Un giro inesperado

Per MariaPadilla_

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Los caminos de Alice y Nicholas no estaban destinados a coincidir... o eso creía ella. Todo en ellos era dist... Més

Sinopsis
Antes de leer
1. Amigo de un famoso
2. ¿Quieres ser monja?
3. Nicholas Blake
4. Primera sonrisa
5. La chica del capitán
6. ¿Prefieres el soccer?
7. Eres hermosa
8. ¿Has jugado Beer Pong?
9. Podría besarte
10. Cultura general
11. Siempre serás mi Lissie
12. Curaré tus heridas
13. ¿Te quedas a dormir?
14. Serás mi perdición
15. Necesito un abrazo
16. Prometo portarme bien
17. Diversión con alcohol
19. Gracias por ser tú
Especial: El secreto
20. Piano en miniatura
21. Te quiero mucho
Especial II: La chica del bar
22. Rendido por ti
Especial III: Clases de química
23. Me aterra arruinarlo
24. Te deseo
25. No quiero que te detengas
26. Jamás seré capaz de olvidarte
27. Primer baile contigo
28. La última c
29. Te retendría toda una vida
30. Siempre podrás refugiarte en mí
31. Eres una piedra
32. No me dejes

18. Precioso tormento

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Per MariaPadilla_

NICHOLAS

Con cautela, me adentré en la habitación. Alice me veía con la misma sonrisa achispada que dibujaron sus labios una vez ese cuarto shot de vodka se abrió paso en su sistema.

Yo bebí un poco más, pero en mí el alcohol no había causado la mitad de los efectos que había causado en ella. Por breves momentos, me sentía mareado o me perdía en mis pensamientos por más tiempo de lo usual; nada que ver con su nuevo estado hablador y sin reservas.

Recordatorio: Alice no le tenía mucho aguante al alcohol.

Y casi quise golpearme la cabeza cuando el pensamiento, sin poder evitarlo, llevó a la parte corrompida de mí a preguntarse cómo era su aguante en cosas... más físicas. Debía controlarme. Desconocía el deseo que ella despertaba en mí, era cómo si de repente volviera a ser este adolescente hormonal y virgen que ansiaba posar sus manos en una chica finalmente.

Con el fin de distraerme, escaneé la habitación. Alice hizo varios cambios en ella; ahora había una pared llena de dibujos en papel o pinturas en lienzos. Antes de conocerla, no sabía que existían tantos tipos de flores. A pesar de la curiosidad que me generaba que sus dibujos se limitaran a esas plantas, secretamente, observarla dibujándolas o molestarla mientras lo hacía, se había convertido en uno de los pasatiempos que más disfrutaba.

También había un collage de fotos con Olivia y un hombre a principios de sus cuarenta enmarcadas en otra pared. Y un desastre sobre su escritorio en el que apenas se podía distinguir la lámpara que ahora iluminaba la estancia y su laptop entre tantos papeles, materiales de dibujo y libros de medicina.

Cuando terminé de repasar cada rincón, mis ojos se detuvieron en ella.

—¿Por qué me ves con temor? —preguntó, confundida.

—No es temor, estoy tratando de ser... prudente —expliqué.

Y no mentía. Solo una probada de sus labios me llevó a la mierda. Ahora la deseaba más, la anhelaba más y sabía que iba más allá de ello, pero era muy pronto para siquiera admitirlo. Por eso, ella y yo, solos en una habitación, me pareció una mala idea considerando la resistencia de la que carecía cuando estaba cerca suyo.

—¿Por qué?

—Estás ebria.

—Yo no estoy...

—Lo estás.

Inclinó la cabeza, centrando la mirada en mi pecho. Mi sonrisa creció. Sin ningún tipo de disimulo, una vez cumplí con el estúpido reto de Jared, pocas veces sus ojos se apartaron del lugar, más yo fingía no notarlo.

—Yo también me quiero quitar la camiseta —anunció, con una sonrisa juguetona.

Mis pulmones detuvieron sus funciones por un instante.

—¿Qué? —pregunté, sin respiración.

Joder... ¿Acaso escuché mal? Porque no estaba tan ebrio, pero tal vez la cantidad que consumí me estaba jugando una mala pasada.

—Ya sabes, igualdad de condiciones. Es lo justo —explicó, encogiéndose de hombros—. Además, Lucas vertió whiskey en mi blusa —señaló el área aún húmeda al final de su camiseta de Iron Man, formando un puchero con sus labios.

Maldición. No mentía al decir que la mayoría del tiempo Bradley me agradaba, pero en ocasiones cómo esta o cuándo dijo que había besado a Alice, lo odiaba. Por su culpa me encontraba en una jodida situación. Tampoco ayudaban las repentinas ganas de besarla al reparar en el mohín que formaron sus labios. Y no podía hacerlo. No estando así.

Inconscientemente, me pasé una mano por el cabello, contrariado.

—Bien —acepté—. Te la vas a quitar, pero por el bien de ambos, lo harás en el baño, preciosa, ¿me entiendes? —Ella asintió lentamente—. Ahora, ¿en cuál de todos esos cajones están tus poleras? —Señalé su tocador blanco.

—¿Para qué necesitas mis poleras? —se confundió.

—Para que cambies la que traes...

—No —se levantó de la cama, comenzando a dar pasos hacia mí—. Yo quiero estar así —señaló mi pecho desnudo—. Como tú.

Mierda. Mil veces mierda. ¿Por qué no volví a ponerme la camiseta?

Si no recuerdo mal, estabas disfrutando mucho de la mirada de la castaña sobre ti cómo para siquiera considerarlo.

Mientras ella daba pasos en mi dirección, yo, cauteloso, retrocedí unos cuantos. Por primera vez me sentía cómo una presa bajo la presencia de una chica, y no en las condiciones propicias que me gustarían. Si Alice estuviera sobria, disfrutaría mucho de serlo, pero este no era el caso.

Cuando no pude retroceder más por el tocador a mi espalda, ella estuvo lo suficientemente cerca para que su mano se aventurara a tocar mi pecho, en específico la parte del tatuaje, pero la detuve a milímetros de lograr su cometido.

—Preciosa, por favor, no hagas esto.

Aquel maldito puchero regresó a sus labios y yo casi sucumbí en las ideas de la vocecita pervertida de mi cabeza.

—Solo quiero... tocarlo. Verlo de cerca —explicó.

Joder. Ella debía dejar de decir esas cosas que mi mente malpensaba de inmediato.

—Mañana. Mañana te lo mostraré y podrás tocarlo todo lo que quieras —traté de persuadirla, siendo que noté el brillo de curiosidad en sus ojos cuando lo vio por primera vez hacía unas horas—. Ahora me vas a decir dónde están tus poleras para que así te puedas cambiar la que llevas.

—Por ahí dicen que no debes dejar para mañana lo que puedes hacer hoy, Nicholas —citó el conocido refrán.

—Cuando no estás en todos tus sentidos, ese dicho carece de validez. —Agarré a tiempo la mano que viajaba en la misma dirección que la otra.

Resopló, liberando ambas manos de mi agarre y dando un paso atrás. Me miró con los brazos en forma de jarra por unos segundos, y después, distinguí perfectamente como esa mirada cambió de una rendida y molesta, a una pícara y traviesa.

Maldita sea.

No quería eso.

Me paralicé cuando sus manos se deslizaron al borde inferior de su blusa, comenzando a alzarla un poco, dispuesta a quitársela.

Esto no podía estar pasándome.

Las palabras ni siquiera salían de mi boca. Debía parecer un idiota. Ella continuaba levantando de a poco su blusa, cómo si fuese un juego en el que disfrutaba ver mi rostro pasmado, dejándome vislumbrar de forma progresiva un abdomen que, aunque no era definido o atlético, seguía siendo plano, y si bien no lo estuviera, me importaría una mierda. Ella era perfecta. Y justo ahora, pagaría por ser ciego y que mi cabeza no se desviara a escenarios en los que lo tocaba, lo acariciaba o incluso lo besaba.

Finalmente, mis cuerdas vocales sirvieron de algo cuando la maldición que estaba retenida en mi garganta brotó de mis labios, haciendo reír al nuevo tormento frente a mí. La sensatez regresó a mi cuerpo cuando vi las cosas en perspectiva.

—¿Qué estás haciendo? —La camiseta iba más arriba de sus costillas—. ¡Mierda, no hagas eso! Alice, preciosa, para, detente. —Me acerqué lo suficiente para soltar sus manos de la camiseta y la prenda volviera a caer, cubriendo su abdomen.

Suspiré, aliviado. Mi respiración comenzó a normalizarse.

—¿Por qué me detienes si se veía que te estaba agradando? —refunfuñó, volviendo a liberar sus manos.

Mierda. Ahora estaba molesta. ¿Qué suponía que debía hacer?

—Me estaba encantando, corazón. Tienes razón —afirmé—. Pero no puedo permitirte hacer eso en este momento.

—¿Por qué? —espetó.

—Ya te lo dije; estás ebria. No eres totalmente consciente de lo que estás haciendo.

—Si estoy con...

—No discutiremos eso, Alice —la interrumpí, tenía que detener esto cuánto antes—. Voy a abrir todos los cajones si no me dices en cuál están tus poleras —advertí, retomando la conversación anterior.

Ella arrugó la cejas y se cruzó de brazos, renuente a la idea, pero aun así me señaló el penúltimo cajón. Yo me apresuré a tomar la primera camiseta que vi al abrirlo para acabar con esto y finalmente dormir tranquilo. Era una blanca simple con el logo de una marca que desconocía.

Cuando alargué el brazo para entregársela, ella, con una fuerza que no sabía de dónde diablos sacó considerando su contextura delgada, me haló hacia sí misma con la legible intención de estampar nuestros labios en un beso; sin embargo, yo fui más rápido y moví el rostro justo a tiempo para que no lo hiciera.

Maldición, me dolió hacer eso. Y por su mirada pasmada, sé que a ella también.

—Me... me rechazaste —sus ojos azules se cristalizaron.

Joder. Ahora estaba triste. Creo que fui demasiado brusco al esquivarla.

—No fue... —intenté justificarme.

—Lo hiciste —me detuvo.

Sus labios formaron un mohín y tomó la camiseta de mis manos. Sin dirigirme otra mirada, se dio la vuelta en dirección al baño. Ni por un millón de años la dejaría marcharse así, mi intención no era ofenderla. Antes de que se alejara más, la tomé del brazo y la giré hacia mí.

—Escúchame —tomé su rostro entre mis manos. Sus llamativos ojos azules se clavaron en los míos—. Me estás haciendo esto difícil, Alice —suspiré, recargando mi frente en la suya—. No quiero que la primera vez que me beses tú a mí, sea de esta forma. Te necesito en todos tus sentidos cuando eso pase.

»Quiero que de verdad lo ansíes, no sea por la valentía que te da el alcohol y no lo recuerdes al día siguiente, porque nada de lo que suceda entre nosotros, a este punto, deseo que lo olvides. Quiero incrustarme en tu mente tanto como tú lo estás en la mía, preciosa.

Por la cercanía, el aroma a vainilla de su shampoo invadía mis fosas nasales, idiotizándome. Ella lograba desestabilizarse incluso con algo tan natural como su olor.

Se mantuvo quieta. Pasados unos segundos, asintió y se despegó de mí, volviendo a retomar su camino a la puerta del baño junto a su closet. Tenía claro que era muy poco probable que asimilara mis palabras con la seriedad con que las decía, pero al menos sirvió para que se detuviera momentáneamente.

Tomé asiento en el borde su cama, esperando con paciencia que saliera del baño para finalmente dormir. Una vez lo hizo, me extrañé de no ver el logo en la parte delantera de la camiseta.

Oprimí los labios para no reírme. Ella frunció el ceño ante mi expresión.

—¿Qué?

—Te pusiste la camiseta al revés, preciosa.

Se miró la prenda, confundida y una sonrisa avergonzada adornó sus labios cuando comprobó la veracidad de mis palabras.

Lo siguiente que hizo no lo vi venir. Maldita sea. El aire volvió a escaparse de mis pulmones, cuando sin previo aviso y en un rápido movimiento, tomó los bordes de la polera y se la sacó. La colocó de la manera correcta y volvió a deslizarla sobre su cabeza y brazos.

No se si debía celebrar el hecho de que llevaba un sujetador deportivo debajo que no me dejó ver nada íntimo que ella no quisiera que viera estando sobria o entristecerme porque eso no me dejó ver más que su abdomen. Aun así, ver la forma estrecha de su cintura fue más que suficiente para estropear mi intento de mantener una mente sana y no imaginar cosas fuera de contexto, como las imágenes que ahora figureaban en ella de las diferentes formas, posturas y situaciones en las que podía sostener esa cintura y no precisamente para algo inocente.

Sacudiendo la cabeza, frené esos pensamientos; de no hacerlo, la erección sería difícil de ocultar.

—Te ves gracioso —comentó el precioso tormento frente a mí, divertida.

Era bueno saber que ya no estaba decaída, pero también me hacía caer en la cuenta de que el alcohol la volvía algo... temperamental. Había cambiado de humor muy rápido en estos pocos minutos. De entusiasmada y traviesa, a enojada, de enojada a triste, y de eso a otra vez entusiasmada.

—¿Ah, sí? —no me resistí a seguirle la broma—. Y apuesto que te gusta ser la razón por la que me vea gracioso, ¿no es así?

—No te equivocas. —Se acercó lo suficiente para quedar de pie entre mis piernas—. Esto me trae recuerdos —sonrió para sí misma—. Solo que no estamos en tu habitación y tu rostro no está recién golpeado —dijo, tomando mi rostro entre sus manos y deslizando su pulgar por mi ceja izquierda, donde se encontraba la herida más notoria que dejó Campbell en mi rostro.

—Y que no estás enojada conmigo —agregué, posando mis manos en la parte trasera de sus rodillas tal y como hice ese día.

—Y que no estás celoso por Lucas.

Uhm... puede que enterarme de ese beso también me haya generado celos, pero la iba a dejar pensar que no era así.

—Tampoco me estás dando órdenes o deseando que me calle.

—Y tampoco estoy fingiendo que tus heridas seguían sin curar para mantenerme más tiempo cerca de ti —confesó, tras unos segundos.

¡Joder! Debía alejarme de ella. Ya. Ahora mismo. Ni siquiera entiendo cómo pude pensar que podía controlarme. Debía marcharme.

Removiendo el agarre en sus rodillas, intenté ponerme de pie, pero los planes de Alice eran distintos. Ni bien hice el amago de moverme, sus manos sostuvieron mis hombros e inclinó su cuerpo hacia el mío, sentándose a horcajadas sobre mis piernas.

Maldición, ¿eran imaginaciones mías o ahora sus labios se estaban deslizando por mi hombro izquierdo?

—Alice... —Mi respiración se hizo pesada.

La tortura avanzó hacia mi cuello mientras mi cuerpo permanecía inmóvil. No supe qué estaba logrando esa reacción; lo sorpresa de que ella estuviera haciendo algo así o que, por primera vez, estaba sintiendo el calor y suavidad de sus labios desplazarse por otro lado que no eran mis labios o rostro. Debía estar soñando.

—Preciosa... —mi voz salió rasposa. Ella solo soltó un sonido para demostrar que me escuchaba, sin detener su labor—. No puedes... No podemos... Hay que... —No podía organizar mis pensamientos—. Tienes que detenerte.

Cuando sus caderas intentaron frotarse contra mi pantalón, la detuve con una sola mano.

—Me confundes, Nicholas —su tono de voz era tan malditamente seductor, que casi mandé a la mierda todo—. ¿Cuál es mi apodo oficial? ¿Preciosa o corazón? —murmuró, distrayéndome.

—Los dos te van... —Gruñí cuando sentí cómo una de sus manos se enredaba en mi cabello y la otra ascendía lentamente por mi espalda—. Los dos te van perfecto, sigo sin... Sigo sin decidirme por uno —completé, haciendo uso de toda la fuerza interna que poseía para levantarme y dejarla sobre sus pies.

Su expresión demostró cuánto desaprobaba mi reciente acción. Yo negué con la cabeza, removiendo sus manos de mi cuerpo. La respiración aún me escaseaba.

—Eres malvado —fue lo único que dijo. Reí un poco.

—De ser malvado no te habría detenido, corazón.

—Aún así lo eres —refunfuñó.

Inclinándome un poco por la diferencia de altura, deposité un beso en su mejilla.

—Creo que ya es hora de que duermas, hemos hablado suficiente.

—No, yo quiero...

—No está a discusión, dormirás.

—No es justo.

Suspirando, relajé los hombros y regresé al borde de la cama. Esta vez sostuve sus manos para que no se repitiera la escena anterior y la acerqué a mí para apoyar la frente en su vientre. Cuando forcejeó un poco el agarre, lo solté con cautela; gracias al cielo, solo lo hizo para recorrer mi cabellera con sus dedos y yo me perdí un poco en la sensación tranquilizadora que me brindaba.

—Alice...

—¿Sí?

—Si hablamos de justicia, yo no estaría a tu lado en este momento.

—¿A qué te refieres?

Levanté la cabeza para verla a los ojos.

—En un mundo justo yo no te merecería.

Ella frunció el ceño.

—¿Por qué no lo harías? Me sobreestimas demasiado.

—Otra vez con eso —recriminé.

—¿Otra vez con qué? —se confundió.

—El menosprecio hacia ti misma. No me agrada. —Sus ojos azules dejaron de verme—. ¿Quién te hizo creer que eres menos, corazón?

En serio necesitaba saber quién fue el imbécil que plantó esas ideas en su cabeza. Tenía la sospecha de que había sido más de una persona, pero por ahora solo tenía el nombre de su inútil ex, necesitaba más información que esa.

—Yo... Ni con el alcohol que ingerí eso resulta sencillo de responder, Nicholas.

Alcé una ceja, analizando sus palabras.

—Así que ya admites que estás borracha.

Volviendo a mirarme, juntó su dedo índice y pulgar para indicar su respuesta:

—Un poquito.

Reí, permitiendo que zanjara el tema. Más adelante podríamos hablar de eso. En medio de un bostezo, se hizo espacio entre mis piernas para sentarse.

—Hora de dormir —bromeé.

Me abrazó por el cuello y recostó su frente en mi mentón, cerrando los ojos.

—No quiero —murmuró.

—Ese bostezo y voz adormilada no me dicen lo mismo.

Aproveché su carencia de respuesta para envolver mis brazos en su cintura y de un solo movimiento, darnos la vuelta para acostarla sobre el colchón; resultando en una posición comprometedora en la que yo estaba encima suyo, con las rodillas en los costados de su cadera mientras soportaba mi peso para no aplastarla.

Eso la despertó un poco.

—Eres fuerte.

Riendo, la solté con cuidado y me puse de pie.

—¿A dónde vas? —se alarmó.

—Tengo que darme un baño antes. Volveré —aclaré—. Puedes dormirte.

—¿Un baño? —repitió, confundida.

—Sí —respondí, divertido al ver su cara de desconcierto—. Duerme, ya regreso.

No esperé respuesta y me encaminé a la puerta. A pesar de que eran altas horas de la madrugada, solo un baño de agua fría me ayudaría a bajar la maldita erección por lo que hizo conmigo recientemente. Fue una batalla dura la que tuve estos últimos minutos ignorando el dolor entre mis piernas.

Fui a mi habitación por un cambio de ropa. No me importaba que los chicos estuvieran dormidos ahí. Con todo lo que bebieron, sería imposible lograr despertarlos por un poco de ruido en la ducha.

Lo siguiente fue rápido. Me adentré a la habitación, tropezándome con la estúpida cama inflable de Jared y agarré otro pantalón de algodón y una camiseta antes de dirigirme al baño y cumplir mi propósito con la ducha fría.

Ya de vuelta en la habitación del tormento, me sentía menos acalorado.

—¡Buuu! —abucheó Alice, sorprendiéndome porque creí que la encontraría dormida.

Me reí segundos después, descubriendo lo que abucheaba: el que ahora traía una camiseta puesta.

No podía arriesgarme a que lo de hace rato sucediera de nuevo, así que me encargué de cubrir esa parte.

—¿Me estabas esperando para dormir?

Sus mejillas se sonrojaron, luciendo culpable, y eso me hizo sonreír. Esa sí era una reacción de la Alice sin alcohol por sus venas.

Terminé de acercarme a la cama y ella levantó el edredón que cubría la mitad de su cuerpo para hacerme un espacio a su lado.

He de admitir que esto me ponía un poco ansioso porque, aunque sonara cliché, jamás había pasado la noche con una chica antes.

Tal y como le había dicho a Alice, las relaciones nunca fueron lo mío. Y no quedarme a dormir en mis antiguos encuentros casuales era la regla de oro; siempre lo aclaraba en ese coqueteo previo que antecedía todo lo demás. Solo estuve con chicas que querían disfrutar de su sexualidad tanto como yo en ese momento, sin más intenciones de fondo.

Siguiendo la mirada de Alice, me recosté en el espacio que me hizo. Ella se acostó de costado con la cabeza apoyada en su mano, podía percibir un poco de duda en su expresión.

—¿Por qué no te acercas más? —cuestionó, viendo el espacio en medio de ambos.

—¿Por qué no te acercas tú, preciosa? —enarqué una ceja, divertido.

Me regaló otra de sus tímidas sonrisas y se movió, aproximándose solo un poco. Yo negué con la cabeza y la halé de la cintura, terminando con la mitad de su cuerpo sobre el mío. Se tensó un poco por la sorpresa, pero no tardó en relajarse y suspirar, apoyando la cabeza y una de sus manos en mi pecho. Sus dedos tibios comenzaron a hacer círculos sobre la camiseta y yo la abracé por la cintura, pegándola todavía más a mí si es que eso era posible.

Me sentía en el paraíso y me vi preguntándome cómo siquiera había considerado dormir en el sofá, cuando de haberlo hecho, en este instante no estaría sintiéndome como el chico más afortunado del jodido planeta con ella entre mis brazos.

Yo... podía darme cuenta de que lo que sentía por ella comenzaba a avanzar demasiado rápido, lo tenía claro; sin embargo, no podía fingir que no lo predije. Desde que la vi por primera vez supe que una vez me atreviera a hablarle, las cosas se irían a la mierda para mí.

Mirando el techo, pensé un poco en mis padres.

Desde que tenía conciencia, mi vida siempre significó caos. Agentes, representantes, asistentes y periodistas siempre iban de aquí a allá por sus trabajos. Crecí en un mundo en el que las apariencias importaban y las personas interesadas y frívolas abundaban. Era difícil conseguir algo de privacidad siendo que a la prensa parecía interesarle demasiado la pequeña familia del empresario de las telecomunicaciones y la increíblemente talentosa pianista, que por azares del destino, terminaron amándose y teniendo un hijo, que vendría siendo yo en la ecuación.

No fue hasta la muerte de mi madre, hace poco más de un año y gracias a la influencia de mi padre, que la prensa paró de atosigarnos, principalmente a él; yo siempre mantuve un perfil bajo en aquel mundo. Pero el punto era, que a pesar de quitarnos ese peso de encima, la sensación de caos se quedó conmigo y nunca había experimentado la paz y bienestar conmigo mismo que sentía justo ahora gracias a Alice.

Entre el sinnúmero de cosas que me gustaban de ella, estaba lo ajena que era a los asuntos del mundo elitista e incluso a los estúpidos asuntos que se hacían populares en el campus.

Poco a poco, sentí como su respiración iba haciéndose más lenta y los círculos que hacía en mi pecho comenzaron a cesar. Se estaba quedando dormida.

—¿Nicholas?

—¿Sí?

Tardó unos segundos más en lanzar su siguiente comentario.

—Me importas.

Oh, jodido infierno... Ella iba a destruirme esta noche.

No sabía si eso era algo que ella confesaría estando sobria, pero el corazón comenzó a latirme tan deprisa, que creí que saldría echando humo de mi pecho. Asimilando el significado de sus palabras, me quedé callado por un momento.

—Tú también me importas, corazón.

•••

Gracias por llegar hasta aquí, en el próximo capítulo aparecerá el personaje que más aman: Mattie <3

Pueden encontrarme en Instagram y en Twitter como: @cuerpolector 🤍

Continua llegint

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