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By theslytheringirlzz

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Lena Gaea, una joven cantante española de 20 años, nacionalmente conocida, ha sido seleccionada para represen... More

PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
1. Mi comienzo
2. La audición
3. La decisión
4. Hacia una vida nueva
5. Ensayo y enfado
6. Don Italia
7. El efecto italiano
8. El ascensor
9. Downtown
10. Fiesta y pelea
11. Enganchados
12. Quiero ser el primero
13. Al agua
14. Dúchate conmigo
15. El hombre misterioso
16. Periodistas
17. Pretenden que finjamos
18. Visita inesperada
19. El gran día
20. La traición
21. El dibujo
22. Break your chains
23. Desempate
24. Haciendo historia
25. La cita
26. Your slave
27. Viviendo engañada
28. Nubes de recuerdos
29. Promesa de niños
30. Lágrimas y amistad
31. Yo su protector, y ella mi salvación
32. Somos nuestros pero libres
33. Despejándome
34. Luces fuera
35. Ese cosquilleo
36. Placer anhelado
37. El dolor de tener que cerrar ciclos
38. Tulipanes blancos
39. El castigo
40. Todo al negro
41. En mitad del camino
42. Vuelo con destino a casa
43. Persistencia de la memoria
44. Billete de ida
45. Pisando la bota
46. La noche italiana
48. Abriendo los corazones
49. Desayuno con sorpresa
50. A través de la pantalla
51. La furia española
52. La segunda moneda
53. Marlena
54. Pieles mojadas
55. Finite sempre intrecciate
AGRADECIMIENTOS

47. La capital de la moda

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By theslytheringirlzz

LENA

Sentí unas leves caricias en mi mejilla, unas caricias procedentes de los labios de Damiano. Comenzó a depositar unos besos delicados con sus suaves labios que me hicieron despertar.

Solté una especie de gruñido mañanero y suspiré profundamente mientras me estiraba.

— Buenos días, nena. — dijo Damiano con voz ronca mientras acariciaba con el dorso de su mano mi mejilla.

— Buenos días, Don Italia. — respondí comenzando a abrir los ojos.

— ¿Piensas seguir durmiendo toda la mañana? — preguntó con tono burlón.

En ese momento estiré la mano para coger el móvil y ver la hora que era. Estaba descansada, pero aún tenía en mi cuerpo la sensación de fiesta de la noche anterior. Había dormido bien, pero parecía que acababa de cerrar los ojos, la verdad es que habíamos dormido unas pocas horas.

Tenía unos 20 mensajes de África contándome, casi con todo lujo de detalles, el resto de su noche con Victoria y unos 50 mensajes del grupo en el que estábamos los chicos. Mensajes que no tenía pensado leer hasta tener una buena dosis de cafeína circulando por mi cuerpo.

— Vístete que te queda mucha Italia por conocer. Vamos a desayunar. — dijo Damiano cumpliendo mis deseos.

Me duché para eliminar de mi cuerpo todo el rastro de fiesta y me puse un vestido blanco y unas sandalias cómodas porque ya me imaginaba que me esperaba otro día de andar, aunque no me quejaba. A los mejores sitios se llega a pie.

— Si yo fuera tú, metería en el bolso todo lo necesario para sobrevivir un día entero. — Me aconsejo Damiano dándome a entender que íbamos a pasar el día fuera.

Ante este consejo, mi alma de turista salió a la luz y decidí coger un bolso más grande y llenarlo de "por si acasos", esas cosas que siempre llevas encima por si en un futuro te hacen falta, aunque sabes de sobra que no vas a utilizar ni la mitad.

Salimos de la casa de Damiano y fuimos dando un agradable paseo a una cafetería cercana. Hacía un ambiente cálido, pero corría una brisita muy agradable.

La cafetería era preciosa y muy acogedora. La comida tenía una pinta deliciosa y nos decantamos por un variado de cruasanes, zumos de naranja y café.

Tomamos una mesa y nos sentamos para tomarnos el desayuno con calma, estaba realmente agotada, era lo necesario para volver a sentirme yo.

Moje el cruasán en el café, pero pude notar como la mirada del italiano se quedaba fija en mi rostro.

—¿Ocurre algo? — pregunté confusa con la boca llena de aquel bollo.

—Jajaja, nada, nada...— rió el azabache con una risa arqueada ante mi pregunta.

—Venga cuéntamelo. — supliqué.

—Nada, simplemente me vienen momentos de ayer noche, nada más. — confesó.

—¿Cómo cuáles?

—Nena... tú y el alcohol, sois lo que no hay. — rió— Sigo sin creer que terminásemos haciéndolo en el baño de una discoteca.

—Bueno, siempre hay primeras veces, no todo el mundo puede decir que ha terminado haciéndolo en el baño de una discoteca. — dije orgullosa, alzando la mano para chocar los cinco con el azabache.

—En eso no te quito la razón. — confesó correspondiendo mi gesto.

—Y por no hablar en el momento en que Thomas apenas tenía aguante y fui yo quien le sostuvo. — seguí charlando a la vez que iba comiendo.

—Esa escena la tendré grabada para siempre, Thomas por los suelos, y tú ayudándole a levantarse, y por si fuera poco, el tío comenzó a hablar supuestamente en Alemán para poder conquistar a las turistas. — añadió Damiano.

—Sinceramente estos chicos, no tiene remedio. — añadí acompañado de una carcajada.

Terminamos ambos nuestro desayuno y dimos otro paseo de vuelta a casa. Me estaba conteniendo para no preguntarle lo que estábamos haciendo porque prometí que me iba a dejar llevar. Así que mis dudas se resolvieron solas cuando llegamos de vuelta a casa de Damiano solo para coger el coche.

Mi desconcierto se incrementó aún más cuando después del trayecto en coche aparcó en el parking de la estación de tren.

— ¿A dónde vamos? — pregunté sin poder evitarlo.

— Déjate llevar Gaea. — dijo Damiano canturreando divertido a modo de advertencia. Pasó su brazo por encima de mis hombros y entramos dentro de la estación.

Aquello era bastante grande y todo estaba lleno de carteles en italiano, si me llega a dejar ahí sola, tengo claro que me habría perdido. Estaba mirando como loca todo mientras seguía el ritmo de los pasos rápidos de Damiano.

Llegamos a una ventanilla y Damiano sacó dos billetes y se los entregó a un señor que se encargaba de revisarlos. Intenté quitarle un billete de la mano a Damiano para ver el destino, pero él ya estaba viendo venir mis intenciones. Fue más rápido que yo, y quitó rápidamente los billetes antes de que yo pudiera mirarlos. Volvió a colocar su brazo por mi hombro y continuamos andando hacia el tren que nos correspondía.

— Ragazza cattiva. — dijo con su sexy acento italiano mientras negaba por la cabeza. Después de dos días aquí ya entendía algunas palabras en italiano, pero lógicamente no lo dominaba. Sabía que ragazza significaba chica, pero no entendía la segunda palabra. Deduje que era un adjetivo.

— ¿Qué me has llamado? — dije divertida alzando una ceja.

— Chica mala. — susurro acercándose a mi oído con voz ronca, provocándome un escalofrío en todo el cuerpo.

Él sabía perfectamente el poder que tenía sobre mí, sabía las palabras perfectas para volverme loca y le encantaba hacerlo en público para hacerme sufrir más. Por suerte no tuve que contenerme por mucho tiempo, porque llegamos a nuestro tren y la sensación de escalofrío dio paso a una emoción enorme al ver el letrero que estaba al lado del tren, en el cual se leía claramente: "Milán"

— ¿Vamos a Milán? — pregunté emocionada como una niña pequeña.

— ¿Te gusta el plan? — pregunto un poco preocupado por mi respuesta mientras me colocaba un mechón de cabello detrás de mi oreja.

— No podría gustarme más. — dije antes de depositar un beso en sus labios.

Nos subimos al tren y por suerte iba muy tranquilo, había poca gente y todos estábamos muy separados así que iba a ser un trayecto bastante agradable. Nos sentamos en los asientos que nos habían tocado y nos pusimos cómodos.

— Te aviso de que el viaje dura tres horas. Llegaremos sobre la hora de comer. — dijo Damiano esperando ver en mi rostro algún ápice de sorpresa.

— Bueno, así aprovecho para descansar. — dije sonriendo y pensando en la siesta mañanera que me iba a pegar para recuperar las horas de sueño que no había dormido la noche anterior.

Aproveche para contestar todos los mensajes pendientes. Hablé un rato con África y le conté que iba con Damiano de camino a Milán. Ella se había quedado con África en Roma para seguir haciendo un poco de turismo por allí.

Después, decidí que leer era la mejor forma de hacer que el trayecto se hiciera más corto. Leer siempre era una buena opción, así que busque entre la multitud de libros que tenía descargados en mi móvil y opte por continuar con mi lectura actual.

— Que haces nena? — preguntó Damiano interesado.

— Pues leer. — respondí sonriendo.

— No sabía que te gustaba leer, pero no sé por qué, no me sorprende.

—¿Y por qué no te sorprende?

—Te pega. — dijo con una mirada de admiración haciéndome sonreír. — Y ¿qué lees?

— Cumbres borrascosas. — respondí feliz.

— Me encantó ese libro

— ¿Te gusta leer también? — pregunté interesada.

— Si, aunque no leo todo lo que me gustaría por falta de tiempo.

— No sabía eso de ti.

— Nos quedan demasiadas cosas por conocer del otro. — dijo apoyando su rostro cariñosamente en mi hombro y colocando su mano en mi muslo.

— Tranquilo, tendremos tiempo de sobra. — añadí feliz.

Yo me sumergí en mi lectura y poco a poco Damiano se fue quedando dormido en mi hombro. Con el paso de las páginas, mis ojos se comenzaron a sentir pesados, y la tranquila respiración de Damiano se fue acompasando con la mía, provocándome un estado de somnolencia.

Solté el móvil, apoyé la cabeza en la de Damiano, y sintiendo su mano sobre la mía. Me quedé dormida yo también.

El bullicio de la gente se coló en mis oídos haciéndome despertar poco a poco. Abrí los ojos y el tren estaba parado, la gente se estaba levantando y todos recogían sus pertenencias.

— Damiano...— dije suavemente mientras le levantaba la cabeza para despertarlo. Él gruñó un poco y se despertó rápidamente. — Hemos llegado.

Abandonamos el tren y comenzamos nuestra ruta por Milán. Al final llegamos antes de lo previsto, Damiano había reservado en un restaurante y todavía quedaban unos minutos hasta la hora de la reserva así que dimos un tranquilo paseo viendo las tiendas.

— Ven vamos a ver aquello. — dije tirando de la mano de Damiano cuando vi una floristería preciosa. Por el rabillo del ojo pude ver como él sonreía cuando le cogí tan feliz de la mano. Me encantaba verle así conmigo, me encantaba ver cómo él se daba cuenta de lo feliz que era a su lado.

La floristería era preciosa, había flores de todo tipo, estaba todo lleno de colores. Era un lugar mágico que desprendía un aroma que te hacía querer quedarte ahí todo el día. En cuanto me despisté un poco, Damiano me había comprado una rosa. Él siempre sorprendiéndome. Suerte que pude colocarla en el bolso que llevaba de forma que no se estropease.

Después de aquella parada, ya era la hora de la reserva en el restaurante, así que dejamos para después el turismo y le hicimos caso al rugido procedente de nuestras barrigas.

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