Un giro inesperado

By MariaPadilla_

5.2M 367K 491K

Los caminos de Alice y Nicholas no estaban destinados a coincidir... o eso creía ella. Todo en ellos era dist... More

Sinopsis
Antes de leer
1. Amigo de un famoso
2. ¿Quieres ser monja?
3. Nicholas Blake
4. Primera sonrisa
5. La chica del capitán
6. ¿Prefieres el soccer?
7. Eres hermosa
8. ¿Has jugado Beer Pong?
9. Podría besarte
10. Cultura general
11. Siempre serás mi Lissie
12. Curaré tus heridas
13. ¿Te quedas a dormir?
14. Serás mi perdición
15. Necesito un abrazo
16. Prometo portarme bien
17. Diversión con alcohol
18. Precioso tormento
19. Gracias por ser tú
Especial: El secreto
20. Piano en miniatura
Especial II: La chica del bar
22. Rendido por ti
Especial III: Clases de química
23. Me aterra arruinarlo
24. Te deseo
25. No quiero que te detengas
26. Jamás seré capaz de olvidarte
27. Primer baile contigo
28. La última c
29. Te retendría toda una vida
30. Siempre podrás refugiarte en mí
31. Eres una piedra
32. No me dejes

21. Te quiero mucho

152K 9.3K 20.1K
By MariaPadilla_

2 de diciembre, 2018.

—Buenos días.

Nicholas no se inmutó de mi entrada a la cocina, pero Olivia, que se encontraba a su lado, sí se acercó a rodearme las piernas con los brazos.

—Allie. —Sonrió en medio del abrazo, ganándose mi sonrisa en el proceso. Luego me agaché para depositar un beso en su mejilla.

Lo que vestía hoy era peculiar; un overol verde chillón, camiseta amarilla con rayas negras, sandalias rosas y unas gafas de sol. A un gurú de la moda le quemaría los ojos semejante combinación, pero los domingos le permitía ser libre y utilizar lo que quisiera de su armario. La mayoría de las veces eso terminaba en atuendos... únicos.

Revolviéndole el cabello, me incorporé y me acerqué al pelinegro dándome la espalda mientras prepara sándwiches. Creyendo que no me había escuchado, lo saludé directamente:

—Hola.

Sin mostrar ninguna reacción, continuó su trabajo, ignorándome. Fruncí el ceño. ¿Qué le sucedía?

—¿Nicholas?

Nada.

Anoche mencionó lo de aquella medida desesperada, pero no creía que de verdad lo implementaría. Debía tratarse de otra cosa. Olivia, que se encontraba a su otro costado, también se extrañó.

—¿Nick? —lo llamó ella, dudosa.

—¿Sí, pequeña? —respondió de inmediato, sonriendo de costado.

Bastardo.

Sí se trataba de su tonta medida desesperada.

—¿Por qué no le contestas a Allie?

—Porque está esperando por algo que no existe. —Me crucé de brazos.

—Porque estoy esperando por algo que sí existe y Alice no quiere aceptar —corrigió, dirigiéndose a Olivia; a mí no me devolvía la mirada. Resoplé.

—¿Qué? —se confundió la rubia.

Nicholas se limitó a continuar preparando los sándwiches, dejándome la explicación a mí.

Hijo de satán.

—Que está jugando al... —Hice una mueca, tratando de encontrar una forma en que lo entendiera—. Fingir que soy invisible y... si me habla, pierde.

Quise sacudirlo cuando noté cómo apretó los labios, conteniendo la carcajada. Olivia formó un mohín y negó con la cabeza, en desacuerdo.

—Qué aburrido. Mejor jueguen a las princesas o a las escondidas, es más divertido —sugirió, apoyando el brazo en la encimera.

—Es muuuy aburrido —concordé—, pero Nicholas no quiere cambiar de idea. Tal vez tú puedas convencerlo.

La sonrisa de Olivia se amplió.

—Nick... —Tocó su brazo—. ¿Y si jugamos a las escondidas?

—Podemos jugar lo que quieras, pequeña, pero solo cuando Alice diga la palabra mágica.

—¿Palabra mágica? —Ahora parecía más confundida que antes.

—Sí, es una que solo ella sabe y no quiere compartir conmigo —fingió tristeza—. En cuánto lo haga, se terminará el juego.

—No hay ninguna palabra mágica —mascullé.

—En realidad, es una «c» mágica —le explicó.

—¿Eh?

—No hay una «c» mágica, ni ninguna otra consonante... —El resoplido de Olivia me interrumpió.

—¡Su juego es muy raro! —Y como si de una diva se tratara, dio media vuelta y salió de la cocina, frustrada por no entendernos.

Ambos observamos su camino a la salida, molesta.

—Tú ocasionaste eso. —La señalé.

Por primera vez en el día, Nicholas posó sus ojos en mí, levantando una ceja; sin embargo, continuó sin decir nada.

Tenía ganas de sacudirlo, no mentía.

—Ya basta. —Fruncí el ceño—. ¿En qué momento decidiste dejar de tener veinte años y pasar a tener diez?

Silencio.

En serio quería sacudirlo.

Bien, él habló de medidas desesperadas, ¿no? Lo intentaría con una forma que leí en un artículo sobre parejas tóxicas. Tal vez funcionada:

—No respiraré hasta que me hables —sentencié, llenando mis pulmones de aire.

Esperé... Y silencio otra vez. ¡Ni se inmutó!

Pasados treinta segundos, el oxígeno le comenzó a hacer falta a mis inútiles pulmones y me permití expulsar el aire que estaban reteniendo. La única reacción que obtuve de su parte fue una leve sonrisa divertida mientras servía los sándwiches en un platillo. Me sentía ofendida.

—¡Casi morí asfixiada y no hiciste nada para salvarme! —Me llevé una mano al pecho—. No tienes corazón, ¿en qué clase de amigo te convierte eso?

Cómo si hubiese dicho que la leche se servía primero que el cereal, giró la cabeza de inmediato, mirándome con el ceño fruncido, y finalmente, obtuve una respuesta de su parte:

—No soy tu amigo.

Arrugué las cejas. Lo acababa de acusar de no tener corazón, ¿y lo único que le importó fue ese absurdo título?

—Si no eres mi amigo, ¿entonces qué eres? —Me crucé de brazos, esperando una contestación que nunca llegó. ¡Me ignoró de nuevo!

—Te odio a ti y a tu medida desesperada.

Otra vez, me recibió el silencio. Decidí salir de la estancia antes de que mis manos cobraran vida propia y lo sacudieran.

Ambos podíamos aplicar su tonta ley del hielo.

(...)

—Y entonces... ¡Puff! Jack se cayó por el agujero del escenario —rio Olivia, terminando de contar cómo el último ensayo de su obra escolar culminó con el lobo feroz enyesado del brazo.

Nos encontrábamos almorzando. Nicholas continuaba con su absurda medida desesperada y yo le seguí el juego, ignorándolo de igual forma. Ahora éramos estos dos inmaduros sin cruzar palabras desde la mañana.

—Suena a que es un niño bastante inquieto —comentó él.

—No solo eso, es tonto y feo.

—Olivia... —dije en un tono cauto—. Jack no es tonto, tampoco feo, para de decir esas cosas.

—¡Él sí que lo es!

—No existen las personas feas, Olivia, todo es cuestión de percepción, y mucho menos las tontas, todos somos inteligentes en algo.

—Ajá, pero él lo es. —Se encogió de hombros.

Me llevé una mano a la sien. El desprecio que se tenían era incomprensible. Stella y yo evitábamos juntarlos a toda costa porque eso siempre terminaba en pelea. ¿La razón de fondo? Que a él no le gustaba Frozen y a ella no le gustaba Cars. También, Jack tenía una forma... peculiar de tratar a los demás, y eso nunca le agradó a Olivia.

Sabiendo que no llegaría a ningún acuerdo, no la contradije más. Una vez terminamos de comer, me ofrecí a meter los platos en el lavavajillas mientras Olivia y Nicholas jugaban Dobble Kids en la mesa, un juego de cartas que consistía en reconocer patrones.

—Oye, pequeña... —logré escuchar la voz de Nicholas.

—¿Sí?

—Alguien me contó que tú diste la idea de regalarme un pequeño y bonito piano ayer, ¿eso es cierto?

Por mera curiosidad, me detuve en la entrada de la cocina para observar mejor la escena. Olivia paró de ordenar sus cartas y lo miró, emocionada.

—¿Te gustó? —Sus ojitos brillaron.

—Más que eso —sonrió—. Es el mejor regalo que me han dado.

Haciendo un pequeño bailecito de felicidad, Olivia acompañó su sonrisa.

—¡Te dije que le gustaría, Allie!

—Lo hiciste —reconocí, contagiada por su energía.

—Me gusta dar las gracias con un abrazo, ¿me dejas abrazarte? —preguntó él, abriendo un poco sus brazos.

En lugar de brindarle una respuesta, la pequeña se incorporó y rodeó sus hombros con entusiasmo, sorprendiéndolo, pero eso no lo detuvo de devolverle el abrazo casi al instante. De forma inconsciente, una sonrisa se dibujó en mis labios.

Esa era una linda imagen para recordar, demasiado linda, pero lo que permanecería en mi memoria por un tiempo indefinido fueron las palabras que le siguieron a eso:

—Te quiero, Nick. —Noté que sus brazos apretaron más el agarre a su alrededor.

Y por un momento, me atemorizó pensar que él no le respondería, pero eso no sucedió. Sin un miligramo de vacilación en su tono de voz, sus siguientes palabras me hicieron estremecer:

—Yo también te quiero, pequeña. Te quiero mucho.

A la misma vez, yo... tuve sentimientos encontrados.

Por un lado, juro que toda la escena fue como un abrazo al corazón. No sabía que necesitaba escuchar a la persona más importante para mí y a la que se volvió más que especial en poco tiempo compartir un «te quiero», hasta que lo hice.

Y por el otro... Ni siquiera sabía explicar el otro, pero en lugar de que mi sonrisa creciera al escucharlos, lentamente, se desvaneció. Dejándolos solos, regresé a la cocina y me apoyé en la encimera, exhalando con pausa.

Traté de evitar perderme en pensamientos negativos; sin embargo, como casi siempre, no logré contenerlos.

¿Cuándo dejábamos de ser esos niños, como Olivia, que solo expresaban lo que sentían sin detenerse a pensar en factores externos? Intentaba entenderlo. Con el pasar de los años solo perdíamos cosas buenas... Inocencia, la capacidad de ser felices permanentemente, el saber perdonar y olvidar con facilidad... Y ganábamos miedos, inseguridades, desconfianza, temor. Debía ser un sentimiento compartido el querer volver a ser eso: niños sin preocupaciones y aflicciones en su cabeza que le impidieran decir algo cómo esa tonta última c o un «te quiero» con sencillez.

La escena anterior fue perfecta, pero también me hizo reflexionar en que yo jamás sería así de valiente. Nunca. A pesar de sentirme de la misma forma, no podría. Un «me importas» salió de mí gracias al alcohol, pero esa c, o peor aún, un «te quiero», no saldría con tanta simpleza.

Un beso depositado en mi mejilla hizo que diera un leve respingo de impresión. Pestañee varias veces, regresando a la realidad, antes de darme la vuelta y encontrarme con esos familiares ojos verdes. Sonreí a medias.

—Creo que acabas de decepcionar a Hipócrates —le hablé, rompiendo de igual forma la ley del hielo.

—¿Qué te pasa? —Me acunó la mejilla con una mano y la acarició con el pulgar. Apoyé la cabeza en ella.

—¿Se acabó el pasar de mí?

Soltó un bufido.

—Como si yo pudiera pasar de ti realmente.

—Lo hiciste muy bien para no poder hacerlo. —Enarqué una ceja. Él negó con la cabeza.

—Eres demasiado despistada.

Me limité a fruncir el ceño, esperando a que lo explicara. Es decir, sí lo era, pero me causaba curiosidad la razón exacta de su afirmación.

—A penas pude dejar de mirarte por pocos minutos en todo el día.

El rubor cubrió mis mejillas y en silencio, solo recosté más la cabeza en su mano.

—¿Dónde está mi respuesta sobre buscar halagos en internet? —Arrugó el entrecejo, preocupado—. ¿Qué te pasa? —repitió la pregunta de hace rato.

Lo miré con detenimiento, detallando la astucia que destilaban sus ojos y que debía tener presente antes de contestar algo que no creyera.

—Sé que contestar «nada» podría hacer que creas lo contrario, pero de verdad estoy...

—No mientas.

—Es una tontería, no tienes que preocupa...

—Si fuera una tontería no te verías tan decaída.

—No dejarás de preguntar hasta que te cuente, ¿no?

Depositó un beso en mi frente.

—No.

Suspirando, recosté la cabeza en su pecho, aspirando el olor de su camiseta y descubriendo lo mucho que apaciguaba el pesar de mi interior aquella cercanía.

—No me gusta ser tan cobarde, temerosa o cómo lo llames tú —Respiré hondo—. No me gusta ser así, y por más que intento, no puedo cambiarlo.

Con sutileza, acunó mi rostro entre sus manos y rozó su nariz con la mía, reconfortándome sin siquiera pronunciar palabras.

—No somos robots que pueden cambiar piezas defectuosas de sí mismos solo porque no nos gustan —murmuró.

—Tal vez no cambiar, pero sí mejorar; yo no puedo hacer eso.

—No se logra de una día para otro —reconoció.

—Lo sé —aparté la mirada, pero sus manos me instaron a verlo de nuevo.

—Escúchame.

—No es necesario que...

—Todos tenemos piezas defectuosas de las que quisiéramos deshacernos, preciosa. —Despejó un poco el flequillo de mi frente—. El truco está en hacer los engranajes funcionar a pesar de que algunos necesiten un poco más de aceite para moverse, en cumplir tu objetivo a pesar de que algunas piezas te lo dificulten.

»Puedes ser cobarde, temerosa, o cómo lo llamo yo: humana, y aún así ser la mejor versión de ti misma dedicándole el tiempo necesario a engrasar esas partes para que logres todo lo que te propongas. Sé que lo hago sonar sencillo, en palabras todo se suena así, pero puedo prometer que a pesar de no serlo, el sentimiento que te deja después vale totalmente la pena. La valentía no existe sin el miedo.

Respiré con lentitud, repitiendo todo en mi cabeza; su mirada, sus palabras, su talento para decir las cosas correctas en el momento correcto.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo, Nicholas?

—Preparándome para encontrarte —bromeó, sacándome una sonrisa.

—Romántico.

Sus ojos me analizaron un segundo más, tal vez intentando descifrar la razón de mi cambio de humor repentino. Y su siguiente intromisión me lo confirmó:

—Si le dije eso a Olivia es porque de verdad lo siento, corazón. Lo sabes, ¿no?

—Lo sé —acaricié la tela de su camiseta con los dedos—. Tengo una hermana maravillosa de la que incluso me gusta presumir, sé lo fácil que puede darse a querer.

—Lo comparte contigo.

—¿Qué cosa?

Una de sus manos hizo contacto con mi cintura. La piel se me erizó.

—Lo maravillosa.

—Acabas de presenciar uno de mis tontos bajones, ¿e incluso así crees eso?

—Los días malos no te hacen menos maravillosa, Alice.

Apreté los labios.

—Tienes que dejar de decir esas cosas.

—¿Por qué?

Bajé la mirada por un segundo, dudando si debía decirlo o no.

—Porque terminarás enamorándome.

—Si eso sucede me sentiré jodidamente satisfecho. —Rozó mi mejilla con su nariz. Casi solté un suspiro.

—¿Ah, sí?

—Ese siempre ha sido mi propósito.

Me alejé un poco para buscar en su mirada el atisbo de broma. Para mi sorpresa, no lo encontré. Y cuando abrí la boca para decir algo, la intromisión de Olivia en la cocina nos hizo separar con rapidez.

Con una postura recriminadora, se plantó ante nosotros con los brazos en forma de jarra.

—Perdiste —sentenció, mirando a Nick.

—¿Perdí? —repitió, confundido.

—Sí, su juego raro. ¡Ahora juguemos a las escondidas! —Dio pequeños saltos en su lugar.

(...)

NICHOLAS

3 de diciembre, 2018.

—¿Cuál apodo es mejor? ¿Nicki Tricki o Nicki Friki?

Jared iba a sacarme canas verdes. Lo juro.

—Nicki Tricki va más con su nuevo yo, antes le iba mejor Nicki Friki.

Y su hermano también.

—Cierto —concedió Jared, anotándolo en su libreta—. Era un friki presumido, ególatra y comemierda.

—¿Ahora qué se supone que están haciendo?

A una hora de que comenzara el partido contra los inútiles de Keiser, el equipo al que pertenecía la basura de Campbell, nos encontrábamos en los vestidores. Intentaba no pensar en él. Mucho menos luego de descubrir lo que significaba para Alice.

Quise enterrar la cabeza en tierra cuando ella dijo que solían ser mejores amigos, luego quise tirarme por un barranco cuando deduje con facilidad que ella evadió la pregunta de James sobre su primer amor porque se trataba de él. Apreciaba su intento de evitar problemas entre él y yo, pero debía creerme muy tonto para que no me percatase de eso. Fue cuestión de atar cabos.

No me gustaba que sintiera la necesidad de mantener una paz inexistente entre ambos limitándose de hacer o decir cosas.

—Estamos anotando nuestros apodos —explicó James.

—¿Por qué mierda hacen eso a una hora del partido?

—Funciona para calmar los nervios —Jared continuó escribiendo.

—¿Todavía sienten nervios antes de un partido? —me burlé, arrebatando la libreta de las manos de Jared para leer que escribieron.

Fruncí el ceño según iba leyendo. ¿Qué...?

—¿Quién en el jodido mundo te llama «sueño caliente», Jared? —Y así había más sobrenombres ridículos como «pecado capital» o «Sr. moja bragas».

—Te sorprenderían los mensajes de chicas que recibo. —Sonrió, orgulloso.

—Ya. ¿Sibila sabe eso? —Alcé una ceja.

El silencio llenó el ambiente.

—No hay más Sibila —informó James, más tarde.

Agrandé los ojos, la información me resultó milagrosa.

—¿Terminaron? ¡Felicida...!

—No hemos terminado. Solo nos peleamos.

Entorné los ojos. Sabía que era demasiado bueno para ser cierto.

—Eres tan idiota —mascullé.

—Patético —concedió la otra copia.

—No hablaremos de eso otra vez. No jodan con esa mierda —bramó Jared.

—No vas a olvidarla de esa forma, lo sabes. —No tuve que decir el nombre, los dos entendieron a quién me refería.

—Maldición, son un grano en el culo. —Se levantó de la banca, revolviéndose el cabello.

Él no era de molestarse con facilidad. Casi todo el tiempo lo dominaba su personalidad bromista, divertida y despreocupada, pero este era uno de los pocos temas que lograban afectarle a tal punto.

—Deja de comportarte como un idiota y dejaremos de serlo.

—¿Por qué son tan jodidamente insistentes con eso?

—La amas y no tienes los huevos de luchar por una segunda oportunidad —establecí, recostándome en el casillero detrás de mí.

—Ella ya no me ve así.

El otro pelirrojo resopló, igual o más cansado que yo.

—Estás ciego, hermano. ¿Por qué demonios crees que le desagrada Sibila? —James lo miraba con aburrimiento—. No es la chica más simpática del mundo, lo sabemos, pero Hazel siempre se desvive por entender y caerle bien a la gente. ¿Por qué crees que con ella no lo ha intentado?

Hazel y Jared: dos idiotas enamorados el uno del otro desde que tenían quince, tuvieron una relación estable hasta que nos graduamos de la preparatoria y terminaron cuando Hazel decidió inscribirse en una universidad de su país natal, Alemania. Una cosa llevó a la otra y regresó hace un año, transfiriéndose a la misma universidad en la que estábamos porque ya no sentía a Alemania como su hogar.

¿Qué había sucedido desde entonces? Jared aún continuaba resentido por abandonarlo hace unos años y su actitud con ella no volvió a ser la misma, mientras que Hazel era lo suficientemente orgullosa para no admitir que regresó por él, enfrentarlo y hablar sobre sus mierdas de una buena vez.

Ahora mantenían una extraña amistad en la que disfrutaban picarse el uno al otro para mantenerse cerca. Claro que, esta última parte la agregué yo. Ellos no admitirían que lo hacían por esa razón.

Y por supuesto, Jared se hizo novio de Sibila hace dos meses, disminuyendo todavía más las posibilidades de una reconciliación.

—Ustedes no saben nada —murmuró.

—Sabemos lo suficiente para decretar que eres un idiota resentido. —Me encogí de hombros.

—Resentido o no, ya no intentaré nada con ella.

—Eso hasta que Hazel decida prestarle atención a los chicos que babean por ella. Brent incluido. —James chaqueó la lengua.

Asentí, divertido. Brent, nuestro amigo con habilidades peligrosas para la informática, en la última fiesta a la que asistimos no le despegó la mirada de encima. Hazel no lo notó porque estaba muy ocupada discutiendo con el idiota frente a mí.

—¿Qué Brent qué? —El entrecejo de Jared se arrugó y sus brazos cayeron inanimados a sus costados.

—Brent no tardará en dar un paso hacia ella. Lo conoces —resalté, a propósito.

Jared me miró con irritación.

—No permitiré que Hazel esté con alguien como él.

—¿Alguien como él? Según recuerdo, es el mismo tipo guay que tú nos presentaste luego de volverse amiguísimos en una fiesta —James enarcó una ceja.

—Me importa una mierda. Él no la merece.

—¿Tú sí? —pregunté, entretenido.

—No —respiró con lentitud. Lo conocía lo suficiente para entrever lo mucho que estaba intentando contener sus celos en este momento.

—¿Y dejarás que sea ella quién decida quién la merece o mientras tanto lo seguirás haciendo tú? —Jared le dedicó una mirada fulminante a su hermano y procedieron a empezar una de sus estúpidas guerras de miradas.

Aparté mi vista de ellos y la centré en la entrada de los vestidores, donde acababa de adentrarse una cabellera rubia. En menos de un minuto Lucas se acercó al espacio alejado de los demás en el que los gemelos y yo discutíamos y dejó caer su bolso deportivo a un lado mío, apresurándose a remover la ropa casual que traía para colocarse el uniforme que ya todos llevábamos.

—El entrenador te dejará en la banca si continúas llegando tarde, Bradley.

—Lo bueno tarde en llegar, Hotch lo sabe. —Se encogió de hombros—. ¿Alice vendrá?

—Sí —reprimí la sonrisa. A pesar de que me costó un poco convencerla cuando ayer recordó que tenía turno en el bar, al final cedió y le pidió a uno de sus compañeros que la cubriera.

Jared y James pararon su estúpida guerra de miradas y al mismo tiempo, posaron sus ojos en mí.

—¿Invitaste a Alice sabiendo que Campbell estaría en el partido? —preguntó el ojiazul, incrédulo.

—Creímos que no lo querías cerca de ella —concordó Jared.

—Y no he cambiado de parecer, pero es ella quien decide si lo quiere cerca o no. Ellos eran... amigos. —Hice una mueca.

—Mejores amigos —corrigió Lucas. Lo miré mal.

—Es lo mismo.

—No lo es —dijeron al unísono las copias.

—Los odio.

—Nos amas, Nicki Tricki, no te engañes —replicó Jared, rodando los ojos.

Quería estrangularlos la mitad del tiempo, pero Jared tenía razón en eso por más que me generara pesar admitirlo. Ellos eran los únicos, aparte de Hazel, que se habían acercado a mi desinteresadamente, incluso siendo un friki presumido, ególatra y come mierda.

A los diez años era el típico niño que se creía superior a los demás por tener dinero. James y Jared llegaron a mi vida para darle un puñetazo, literalmente, a ese niño presuntuoso que les había negado sentarse con él en la cafetería de la escuela —a pesar de encontrarme solo en la mesa, pues no tenía amigos— porque no quería juntarse con becados.

James fue el primero en darme un golpe en la mandíbula al escuchar la razón salir de mi boca y Jared le siguió con un empujón que me tumbó del asiento; eso dio lugar a una pelea de dos contra uno que culminó con los tres en detención por un mes y con un trabajo sobre la ira y sus consecuencias que debíamos exponer frente a toda la clase.

De forma inevitable, tuvimos que interactuar para hacer el estúpido trabajo y poco a poco fuimos bajando la guardia y descubriendo las cosas que teníamos en común. Cuando me di cuenta, ya los idiotas pasaban la mayoría de las tardes en mi casa o viceversa, y yo había dejado de ser ese niño desagradable que se sentía incomprendido cuando dos gemelos insoportables me ayudaron a cambiar esa errónea perspectiva de la vida.

Lucas también se estaba convirtiendo en un buen amigo a pesar de mis celos injustificados al verlo interactuar con Alice.

Alice.

Joder, mis pensamientos siempre lograban tomar una ruta que concluyeran en ella. Siempre. No salía de mi cabeza.

Necesitaba enviarle un mensaje para confirmar que vendría y no solo me lo dijo para que parara de insistir. ¿Dónde demonios olvidé mi teléfono?

—Lo dejaste en el auto, bebé —informó James. Fruncí el ceño, ¿cómo...?—. No lo traías en la mano cuando llegaste —explicó.

—Copia observadora —sonreí de soslayo, negando con la cabeza.

Me dirigí al estacionamiento antes de que el entrenador nos hiciera calentar. A los lejos, distinguí a algunos jugadores del equipo del Keiser adentrarse a los vestidores del equipo visitante. No les presté mucha atención y me centré en llegar al auto. Efectivamente, ahí estaba el teléfono, con muchas llamadas perdidas y mensajes de un número desconocido.

Ella otra vez.

Mis hombros se tensaron. Emily nunca terminaría de entender que no quería ninguna clase de comunicación con ella.

No sabía cómo demonios se las arreglaba para conseguir un número nuevo para joderme la existencia, pero lo hacía. Sin necesitar leer nada, mientras me dirigía a los vestidores de nuevo, eliminé la conversación y bloqueé el contacto.

—Blake.

Lo que me faltaba.

Esa maldita voz.

Sabiendo cómo terminarían las cosas si me detenía, decidí seguir caminando e ignorarlo. Tampoco deseaba que Alice se volviera a enfadar conmigo por algo que habría podido evitar; no creía que esta vez fuera tan sencillo conciliar las cosas entre ambos si los acontecimientos de la pizzería se repetían.

Desafortunadamente, Campbell no me lo permitió. Apreté los puños a mis costados cuando su mano se posó en mi hombro a pocos pasos de lograr mi objetivo. Sin intenciones de mostrarme amable, removí su mano del lugar y me di la vuelta.

—¿Qué demonios quieres?

—Me enteré de lo dichoso que eres hoy en día.

—¿Y eso debería de no valerme mierda porque...?

—Porque se trata de ti viviendo con mi chica.

¿Su qué?

¿De qué jodida chica me estaba hablando? Porque me negaba a creer que se refirió a Alice de esa forma.

—¿Quién se supone que es esa chica?

La sonrisa abandonó sus labios y una expresión seria ensombreció su rostro cuando me dio una respuesta:

—Alice.

Además de imbécil, patético.

—Te afanas en dar lástima, Campbell. Si en el pasado fueron amigos, ¿qué tan ingenuo debes ser para creer que eso cambiará en el presente? —Lo miré con diversión a pesar de sentir la sangre arder en mis venas.

—Ella estaba enamorada de...

—La palabra clave en tu patética respuesta es «estaba».

Pareciendo cansado de la palabrería, procedió a sacar su teléfono; yo estaba mucho más harto que él y por el bien de mi convivencia con Alice, decidí retomar mi camino. Lástima que la vida era una perra injusta, porque antes de que terminara de marcharme, sus siguientes palabras me detuvieron:

—En el pasado, siendo todavía unos críos, se sintió genial besarla. ¿Cómo adivinas que se sintió hacerlo ahora, Blake?

¿Eran alucinaciones mías o ese imbécil insinuó que la besó?

Me di la vuelta. Mi pecho subía y bajaba sin disimulo debido a la respiración palpitante que salía de él.

—¿De qué mierda estás hablando, imbécil?

Con una sonrisa cínica, le dio la vuelta a su teléfono.

—De esto.

Mi sangre, que hacía un segundo estaba flameante, de repente, se volvió fría. Apreté tanto la mandíbula que sentí la vena del cuello marcarse y mis dientes doler, ni hablar de lo rojizos que debían estar mis nudillos.

Esa imagen...

Al imbécil no pareció bastarle con sólo enseñar la foto, también debía terminar de hacerme perder los estribos con más estupideces:

—Alice me interesa más de lo que crees. Que tú vivas con ella no hace más que alentarme porque la verás irse a los brazos de otro frente a tus narices. Tal y cómo en los viejos tiempos, ¿no?

Debía haber algo mal en su jodida cabeza.

Sin meditarlo un segundo más, lo tomé del cuello de la camisa con brusquedad y lo estampé contra uno de los casilleros. Él sonreía, triunfante, de haber causado finalmente una reacción en mí.

—Emily me importaba una mierda a comparación de Alice, Campbell, que te quede claro —Mis palabras salían despacio y con contención—. Tú solo eres un imbécil lo suficientemente patético para desear llamar la atención que no recibes en el campo con mierdas cómo esta porque yo resulto ser mejor de lo que serás tú en años.

»Ella no es una jodida competencia, y de serlo, tú ni siquiera estarías participando. No me apartaré de ella por una estúpida foto que incluso pudiste haber distorsionado. Ahora, déjame en paz, apártate de una maldita vez de mi camino y continúa con tus inútiles intentos de conquistarla que no te llevarán a nada.

Intentándolo por última vez, lo solté con brusquedad, no esperando una respuesta de su parte antes de marcharme.

Estaba enojado, de mal humor y celoso. Jodidamente celoso, porque en realidad, esa maldita foto no parecía haber sido retocada.

Era él... besándola. En el bar.

Pensar que tocó sus labios, que ella lo había permitido, que ella podría sentir algo por él, me enfermaba. Me sentía herido a pesar de demostrarle lo contrario a ese imbécil.

Agradecí que los pasillos que daban a los vestuarios se encontraran desolados porque una mirada curiosa, acusadora o de cualquier tipo solo haría que me enfureciera más.

Ella no me contó de ese beso, tampoco que lo había vuelto a ver. Y lo peor, lo que hacía hervir mi sangre otra vez, era que yo no tenía ningún tipo de derecho a reclamarle nada, porque había sido lo suficientemente idiota para no animarme a formalizar lo que teníamos.

Hasta ahora.

•••

Gracias por llegar hasta aquí, corazones.

Pueden encontrarme en Instagram y en Twitter como @cuerpolector (puede que esté subiendo una ilustración de Nick, Alice y Olivia por allá pronto) 🤍

Continue Reading

You'll Also Like

184K 13.9K 26
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...
107K 5.7K 51
¿Qué nos perdimos entre Martin y Juanjo cuando no había cámaras? Basándome en cosas reales, imagino momentos y conversaciones que pudieron ocurrir. L...
64.2K 3K 45
donde juanjo es un chico que se niega a enamorarse otra vez o donde martin se enamora de su nuevo amigo