lo haré! —aún seguía allí, con mis rodillas dobladas ante ella.

— ¡Hazlo! —Me dio un apretón, empujándome un poco más al suelo.

— ¿Qué está pasando aquí? —vi los zapatos negros brillantes de mi padre junto al marco de madera.

— ¡No te metas! —supuse que mi madre tenía sus ojos impenetrables sobre mi padre.

— ¡Suéltala! —le suplicó mi padre mientras intentaba zafarme de ella.

— ¡Te dije que no te metieras! —mi madre de inmediato me soltó para estrellar la palma de su mano sobre la mejilla de mi padre.

—Vete, hija —dijo mi padre con la cabeza agachada.

—No lo haré —renegué—. ¿Cómo te atreves hacer eso?

— ¡Vete ya! —repitió mi padre en una mezcla de firmeza con desesperación y súplica.

—No puedo hacerlo —solo alcancé a decir eso cuando mi padre estrello la puerta en mi cara. Me quedé allí golpeando la madera con mis brazos, mis ojos expulsando lágrimas deseando por primera vez estar allí dentro.

— ¡Elizabeth! —llegó Marian corriendo y tirándose en la misma posición en la que estaba yo, rodeándome con sus brazos por la espalda, mientras me preguntaba qué me estaba pasando.

Sollocé por unos minutos en su hombro mientras estaba de rodillas frente a la puerta de madera.

—Vamos a sentarnos —sugirió Marian. Asentí y obedecí entre lágrimas—. ¿Qué te ocurre? —corrió el cabello que se había metido en mi boca.

—Iba de salida para el centro comercial, cuando mi madre... —las lágrimas otra vez se deslizaron por mis pómulos—. Mi madre no me quería dejar ir y me tiró al suelo, mi padre entró e intento separarnos, pero ella lo golpeó.

—Solo debes tener un poco de calma. Sé que esto puede ser difícil, pero debes dejar que ellos arreglen sus problemas, amiga —golpeó la puerta—. ¿Aún quieres ir al centro comercial? —sonrió levemente mientras me rodeaba con sus brazos.

—Creo que lo mejor es que tu vayas —limpié el rastro de humedad en mis ojos.

—¿Qué? No entiendo. ¿De qué me hablas? —preguntó confundida.

Comencé a rebuscar en mi bolso.

—Solo tienes que llevar esto —le entregué el boleto de entrada.

— ¿Qué es esto? —preguntó, dándole vuelta entre sus manos, examinándolo.

—Esto es la manera en que me puedo disculpar por el error de ese fin de semana.

— ¿Me puedes explicar mejor? —miró nuevamente el pedazo de cartón blanco en sus manos.

—Sé que besar a Aaron fue un gran error y me costó tu amistad –ella asintió con su cabeza levemente—. Ahora..., ahora solo quiero demostrarte que tú eres más importante que cualquier chico —sonreí al ver el gesto que tenía en su cara.

Me despedí de Marian, que salió emocionada del jardín delantero de mi casa dando brincos como una niña de cinco años cuando recibe el regalo esperado durante toda su vida. Solté una leve risita al verla. Me mandó un beso con su mano mientras me guiñaba un ojo.

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