Diario de una Campesina

By Chelitart

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Una mujer siempre ha querido tener un final feliz y casarse con su "Príncipe azul", y yo no soy la excepción... More

Prólogo
Fiesta Anual de la Risa
Antonio de Roma 1
Antonio de Roma 2
Noche en el bosque
Cumpleaños 1
Cumpleaños 2
El festival de las flores
Cena
Plática de hombres
Fiesta de las flores rojas
¿Qué es el amor?
Besos
Paseo
Mi cumpleaños
Huída
Camino y llegada
Organizando las cosas
Vida marital
La escuela
Feliz Primer Mes
La carpintería
Soldados
El médico
Regreso
Sótano
Hijos
Entrega
Savannah
Encuentro
Rávena
Inconsciente
Charla
Por los orígenes
Bendición
Familia
Regina
¿Aceptarías?
Llamado
El juicio
Sorpresas
Muerte
Soledad
Caída
Epílogo I: Coronación
Epílogo II: Boda
Epílogo III: Siglo XXI

El Palacio

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By Chelitart

-Francisco- habló Aurora -¿Cuándo nos casamos?- preguntó por segunda vez al hombre que estaba alado de ella.

Francisco apenas tenía una semana sin saber nada de su amada. Había salido al patio del Palacio con sus hijos en brazos para que ellos vieran las flores y se distrajeran. Las flores eran rojas, igual que el color de los labios de Savannah cuando se los pintaba con las bayas, eran tan rojas como el vestido que él le había regalado para que se vistieras y asistiera a su cumpleaños. Él estaba hundido en sus pensamientos y preocupaciones. Quería ir con su esposa y olvidarse del mundo, quería una casa donde estuvieran ellos y sus hijos.

-¡Francisco!- gritó Aurora con su voz chillona -respóndeme- Francisco la miró con odio al ser sorprendido.

-No me casaré contigo, nunca- dijo sin despegar la vista de sus hijos.

-Esa mujer no te conviene, no le conviene a Rávena y los demás pueblos- contestó la mujer cruzando los brazos. Francisco se enojó y la miró con odio.

-¡Es mi esposa de quien hablas, ten más respeto! Si quieres casarte, busca a un hombre soltero, no me molestes- se apartó de ella y caminó al Palacio con las pocas fuerzas que tenía. Aurora lo siguió mientras lo insultaba a él, a su esposa y a sus hijos.

-Desearás que sea la madre de tus bastardos mocosos- la mano de Francisco la cayó, él le dio una cachetada tan leve que la mejilla de Aurora ni se movió, pero su gesto y el propósito fueron los que le sacaron lágrimas a Aurora.

-¡No hables así de ella y de mis hijos!- habló secó -tu y yo nunca estaremos juntos. Puedes vivir en el Palacio porque mi Padre así lo quiere, puedes llamarte mi prometida si así lo deseas, pero yo estoy casado, amo a mi esposa y a mis los hijos que tengo con ella, ¡eso nunca cambiará!- Francisco se metió al Palacio y fue a su cuarto. Les dio leche de vaca a sus hijos para que se durmieran tranquilos.

Mientras tanto, Aurora lloraba, "¿qué tiene ella que yo no?", se preguntaba, "¿cuál era la razón por la que Francisco se fijó en una sucia campesina y no en una mujer tan refinada como ella?, ¿será que Francisco se sienta superior a ella y por eso la quiere junto a él?" Esas y más preguntas se hacía. No encontraba explicación a algo tan sencillo, Francisco se había enamorado de Savannah por su forma sencilla y amable de ser, servicial y justa con los demás, trabajadora y honrada. Aurora y Savannah era diferentes en todos los aspectos: una era envidiosa y quejosa, la otra era amable y soñadora; una era orgullosa, la otra servicial; una corrupta y la otra justa y generosa, apariencias y personalidad, negro y blanco, infierno y cielo, rencor y paz.

Aurora fue a la puerta del cuarto de Francisco recordando las palabras del Rey "Para que te cases con Francisco, tienes que hacerle creer que aceptas a sus hijos, así, él te aceptará".

-Francisco, perdón- dijo lo más sincera posible mientras tocaba la puerta del cuarto del Príncipe -no quería hablar así de tus hijos, ellos no tiene la culpa de nada- pegó su cabeza a la puerta para escuchar que tan lejos estaba Francisco de ella -Es que... Ponte en mi lugar. Lo que una mujer más desea es casarse con el hombre de sus sueños, me dijeron que tú eras ese sueño mío que no podía imaginar. Me gustas demasiado que, el día de nuestra boda, cuando no te presentaste, lloré como nunca. Además de la vergüenza que pasé, me sentí traicionada por ti- suspiró -cuando me enteré que te fuiste con otra mujer, te busqué, pensaba que podía arreglar las cosas, pero no fue así. Descubrí el escondite de sus hermanos y se lo dije al Rey para que él me siguiera aceptando, él los tomó y los iba a matar. Sabía que llegarías por ellos porque tienes un gran corazón, uno que ninguna mujer, ni siquiera la tal Savannah o yo nos merecemos- Aurora limpiaba sus lágrimas, unas eran sinceras y otras falsas -cuando me enteré que aquella mujer estaba embarazada, me enojé, yo quería dar hijos dignos de ti, hijos que engrandezcan tu nombre, el de tu padre, de tu Reino y el mío; cuando nacieron, morí de envidia y de coraje, los quería matar porque no eran dignos de tí, tienen sangre de campesinos, de ratas asquerosas y moribundas que comen excremento. Acepté a tus hijos porque no tienen la culpa de tener sangre sucia como la de su madre, sangre de prostituta rastrera que finge cazar animales para vivir. Yo puedo criarlos y darles la buena educación que necesitan para gobernar y...- Francisco abrió un poco la puerta, lo hizo solo para que su voz saliera y Aurora lo pudiera escuchar.

-Sí lo que buscabas era mi perdón, lo perdiste con lo último que dijiste- no se le vio la cara -no te quiero ver más por aquí, y si lo haces, espero que sea para despedirte. No quiero que Savannah y mis hijos sean pronunciados por tu sucia boca, nunca más- cerró la puerta y la aseguró con llave, Aurora lloró. Por su parte, Francisco estaba guardando todos sus sentimientos: temor, tristeza, ira, impotencia. "¿Dónde estará Savannah, el amor de su vida?, ¿Ya habrá comido?, ¿algún hombre la habrá intentado tocar o hacer algo malo?" ¡Qué impotencia la suya! Apenas tenía fuerzas para caminar y sostener a sus hijos. Los moretones y las heridas ocasionadas por los golpes apenas querían sanar. En el calabozo no comía bien, por los que estaba desnutrido; no se había podido bañar desde hace unos meses, el agua fría recorría su cuerpo y se estremecía. Su fornida figura desapareció, su cara bella estaba herida. Quería ver a su amada pero no quería que ella viera su aspecto físico, no lo podía aceptar.

Se acostó en la cama, donde estaban sus bebés, los miraba un número incontable de veces, ambos niños se parecían entre sí, sin embargo, los dos tenían rasgos diferentes, uno se parecía a él y el otro a la bella mujer que los había concebido, a la futura Reina de Rávena, Savannah. Tomó al pequeño Antonio y lo miró, mientras tanto, unas pequeñas lágrimas salían de él. Él era hombre y tenía que comportarse como tal, pero no podía, sus sentimientos eran más grandes que sus costumbres.

Pasó el tiempo, cinco semanas para ser exactos, sus heridas ya habían curado, su cuerpo volvió a ser fornido debido al ejercicio que hizo, no tanto como antes pero empezaba a tomar forma. Su rostro volvió a ser de antes, con la pequeña diferencia que ahora tenía una cicatriz en el inferior de su mejilla izquierda. Estaba decidido de irse, quería fugarse con sus hijos y buscar al amor de su vida que le fue arrebatado, tenía que buscar muy bien, habían varias opciones, varias ciudades y muchos días que recorrer en caballo.

-¿Entonces te irás?- le preguntó la Princesa Margaret cuando Francisco le contó su plan. Estaban en el cuarto de Francisco, su hermana había ido a ver a sus sobrinos, de ahora, dos meses y medio de edad.

-Sí, tengo que ir a buscarla antes de que mi padre y Aurora la manden al Reino Franco- Francisco empacaba solo cosas importantes, así como ropa para sus hijos y algunos juguetes, se llevó consigo un carro de oro y el de madera que Savannah le había dado hace casi diez años.

-Me impresionas, hermano. Tú y yo tenemos los mismos ideales y, siendo mayor, soy más temerosa a nuestro Padre, yo no soportaría tanto como ella- habló Margaret mientras jugaba con sus sobrinos -Es más, si yo fuera ella, no hubiera aguantado todo lo que pasaron. Desde el primer momento que te hubiera visto ser golpeado, me hubiera entregado.

-Ella lo iba a hacer, pero la encerré bajo llave, no quise que le hicieran daño junto a mis niños- habló seco, algunas lágrimas salieron de él. Margaret lo vio y fue a él, lo abrazó.

-Mi pequeño hermano- Francisco rompió en llanto, lloró todo lo que no había llorado en este tiempo -está bien llorar, somos humanos, tenemos sentimientos- Francisco no paraba, abrazó a su hermana mayor con fuerza.

-¡La quiero ver, quiero tenerla de nuevo a mi lado, quiero protegerla como lo tuve que haber hecho!- es lo único que dijo.

-Y eso hiciste, aguantarte todos esos golpes por ella y por tus hijos, hiciste lo que cualquier hombre no hubiera hecho. Ella debe estar muy orgullosa de ti, se casó con alguien que la ama en verdad...- se separó de su hermano -en la noche, distraeré a nuestro padre y a Aurora para que huyas.

-¿Qué harás?- preguntó Francisco.

-Me declararé. Seguiré tu ejemplo y le diré al hombre que amo todo lo que siento por él. Nuestro padre se enterará y lo enfrentaré como tú lo hiciste- río -A veces, los hermanos menores son los más valientes y maduros que hay. Los mayores tenemos que reconocerlo y seguir su ejemplo...- iba a salir del cuarto pero fue interrumpida por su hermano menor.

-Antes de que me vaya, ¿puedo saber quién es?- su hermana se puso roja. Su cara resaltaba más de lo normal, el cabello rubio heredado por su padre era opacado por el tono rojo de su piel.

-Es...- suspiró nerviosa -... Es el soldado Drago- cerró la puerta rápidamente.

Drago de Rávena, era un soldado que tenía un año menos que la Princesa Margaret. Él y Margaret siempre hablaban y se reían cuando el Rey no los veía. Ellos entablaron una amistad y, sin saberlo, se enamoraron, pero ninguno se atrevía a decir lo que sentían, tenían miedo de que fueran rechazados. Llegó la noche, Francisco espero el "escándalo" que iba a ser provocado por Margaret. Se escuchó un gritó en el pasillo.

-¡Suelta a mi hija, desgraciado!- gritó el Rey.

-Él me ama y yo lo amo, somos novios y nos podemos besar si queremos- gritó enojada Margaret.

-¡Mañana mismo decapitaré a tu noviecito!- le gritó su padre.

-¡Sobre mi cadaver!- se escucharon varias voces a la vez, había un alboroto en el patio, todos los integrantes de la familia Real, menos Francisco y sus hijos, estaban ahí. Francisco salió al establo y metió sus cosas, acomodó a sus hijos y salió por la parte de atrás del Palacio. Nadie notó su fuga porque estaban interesados en la Princesa Margaret y su novio, el soldado Drago.

Saliendo de Rávena, sus hijos empezaron a llorar, Francisco, como buen padre, se detuvo, acomodó a sus hijos mientras que los enrollaba en varías cobijas para cubrirlos del frío, siguió con el viaje. Tenía muchos destinos en mente, pero por alguna extraña razón sabía que en Roma iba a volver a ver a su amor.

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