No Soy Esa Chica

By Isabella-Cardenas

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[LIBRO UNO DE LA DUOLOGÍA "SOY"] Para Carla Lee, enamorarse es una gran ilusión. Sueña con tener una de esas... More

CARTA DE LA AUTORA
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINTIUNO
CAPÍTULO VEINTIDOS
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO VEINTISÉIS
CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE
CAPÍTULO CINCUENTA
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

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By Isabella-Cardenas

Carla

Hoy el día está soleado y se acompasa perfectamente a la ocasión.

Los días en el que he estado en el hospital, las develadas y cada lágrima derramada han sido muestra de que el trabajo duro por salvar a mamá no ha sido en vano.

El día de hoy voy sonriente al hospital, me encamino a el en busca de llegar a la habitación de mi mamá y darle la gran noticia.

Estoy tan feliz y entusiasmada. Últimamente mi madre se ve más alentada y motivada a seguir viviendo. Siempre fue una mujer muy fuerte, pero sobre todo, valiente.

Estoy más que orgullosa de ser su hija. Ansiosa, sigo esperando el día en el que se recupere por completo, el día en el que le grite al mundo que tenía razón al decir que mi madre se quedaría, que era fuerte y lo soportaría, que como ella ninguna y que, por guerra, el cáncer vencería.

Voy en el auto con mi padre, que al igual que yo está contento por las noticias que nos dieron los doctores; nos dijeron que mi madre ya había pasado la parte más peligrosa del cáncer, que su rango ahora es muy bajo y que fácilmente podríamos cuidarla en casa, así que le pagamos una enfermera para que se quede con nosotros y para que tenga todo listo para cuando lleguemos con mi madre.

—Carla, encárgate de ir a la habitación con tu madre —me pide mi padre al estacionar frente al hospital—. Dile la noticia, pero con calma, no queremos alterarla.

—Entendido —no oculto mi entusiasmo.

Me apresuro a abrir la puerta con una gran sonrisa, este día no puede ser mejor.

Acudo a los consejos de mi padre y me adentro en el hospital, ignorando a todo el personal médico que pasa por mi lado. Los doctores nos han visto tanto por aquí que ya nos conocemos lo suficiente como para dejarnos pasar sin ningún tipo de protocolo posterior a la entrada.

Camino a pasos largos por el pasillo y busco con mi mirada la puerta de la habitación. La encuentro, me poso frente a ella y sin pensarlo dos veces, toco la puerta.

La madera resuena y no pasan ni diez segundos cuando la puerta se abre y me da paso para ver a la enferma.

—Carla, qué lindo verte —me saluda con una amable sonrisa, como lo hace siempre.

—Igualmente, enfermera Lionz.

—Tu madre está mejor que nunca —me cuenta. A ella también le emociona, es quien ha llevado el tratamiento de mi madre junto con nosotros—. Pasa, ahora se está cambiando en el baño, ya sabe que saldrá. Espérala en la cama, iré a firmar el permiso de alta junto al doctor y tu padre.

—Vale, enseguida bajamos.

Le dedico una última sonrisa y la veo dejar la habitación mientras me encamino a la cama de mi madre y me siento al lado de su equipaje. Ya tiene todo listo para la salida. Verla nuevamente en casa es algo que me hace mucha ilusión.

—Hola, amor —saluda mi madre al salir del baño.

Volteo a verla y en mi rostro se expande aún más la sonrisa, es increíble verla tan bien y que haya dejado esa manta de hospital.

—¡Mamá! —la saludo de vuelta bajando de la cama a toda velocidad para ir a abrazarla.

Sus brazos me reciben de una forma tan cálida y con un amor tan inmenso que me confirman que definitivamente sus brazos son mi lugar favorito en el mundo, y que nada ni nadie podrá acapararlos.

—Te extrañe —le digo pegada a su pecho mientras soba mi cabello mostrándome su cariño.

—Pero si nos vimos ayer, corazón —deja de abrazarme para tomar mi rostro entre sus manos y mirarme a los ojos, ojos que ahora se encuentran llorosos. Se me escapa una lágrima y ella con su dedo pulgar se encarga de limpiarla con una sonrisa que me llena el corazón —. Hey, no llores, ¿Sí?, Ahora todo está bien, yo estoy bien.

Me da un beso en la frente y asiento volviéndola a abrazar, volviéndome a hundir en sus reconfortantes brazos, sintiéndola más cerca que nunca, oliendo su suave perfume, haciéndome perder en ella.

De un momento a otro, por razones inexplicables, ese espléndido olor se va tornando a uno más intenso, más fuerte, parecido a la fragancia de un hombre, lo cual me resulta extraño.

Los brazos que me rodean dejaron de ser los de mi madre y pasaron a ser unos con más tonificación, haciendo caer en cuenta de que definitivamente la persona a la que estoy abrazando no es ella.

Alzo mi cara confundida y halló a mi padre entre sollozos agonizantes, él me aprieta con fuerza y por insisto llevo mi mano a mi rostro, paso mis dedos por mis mejillas y las encuentro empapadas de un líquido salado que se cruza por mi boca. Estoy llorando.

—Papá... ¿Qué?... —no sé qué decir, me quedo sin habla mientras mi pecho se aprieta.

Vuelven a tomarme del rostro, pero esta vez no es mi madre; es mi padre y me resulta muy confuso ya que hace un segundo estaba con ella.

—Cariño... Serás fuerte, ¿Verdad?, hazlo por tu madre.

No entiendo sus palabras. Observo a mi alrededor y ya no estamos en el hospital, me encuentro en casa, específicamente en la habitación de mamá. Estoy al lado de su cama en medio de los brazos de mi padre. La enfermera se encuentra del otro lado desconectando los aparatos que rodeaban el cuerpo ahora pálido de la mujer que tanto admiro y amo.

—No... No...

Empiezo a entrar en negación, empiezo a imaginar que esto no es real, que esto no está pasado, que solo estoy soñando, pero la verdad, se vuelve más real cuando veo que la enfermera decide tapar todo su cuerpo en sus sábanas blancas.

—No... —es lo único que mi boca suelta, no puedo decir nada más.

Los sollozos se vuelven más fuertes, más ahogadores.

—Carla, tenemos que aceptarlo —dice mi padre, pero es algo que ni él se cree—. Ella... Murió.

Murió.

Murió.

¡Mi madre!... ¡Murió!

Me levanto abruptamente de mi cama, sentándome en ella con la respiración dificultada. Siento mi pecho acelerado y parece como si mi corazón se fuera a salir de mi interior.

Estoy temblorosa y al pasar las manos por mi cara noto que estoy sudando. Lo que acaba de pasar es la clara señal de solo algo, algo que creía que nunca volvería a pasarme:

Las pesadillas volvieron.

La pérdida de mi madre hizo que no pudiera dormir por meses.

Noches y noches se repetía una y otra vez la misma pesadilla, recordándome la última vez que la abracé y la última vez que la vi; cuando se fue y me dejó para siempre.

Duele, duele demasiado, y saber que las pesadillas siguen y que no las he superado del todo hace que duela aún más.

—¿Car...? —se levanta Lara asustada, tomándome del hombro—. ¿Todo bien?

Niego.

No, no lo estoy, no estoy para nada bien.

—L-Las... —trato de hablar, pero solo salen tartamudeos por mi estado de ahora y por el poco aire que transita en mis vías respiratorias.

Ella parece entenderme, sabe lo que me pasa, porque hace tiempo atrás me ocurría lo mismo. Ella siempre estuvo para mí en esas noches de horror, incluso me brindó de su apoyo, y a pesar de tenerla de compañera, las pesadillas no desaparecían, solo lo hicieron cuando mi padre se enteró de ello y decidió tratarme.

—Volvieron... —musita en un susurro poco audible, apartando mi cabello de la cara para refrescarme un poco—. Te traeré un vaso con agua, ¿Vale?, Tú quédate aquí.

Asiento con mi cabeza tratando de calmar los sollozos y de manejar mi respiración. Lara se levanta y sale por el vaso de agua. Mientras la espero me dedico a cerrar los ojos y a pensar en los momentos lindos que pase con ella, en todos esos felices recuerdos que me hacen recordarla con tanto amor, ignorando los dolorosos. Es algo que me recomendó el terapeuta que hiciera cuando me daban este tipo de pesadillas o ataques.

A pesar de que logre estabilizarme un poco con lo acabo de hacer, sigo alterada. Mi cuerpo está agitado y mi respiración es muy irregular. Pasan segundos que parecen horas y no logro estabilizarme, así que recurro a lo que hacía antes.

Giro mi cuerpo que aún yace sentado sobre mi cama a mi mesa de noche, prendo la lámpara y abro uno de los últimos cajones, dónde tengo guardado un inhalador de emergencia, por si esto volvía a pasar.

No suelen recomendar mucho su uso ya que, suele ser dañino para el corazón, pero como lo dije antes, está ahí solo para emergencias.

Posiciono el inhalador en mi boca una vez lo tengo en manos, lo acomodo y realizo la primera descarga, la inhalo y vuelo hacerlo, así tres veces seguidas.

Cuando termino lo saco de mi boca e inhalo todo el aire sintiendo inmediatamente la mejora. Me dispongo a guardarlo y en el proceso mi celular, que se encuentra al lado de lámpara, suena.

La luz que se dispersa de este hace que me enceguezca, y sin mirar quien es, solo lo tomo con la esperanza de escuchar a quien tanto necesito oír.

—¿Papá? —pregunto detrás de la línea, pero aguardan un momento antes de contestar.

—Carla... —hablan, y al reconocer la voz solo hace que mi corazón se apriete, recordándome lo que pasó horas atrás—. Creía que no me contestarías...

—No te ilusiones —lo corto—. Pensé que eras otra persona.

—Me di cuenta de eso...

Sin más que decir, estoy dispuesta a colgar. Escucharlo y pensarlo en estos momentos no es buena idea, me encuentro algo mal, y, además, no quiero hacerlo.

—No cortes, ¿Sí? —pide con algo de esperanza y desespero en su voz—. Por favor, no lo hagas.

Súplica y no lo hago, no sé por qué, pero simplemente no presiono aquel botón rojo sobre mi pantalla.

—Tenemos que hablar —pide—. Necesitamos hacerlo.

No hablo, no musito ni una palabra, solo me quedo como una estatua detrás de la línea, estática y muda, manejando un porte serio por fuera y destrozado por dentro.

—Nena, yo... —se queda un rato un silencio, y nuevamente quiero colgarle, pero vuelve a hablar—. ¡Joder, lo lamento, lo lamento demasiado! Sé lo importante que es esa pulsera para ti...

—Era —interrumpo su discurso—. Ya no hay pulsera.

Lo escucho soltar una amplia exhalación.

—Debes de odiarme por lo que pasó, pero ten en cuenta que nunca quise hacerlo.

Su voz súplica que lo perdone, se escucha en verdad arrepentido, pero ni una sola palabra que sale de su boca me conmueve, ni siquiera el nena que tanto me gusta escuchar. Esta vez fue diferente.

—Nicolás —reúno todas las fuerzas posibles de mi interior para hacer que mi voz salga fuerte y firme, no rota como lo está ahora—. No estoy para este tipo de charla, solo te diré, que a menos de que tengas mi pulsera de vuelta, no volveremos a hablar.

Se queda en silencio. Puedo imaginarme su cara desde el otro lado de la pantalla y decido hablar antes de que él lo haga.

—Y es que... En realidad, no tenemos nada de qué hablar —le digo, cortante.

—Carla...

—¿Tienes mi pulsera? —pregunto de la forma más fría que pude sacar. Él suspira a través de la línea y suelta la respuesta que sabía que escucharía.

—No...

—Entonces, adiós —despego el celular de mi oreja para colgar, pero antes de hacerlo decido acercarlo a mis labios y dejarle algo en claro—. Considérese olvidado, señor Nicolás Cooper.

Y sin más, decido terminar la llamada. 

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