Vi su nombre de contacto en la llamada entrante y me sorprendí de tremenda casualidad. Atendí y hubo un silencio de casi cinco segundos.
—¿Darío? —Su voz era entrecortada. No sabía qué decirle.
—¿Qué pasó? —respondí con voz firme.
—¿Cómo va todo? —Sabía que aquello siempre uno dice para que la conversación fluya, pero a veces es todo lo contrario.
—¿Qué ha sucedido? —pregunté directamente.
Hubo otro silencio de cinco segundos. Lo imaginé al otro lado de la línea, con el cabello hacia delante, rechoncho y tratando de reírse por algo, pero en aquella ocasión no había razón para reír.
—Darío... yo no he hecho nada malo.
—Bueno, entonces me has de contar qué ha pasado.
Tomó un largo respiro y luego continuó.
—Mi abuelo cuando murió dejó un terreno baldío en las afueras de Guayaquil. Está muy bien metido y cubierto. Mi familia jamás ha tenido interés en hacer algo allí, y fue entonces cuando, luego de dejar mi número de contacto en un viaje a dicho terreno, un grupo de personas había dejado un mensaje. Ellos me preguntaron si podían utilizarlo para realizar algunos cultivos. Yo, un poco dudoso, acepté y dejé mi dirección de correo para poder ir a retirar los alquileres. Con el paso del tiempo cada sobre venía con más dinero. Me dio mucho gusto ver aquello y así se dio durante ocho meses. Sin embargo, en un viaje con un primo a dicho lugar, nos dimos cuenta de que lo que sembraban allí era cannabis. Sí, así como lo oyes, la planta de dónde sacan la marihuana.
—No me jodas —dije, porque no sabía qué más responder.
—Sí. Hablamos con los señores del grupo y nos dijeron que no debíamos sorprendernos porque aquel lugar servía expresamente para eso. Yo no supe qué decir y mi primo tampoco. Ellos nos dijeron que no era para consumo de personas en la calle, pero no les creímos. Sin embargo, y aquí es donde entra mi error, decidimos seguir con los cultivos, con la única condición de que ellos no nos involucrarían en eso, simplemente que habían invadido terreno privado. Por esa razón siempre llegaban a las agencias de correos cheques o sobres de hasta mil dólares que iba a retirar con mi primo. No lo usé para nada malo, salvo para lo que necesitaba. En casa tenía guardada gran parte del dinero.
—Entonces, ¿por qué hay tanto problema hoy?
—La primera persona a quien le comenté fue Emely. Ella no estaba de acuerdo, pero no podíamos hacer nada. El problema radica en que sus padres leyeron los mensajes en que yo le contaba acerca de lo sucedido y le hicieron un enorme problema. Llamaron a mis padres y me tacharon de drogadicto y de vendedor. Fue terrible. Aquello sucedió ayer en la noche. Le comenté a mis padres lo sucedido y les mostré el dinero que me quedaba, eran casi seis mil dólares. No lo había gastado desde que me enteré de lo que ellos realmente hacían. No les quise decir nada al principio porque creí que me castigarían o que nos meteríamos en problemas, pero bueno, ahora ya lo saben. José también lo sabía, así que por eso hoy los llamaron a la oficina del director.
—¿Y qué piensas hacer?
—Bueno, como he dicho toda la verdad y mis padres lo han confirmado, solo seré castigado. Nada de fiestas, ni salidas, y el dinero que me entregaron lo hemos entregado hoy a un sacerdote en el centro de la ciudad que le da de comer a indigentes todos los días.
—¿Y el campo con marihuana?
—Ya les hablamos en buenas condiciones, que simplemente lo dejen y que el utópico acuerdo que teníamos queda cancelado. Lastimosamente, los padres de Emely le contaron al director sobre lo que ha sucedido y él se lo ha tomado muy personal al parecer. Hoy, a pesar de escuchar toda la explicación que di, no ha dudado en decirme que estoy por arruinar la imagen del colegio, incluso quiso meterte a ti solo porque eres de familia colombiana. No sé qué mierda le ha sucedido, pero espero que para mañana todo esté bien. Ah, y me han suspendido tres días.
—Pero si no ha pasado a mayores lo que ha sucedido, ¿por qué todos han actuado raros hoy?
—Porque los padres de Emely llamaron a los suyos a decirles la clase de persona que soy y con quién están dejando a sus hijos juntarse, un poco loco, ¿no crees?
—Vaya, y todo en una noche —señalé.
—El diablo trabaja duro, pero los que son padres, trabajan aún más duro.
—Tienes razón. —Justo en ese momento recordé cuánto mi madre se había sacrificado por mí.
—Entonces estoy vetado del colegio, vetado de sus amistades. No me sorprendería que tu madre tampoco quisiera que me junte contigo.
—Bueno, no tiene por qué enterarse, aparte, si le explico, entenderá que no has hecho nada grave, al menos no tú.
—Sí hice algo malo, Darío, pero no tan malo como lo están pintando allá fuera.
—Sí, lo que dices es correcto. Los de arriba siempre se sentirán más grandes mientras se encarguen de que los pequeños disminuyan más. Ángel está algo preocupado.
—Lo sé, él se preocupa por todo el mundo, como si mis errores lo pusieran mal a él. Parece padre de todos.
—Es bueno eso, ¿no?
—Lo es, pero debe dejar de pensar en los demás y ver más por él.
—En eso sí te creo.
Ambos nos reímos y seguimos hablando acerca de lo sucedido. Él no estaba enojado con Emely ni con nadie, todo lo contrario, estuvo agradecido de que aquello se supiera y que no hubiera un problema mayor. Meterse con esa clase de gente casi nunca termina bien y Diego lo sabía.
Cuando terminamos de hablar le conté a Ángel lo sucedido y él se alivió un poco.
—Me encantaría saber qué tiene en la cabeza a veces —dijo, con voz triste.
—No tienes que hacerlo, Ángel. Sus errores no son tu responsabilidad.
Aquello lo dejó pensando un buen rato. Ángel era un buen amigo, era como el Johan de mi bachillerato, pero sin abandonarme.
—¿Me preocupo demasiado? —preguntó.
—Sí, Ángel.
—Pero es que no quiero que se metan en problemas o les ocurra algo malo.
—Y aquello no lo podrás evitar, Ángel. —Me senté junto a él en el mueble y le di una palmada—. Nosotros no nos preocupamos por ti pensando en cómo estás todo el tiempo, y no porque no te apreciemos, sino porque sabemos que cada cual hace su vida. Tú ayudas mucho a los demás, pero te consumes en tu dolor, porque no todos saben a qué te enfrentas cada día. Debes sentirte solo, un poco contrariado porque ya no vas ni a la Iglesia, y a pesar de eso sigues siendo una buena persona. Deja de preocuparte tanto por los demás porque ellos no se preocupan tanto por ti, ¿estamos?
Él asintió en silencio.
—¿Qué pasará con Diego?
—Lo suspenderán tres días.
—Es absurdo —replicó, muy confundido—. Él no ha hecho nada malo.
—De hecho, sí, Ángel. Solo que él no lo sabía, y cuando lo supo, por miedo no dijo nada a nadie. Está agradecido de que se sepa.
—Es curioso, ¿no crees?
—¿Qué es curioso?
—Que algo así termine en algo malo. Quiero decir, esta noticia rodará por todo el colegio y nosotros estaremos vigilados hasta que algo nuevo y que sea peor suceda, lo cual estará difícil. ¿Por qué las personas olvidan a la hora siguiente algo bueno que has hecho, pero un error tuyo te lo recuerdan el resto de tu vida? Hechos como aquel es lo que no nos deja avanzar como humanidad, vivimos regresando al pasado, pero solo a ver lo malo.
—Tienes razón, pero esperemos a que sea algo pasajero.
Aquella misma noche le contamos a mis dos madres lo que había sucedido.
—Ustedes están para campeonato —dijo mi madre luego de habernos escuchado.
—¿Por qué? —pregunté—. No hizo nada terrible.
—Porque en un campeonato para ser el grupo con más problemas tontos, ustedes ganan —explicó mi abuela.
—¿Cómo le hacen para estar en un problema nuevo cada mes? —indagó mi madre.
—Hum... —Ángel pensó en una respuesta—. A decir verdad, no lo sé, señora. No me había puesto a pensar en eso. Deberíamos dejar de juntarnos, a ver si nos va mejor en la vida.
Todos nos reímos de aquello y seguimos comiendo.
Pero lo que no sabíamos era que sí estábamos por separarnos.