Culpa mía © (1)

By MercedesRonn

69.4M 3M 1.4M

Culpa mía es una película basada en la trilogía "Culpables" - Próximamente disponible en Amazon Prime. ¡Dispo... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Epílogo
Capítulo 51
Epílogo
Mensaje ;)
Mensaje 2.0
Los premios Wattys 2016
Sinopsis Culpa tuya
Prólogo Culpa tuya
Capítulo 1 Culpa tuya
#MyWattysChoice

Capítulo 25

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By MercedesRonn

NOAH

Lo último que esperaba encontrarme al entrar en casa era a un Nick completamente destrozado. La sorpresa al haber visto su llamada en mi móvil dejó paso al horror en menos de un segundo.

—¿Dónde coño estabas? —inquirió de forma intimidante, como siempre. Aquella pregunta me dejó descolocada por un instante, pero lo que más me dejó alucinada fue su aspecto. Tenía el ojo izquierdo completamente amoratado y su labio estaba partido, pero eso no era lo peor: en su torso desnudo entreví los hematomas que estaban comenzando a formarse bajo aquella piel bronceada y aquellos abdominales. Por un momento, ver aquellas heridas me dejó paralizada. Sentí cómo el corazón me latía a mil por hora y el pánico me invadía haciéndome sentir mareada. No me gustaban las heridas ni la sangre y los oídos comenzaron a pitarme, así que tuve que sujetarme un instante a la puerta.

—¿Qué te ha pasado? —le pregunté con la voz ahogada.

Nicholas estaba enfadado: lo podía ver por cómo apretaba la mandíbula con fuerza y por cómo me miraba: como si en cierta manera yo fuese la culpable de sus heridas.

—Te he hecho una pregunta —me dijo tirando de malas maneras la bolsa de guisantes congelados sobre la mesa de la entrada.

Sacudí la cabeza al mismo tiempo que cerraba la puerta sin hacer ruido. Mi madre y Will ya estarían acostados y no quería despertarlos, algo que parecía no importa a Nick, habida cuenta del volumen de voz con el que se estaba dirigiendo a mí.

—Estaba con Mario —le contesté acercándome hacia él. A pesar de las ganas terribles que tenía de alejarme corriendo de aquellas heridas, no podía ignorar su estado—. Lion y Jenna se han reunido con nosotros poco después de tomarnos un helado; además, ¿qué importancia tiene eso? ¿Tú te has visto? —repliqué estirando el brazo para rozar inconscientemente uno de los hematomas que tenía justo en un costado del estómago.

Su mano voló hacia la mía para apartarme, pero en vez de un manotazo, que es lo que hubiese esperado de él, me la sujetó con fuerza, tanta que me hacía daño. Levanté los ojos hacia él, y vi rabia y miedo en su mirada.

—Ven a la cocina, necesito hablar contigo —me pidió entonces tirando de mí y arrastrándome tras él. Involuntariamente me fijé en su espalda des- nuda. ¡Dios, se le marcaba cada músculo cuando caminaba! Y esa visión despertó en mí el deseo de acariciar la piel tersa de su cuerpo. Se veía cómo otro cardenal comenzaba a formarse en uno de sus costados y de repente sentí tal odio hacia la persona que le había hecho eso, que mi visión se nubló.

Nick solo encendió la lamparita de la campana, por lo que la luz era tenue cuando se sentó en una de las banquetas de la isla aún sin soltarme la mano. Verlo en ese estado me estaba matando, podía comprobar cómo sus ojos se fruncían por el dolor con cada movimiento que realizaba, y mi mente no dejaba de imaginar formas de hacerle sentir mejor.

—¿Has notado algo raro hoy cuando has estado por ahí? —me preguntó con la preocupación tiñendo su rostro—. ¿Alguien que te seguía, o algo parecido?

Aquello no me lo esperaba. Me obligué a mirarlo a la cara para contestarle.

—No, claro que no, ¿por qué? —repuse con incredulidad.

Me soltó la mano y apartó la mirada de mi rostro, frustrado. Deseé volver a estar en contacto con él, pero opté por quedarme quieta.

—Ronnie no se ha olvidado de lo de las carreras —me informó y entonces comencé a comprender de qué iba todo aquello—. Quiere vengarse y no dudará en hacerte daño si te vuelve a ver —agregó clavando sus ojos azules en los míos.

Aquello me dejó descolocada por un instante.

—¿Ha sido él el que te ha dado esta paliza? —le pregunté maldiciendo en mi interior a aquel desgraciado.

—Él y sus tres amigos —me confesó.

—¡Dios mío, Nick! —dije sintiendo una presión extraña en el pecho y abriendo los ojos por el horror. Mis manos subieron inconscientemente hacia su rostro, examinando sus heridas—. ¿Cuatro contra uno?

Noté cómo se tensaba bajo mi contacto, pero luego se relajó. Mis dedos apenas le rozaron las heridas pero sí que dejé que se deslizasen por sus mejillas, sintiendo bajo mis yemas la piel áspera y sin afeitar que le daba aquel aspecto tan temible y sexi al mismo tiempo.

—¿Te preocupas por mí, Pecas? —me preguntó en tono burlón pero lo ignoré al ver que rozaba su herida y él hacía una mueca. Subió sus manos y me cogió las mías entre las suyas. —Estoy bien—agregó y vi cómo sus ojos recorrían mi rostro involuntariamente.

—Tienes que denunciarlos —dije entonces apartándome al sentirme incómoda con su mirada.

Me alejé de él y fui hacia la nevera. Cogí el primer paquete congelado que había allí y volví a acercarme. Hizo una mueca cuando le coloqué el paquete en el ojo.

—A esos tíos no se les denuncia, pero eso no es lo que importa —expuso cogiendo el paquete y quitándoselo de la cara para poder mirarme con ambos ojos—. Noah, a partir de ahora y hasta que las cosas no se tranquilicen un poco, no quiero que vayas sola a ningún sitio, ¿me oyes? —me advirtió en tono de hermano mayor.

Me aparté mirándolo con incredulidad.

—Esa gente es peligrosa y la han tomado contigo... y conmigo, pero a mí me da igual recibir una paliza, y sé defenderme, a ti te comerán viva si te encuentran sola e indefensa.

—Nicholas, no me van a hacer nada, no se van a meter en problemas porque haya herido el orgullo de ese gilipollas —le contesté ignorando la mirada amenazadora que me lanzó.

—Hasta que no se haya solucionado no te voy a quitar los ojos de en- cima, ya puedes ponerte como te dé la gana —me soltó entonces.

¿Es que nunca íbamos a poder llevarnos bien?
—Eres insufrible, ¿lo sabías? —le espeté cortante.
—Me han llamado cosas peores —afirmó encogiéndose de hombros y

haciendo una mueca segundos después.
Respiré hondo varias veces.
—Ponte paños de agua caliente sobre los hematomas y algo frío sobre el ojo y el labio —le aconsejé entonces, sintiendo pena por él—. Mañana estarás horrible pero si te tomas una aspirina y te quedas en la cama se te pasará en dos o tres días.

Frunció el ceño a la vez que una sonrisa curvaba sus labios. —¿Eres experta en palizas o qué? —me preguntó divertido. Me encogí de hombros por toda respuesta.
Aquella noche me fui directa a la cama... y tuve pesadillas.

A la mañana siguiente me levanté de mal humor. No había dormido casi nada y lo único que me apetecía era quedarme tirada en mi habitación. Solo un motivo me hizo deslizarme por el colchón y dirigirme al cuarto de baño. Lo admitiera en voz alta o no, quería saber cómo estaba Nick. No sé ni cuándo ni cómo ni por qué de repente me sentía preocupada por él, pero parecía que desde los últimos días habíamos creado una tregua agradable entre los dos. Desde la caricia que me había hecho en la cocina antes de que estuviera a punto de cortarme un dedo no había vuelto a intentar nada conmigo y una parte de mí estaba enfadada por ello. Solo en aquellos instantes que había estado entre sus brazos mi vida había sido agradable. Me hacía olvidar todo lo demás, pero supuse que era mejor llevarnos bien y no besarnos y odiarnos a muerte, como había ocurrido desde que había llegado.

Me di una ducha rápida mientras recordaba la velada de la noche anterior. Había estado muy enojada con Nick por cómo se había dirigido a Mario en la cena pero aquella rabia había desaparecido en el instante en el que le había visto hecho unos zorros en la entrada de la casa.

Mario había sido todo un caballero conmigo la noche anterior. Me había invitado a salir aquella misma noche y yo le había dicho que sí. Que- ría olvidarme de mi ex y también de aquella ridícula obsesión que sentía por Nicholas.

No tardé mucho en vestirme y bajé descalza a la cocina para poder desayunar. No había ni rastro de Nick por allí, pero Will y mi madre estaban sentados muy juntos a la mesa hablando animadamente de algo.

—Buenos días —los saludé mientras me iba directa a la nevera y me servía un vaso de zumo. Prett, la cocinera, estaba preparando algo que olía maravillosamente bien. Me acerqué a ella para ver que en la cazuela había chocolate fundido.

—¡Qué rico! ¿Qué estás cocinando? —le pregunté.
Prett me miró con una sonrisa.
—El pastel de cumpleaños del señor Leister —me contestó alegremente. Me volví automáticamente hacia Will.

—Vaya, felicidades, no sabía que cumplías años —lo felicité con una

sonrisa de disculpa. Él se volvió hacia mí y soltó una carcajada.
—No es mi cumpleaños, sino el de Nick —dijo divertido. Mi madre me sonrió desde su sitio.

Vaya, el cumpleaños de Nicholas... no sé por qué, pero me molestó no estar enterada.

—Está fuera, ve a felicitarle —me indicó mi madre antes de añadir—:Ayer se peleó con un desgraciado que quiso atracarlo, así que no te asustes cuando le veas la cara.

Asentí ante el ingenio de mi hermanastro para mentir. Cogí un bollo de la mesa y salí al jardín. Lo vi acostado sobre una tumbona, a la sombra y con las gafas de sol puestas. Llevaba la camiseta y el bañador puestos, y parecía estar durmiendo. Supuse que al igual que yo él tampoco había podido descansar mucho.

Me acerqué a él sigilosamente hasta estar a su lado. 

—¡Feliz cumpleaños! —grité con todas mis fuerzas soltando una carca- jada al ver cómo saltaba de su asiento completamente sorprendido.

—¡Joder! —exclamó quitándose las gafas y dejando al aire libre su ojo verde, morado y azulado.

Fue tan cómico que no pude evitar seguir riéndome a carcajadas.

Me observó por un momento, entre enfadado y furioso, pero al ver que no dejaba de reírme una sonrisa peligrosa afloró en su rostro.

—¿Te hace gracia? —me preguntó en tono amenazador dejando a un lado las gafas de sol y poniéndose de pie. Mi sonrisa desapareció y comencé a caminar hacia atrás sin apartar la mirada de su rostro.

—Lo siento —me disculpé levantando ambas manos sin poder evitar reírme otra vez. Cada vez que recordaba el salto que había pegado las carca- jadas amenazaban con volver a salir.

—Está claro que lo vas a sentir —me dijo y entonces se abalanzó sobre mí. Corrí, pero no sirvió de nada. Un segundo después lo tenía detrás sujetándome y levantándome sobre su hombro. Hizo un gesto de dolor, pero mis gritos lo amortiguaron.

—¡No, Nick, por favor! —chillé sacudiéndome con todas mis fuerzas. Me ignoró y entonces saltó conmigo a cuestas a la piscina. Ambos con ropa. Me aparté de él en cuanto nos zambullimos bajo el agua templada de un cálido día de verano. En cuanto salí a la superficie le tiré agua a la cara y comprobé cómo se partía de la risa al verme en aquel estado. El vestido blanco se me había pegado a la piel y agradecí llevar ropa interior negra debajo de la prenda; si no, habría sido realmente embarazoso.

Él se sacudió el pelo con un movimiento muy a lo Justin Bieber y se acercó hacia donde yo estaba. Un segundo después me tenía acorralada

contra una esquina de la piscina.
—Ya puedes estar pidiéndome disculpas por haber hecho que casi me

dé un infarto el día en que cumplo veintidós años —me exigió, acercándose tanto a mí que nuestros cuerpos estaban a menos de dos centímetros de distancia.

Intenté apartarlo, pero no lo permitió. 

—Ni lo sueñes —me negué divirtiéndome con aquel juego. Sentía la adrenalina en las venas y miles de mariposas en el estómago; la sensación fue parecida al correr a doscientos por hora en la arena del desierto.

Ladeó el rostro, con una mirada calculadora, y entonces sentí sus ma- nos en mi cintura sobre el vestido empapado.

—¿Qué haces? —le pregunté con voz ahogada cuando me acercó hacia él tanto que mi pecho quedó pegado al suyo.

—Di que lo sientes —me pidió con voz ronca. La diversión había desaparecido de su rostro y ahora el deseo había ocupado su lugar. Sentí una oleada de placer y miedo al unísono: nos podían ver.

Negué con la cabeza y sus manos se deslizaron por mis muslos. Me observó detenidamente mientras sus dedos apartaban la tela mojada del vestido e iban subiéndola poco a poco por mis piernas. Me las abrió y me obligó a rodearle las caderas con ellas.

—No voy a parar hasta que lo digas —me informó empujándome contra la pared de la piscina. El agua le llegaba por debajo de los hombros a él y por el cuello a mí, lo que me dejaba prácticamente a su merced. En cuan- to mis piernas rodearon sus caderas nuestras cabezas quedaron casi a la misma altura. Una parte de mí sabía que en cuanto le dijera lo que quería oír, me apartaría, o eso decía, pero ¿quería que lo hiciera?

—Nos van a ver —le comenté en un murmullo bajo. Sentía mis mejillas ardiendo y aun estando bajo el agua sentía todo mi cuerpo acalorado. —Yo me encargo de eso —dijo subiéndome más el vestido que se fue pegando y enrollando bajo mi pecho a medida que él lo iba subiendo. Su mirada se apartó de mi rostro para fijarse en mi cuerpo distorsionado por el agua.

Aquella mirada y sus dedos acariciándome la espalda me hicieron estremecer. Sentía su excitación en mi cadera y solo podía pensar en nuestros labios uniéndose otra vez.

—¿Quieres que pare? —me preguntó entonces, acercando su boca hacia la mía, pero sin siquiera rozarla.

Tenía sus ojos tan cerca que pude ver todas las tonalidades de azul que los conformaban. Bajo la luz del sol y la claridad del agua me dejaron completamente embobada... cómo me miraban, como si quisiera devorarme.

Negué con la cabeza y me acerqué a él para que me besara. Mis manos ya habían subido hacia su nuca no sé muy bien cuándo y tiré de él hacia mí, que se resistió y tiró en dirección contraria.

—Dime que lo sientes y tendrás lo que quieres —me ordenó entonces.

—¿Qué te hace pensar que quiero algo que tú puedas darme? —repliqué ardiendo de deseo entre sus brazos.

Sonrió divertido por mi respuesta.

—Porque estás temblando y no paras de mirarme los labios, por eso —me contestó serio pero con sus manos presionándome aún más contra él.

—No voy a decirte que lo siento —le advertí.
Sentí un gruñido en el fondo de su garganta.
—Eres exasperante —declaró y entonces posó sus labios sobre los míos.

La euforia de haber ganado aquel juego se convirtió rápidamente en otra cosa. Sentí mil sensaciones en aquel instante y ninguna que pudiera decir en voz alta. Su lengua se introdujo en mi boca y me besó con ferocidad. Estábamos empapados y nuestros cuerpos se pegaban como lapas. Tiré de su pelo a la vez que le acercaba aún más a mí. Me mordió el labio inferior y fue tan sexi que sentí que me iba a morir de un momento a otro.

Me apretujó contra la pared de la piscina, sus manos bajando por mi cuerpo, a la vez que sus labios hacían maravillas con los míos. Sentí como si me estuviese tirando por un precipicio, las mariposas en el estómago aumentaron cuando su mano se acercó allí donde nunca antes me habían tocado.

Pero entonces escuchamos la puerta corredera abrirse. Me apartó tan rápido y tan de repente que tuve que sujetarme rápidamente al bordillo para no ahogarme en el fondo de la piscina.

—¡Chicos, nos vamos! —gritó mi madre desde la casa. Nicholas levantó la mano para saludarla sin ningún tipo de trastorno en su mirada. Yo tuve que respirar profundamente varios segundos antes de asomar la cabeza por encima del bordillo—. ¿Se lo has dicho, Nick? —le preguntó mi madre dejándome sorprendida.

—Aún no —chilló como respuesta con una sonrisa divertida. Mi madre me miró a mí y después a él.
—Bueno ya hablamos esta tarde, ¡divertíos! —se despidió. Me volví hacia Nick en cuanto desapareció en la casa. —¿Decirme qué? —le pregunté con el ceño fruncido.

Me atrajo hacia él otra vez. Dejé que lo hiciera más que nada porque aún me temblaban las piernas y me costaba lo mío quedarme ahí flotando delante de semejante regalo para la vista.

—Me han regalado cuatro billetes para ir a Bahamas por mi cumple- años. Han dejado bastante claro que quieren que vengas conmigo, ya sabes, para reforzar la relación de hermanastros —anunció con una sonrisa malva- da—. He invitado a Lion y a Jenna, y quiero que tú vengas también —me contó observándome cuidadosamente.

Aquello era del todo inesperado, sobre todo después de lo que habíamos hablado. Irme de viaje con Nick...

—¿Qué ha sido de la decisión de ser amigos? —le planteé intentando entender por qué ahora había decidido cambiar de opinión.

—Sigue en pie... Y más ahora que corres peligro por mi culpa —con- testó con firmeza.

—¿Por eso quieres que vaya contigo? ¿Para mantenerme a salvo de Ronnie? —le pregunté decepcionada por el verdadero motivo que le impulsaba a llevarme con él.

Nick apretó los labios con fuerza.

—Ese es uno de los motivos, pero no el primordial, Pecas —respondió acercándome hacia él y juntando su frente con la mía.

Su manera de mirarme me paralizó.
—Nicholas, ¿qué estamos haciendo? —lo interrogué confusa.
—No alucines, ¿vale? —repuso sujetándome de la cintura para que no

me hundiera en el agua—. No quiero que te quedes aquí mientras yo no esté, lo que dije ayer iba en serio, quieren hacerte daño —agregó sujetándome con fuerza.

—Nicholas... —comencé a quejarme alejándome de él. No lo permitió.

—Ven conmigo, lo pasaremos bien —dijo besándome suavemente en los labios. Aquel gesto tan cariñoso me puso la piel de gallina.

—¿Y qué pasa con nosotros? —repliqué sin poder evitar pensar en la locura que sería si nuestros padres se enteraban—. No puedo hacer esto contigo —afirmé mirándole fijamente—. Es ridículo, ni siquiera nos llevamos bien, simplemente nos estamos dejando arrastrar por nuestra atracción física...

—Lo único que sé es que cuando te veo no puedo pensar en otra cosa que en tocarte y besarte por todos lados —me confesó acercándose y besándome debajo de la oreja.

—Yo no puedo estar con nadie ahora mismo —reconocí empujándolo un poco. Él me miró molesto.

—¿Quién ha dicho nada de estar con nadie? —me planteó entonces—. Deja de analizarlo todo y disfruta de lo que puede ofrecernos esto —me ordenó con rabia en los ojos, pero con la voz en calma.

Se contradecía, podía verlo, pero pensándolo bien, era Nick, un mujeriego, él solo quería eso, mi físico, pero nada más. ¿Y por qué no iba yo a aprovecharme de ello, si también lo quería por el mismo motivo?

—Hay que poner ciertas condiciones —le indiqué colocando mis ma- nos en sus hombros. Él me miró con seriedad—. Nada de ataduras ni malos rollos: acabo de salir de una relación y lo último que quiero es revivir lo que me pasó con Dan —sentencié y me fijé en cómo su mandíbula se tensaba.

—¿Una relación abierta? —me preguntó entonces. Asentí un segundo después—. Creo que eres la primera mujer que me pide eso, pero está bien, estoy de acuerdo, ¿solo sexo entonces? —preguntó y noté la frialdad en su mirada.

Aquel último comentario me cabreó.
—¡Imbécil! —lo insulté intentando apartarlo—. ¿Cómo que solo sexo?

¿Quién te crees que soy? No tengo veintisiete años, sino diecisiete, ¡no pienso acostarme contigo como si nada!

Él frunció el ceño, completamente descolocado por un momento.

—Me acabas de decir que quieres una relación abierta. ¿Qué demonios crees que significa eso? —inquirió frustrado.

Lo miré un poco perdida... En mi mundo, una relación abierta era liar- nos de vez en cuando y básicamente hacer lo que estábamos haciendo ahora... pero claro... Nick me daba mil vueltas, yo era una cría en comparación y no podía jugar a esto con él. Nicholas no se iba a conformar, iba a querer llegar al final, solo había que ver hasta dónde había conseguido llevarme en tres semanas; había llegado mucho más lejos que en nueve meses con Dan.

—Mira, olvídalo —le dije sintiendo como si jugara en desventaja. Es- taba jugando con fuego y no quería salir ardiendo—. Me gusta esta nueva relación que tenemos, creo que podemos llegar a llevarnos bien, y ¿por qué vamos a complicarlo?

Él me miraba como si no comprendiera absolutamente nada de lo que estaba diciendo. La verdad era que yo tampoco entendía muy bien qué es lo que quería, pero sexo sin compromiso no era mi rollo.

—Noah... no vamos a hacer nada que tú no quieras —aclaró en un tono dulce que me derritió los sentidos. Parecía haber comprendido lo que pasaba por mi cabeza, y me preocupó su facilidad para leer mis pensamientos.

Noté cómo me ruborizaba y de repente quise que la tierra se me tragara. —Prefiero que seamos amigos —señalé no muy convencida.
—¿Estás segura? ¿Solo amigos?
Asentí clavando la mirada en el agua.

—Está bien —convino entonces en un tono que me sonó bastante condescendiente—, pero vienes conmigo a celebrar mi cumpleaños, si eres mi amiga ya puedes ir comportándote como tal —agregó soltándome.

Observé cómo nadaba hasta elevarse con los brazos y salir de la piscina. Sus últimas palabras me habían sonado más bien a «Estás acojonada y lo sé, y por eso voy a esperar a que estés preparada».

¿Y si era así... por qué demonios Nick iba a esperar por mí? 

El resto del día lo pasé en mi habitación leyendo, y escribiendo uno de los relatos cortos que había empezado hacía ya tiempo. Me gustaba mucho escribir al igual que leer y uno de mis sueños era llegar a ser una gran escritora en el futuro. A veces me imaginaba convirtiéndome en una escritora universalmente reconocida y vendiendo miles de ejemplares por todo el mundo, teniendo que viajar para promocionar mis libros y creando historias que la gente recordaría siempre.

Mi madre nunca había llegado a ser nadie en la vida debido a que se había quedado embarazada de mí a los dieciséis. Mi padre por aquel entonces solo tenía diecinueve años y ningún tipo de futuro académico, solo la posibilidad de correr en Nascar. Mi madre siempre me recordaba lo duro que había sido criarme siendo aún una niña y por ese motivo deseaba dar- me todo lo que ella había deseado con mi edad. La universidad, un buen colegio... siempre habían sido sus sueños y por fin ahora lo estaba consiguiendo. Por ese motivo siempre había intentado sacar las mejores notas, había competido con el equipo de vóley y había leído y escrito desde niña. Una parte de mí siempre estaría pendiente de hacerla sentir orgullosa.

Mientras divagaba con mi mente mirando por el gran ventanal de mi habitación alguien llamó a mi puerta para entrar un segundo después. Mi madre apareció con una bolsa con el escudo del St. Marie y supe que lo que había allí dentro me arruinaría lo que me quedaba de día.

—Ha llegado tu uniforme, pruébatelo y después baja para que Prett te haga todos los arreglos —me indicó dejando la bolsa sobre la cama—. Por cierto, en un rato sacaremos la tarta para felicitar a Nick, ellos no están acostumbrados a soplar velas ni nada de lo que hacemos tú y yo en nuestros cumpleaños, pero ya va siendo hora de que alguien cambie esa costumbre tan horrible —me dijo con una sonrisa en la cara.

—Mamá, no creo que a Nick le haga mucha gracia —comenté intentando imaginármelo sentado a la mesa y pidiendo un deseo.

—Tonterías —soltó cerrando la puerta antes de marcharse. 

Me levanté y saqué el uniforme de la bolsa. Era tan horrible como había imaginado. La falda era verde y escocesa, de esas que se enganchan con algún tipo de clip a un lado de la cintura y plisada por detrás. Era tan larga que me llegaba por debajo de las rodillas. La camisa era blanca y me queda- ba bastante suelta, y luego, para mi horror, había una corbata verde y roja haciendo juego con el jersey gris, rojo y verde. Los calcetines también eran verdes y llegaban hasta las rodillas. Mirándome al espejo no pude por menos que hacer la mueca más desagradable de la historia. Me puse solo la falda y la camisa, lo único que se podía arreglar y salí de la habitación para ir en busca de Prett.

Justo cuando llegué al rellano de la escalera apareció Nick con el teléfono en la oreja. En cuanto me vio se le abrieron los ojos y una sonrisa burlo- na surcó su rostro. Lo fulminé con la mirada llevándome las manos a la cintura.

—Lo siento, tengo que colgar, me tengo que meter con alguien —anunció soltando una carcajada y guardándose el teléfono en el bolsillo de sus vaqueros.

—¿Te crees muy gracioso? —le espeté sabiendo que mis mejillas estaban ardiendo por la vergüenza.

Se me acercó aún con la sonrisa en el rostro.

—Creo que este es el mejor regalo de cumpleaños que podías haberme hecho, Pecas —admitió mirándome desde su altura y riéndose a mi costa. —¿Sí? ¿Y qué te parece si también te regalo esto? —repliqué enseñándole mi dedo corazón y apartándolo de mi camino. Me fui hacia el salón

donde me esperaban mi madre y la cocinera.
Para mi fastidio me siguió.
—Si te vienes conmigo a cenar esta noche te prometo que no divulgaré

las fotos que acabo de hacerte —me susurró al oído. Me volví enfadada. Se estaba pasando con las bromitas.

—Esta noche ceno con Mario, así que no, gracias —le contesté sabiendo que eso le molestaría.

Se quedó callado hasta que llegué al centro del salón, donde había una especie de banqueta para que, subida sobre ella, me cogieran mejor las medidas.

Al volverme vi que Nick estaba recostado en el sofá mirándome fija- mente con el semblante pensativo y frío.

—Levanta las manos, Noah —me dijo mi madre, que ayudaba a Prett con los alfileres. Intenté ignorar la presencia de Nicholas, que no apartaba la mirada de mi cuerpo ni de mi rostro, pero me resultó de lo más difícil. Además, no podía quitarme de la cabeza el beso que nos habíamos dado en la piscina y las cosas que habíamos hablado. No estaba del todo segura de si iba a poder resistirme a su cercanía o a sus caricias, pero una cosa tenía clara: no iba a dejar que me usara como le diera la gana. Por ese mismo motivo esa noche salía con Mario. Quería divertirme lo que quedaba de verano, disfrutar con la compañía de diferentes chicos, no estar ligada a nadie y sobre todo olvidarme del capullo de Dan.

—¡Ay! —me quejé al sentir el pinchazo de un alfiler en el muslo. El idiota de Nick sonrió desde el sofá.

—Estate quieta, ¿quieres? —me pidió mi madre. Ya faltaba poco, me habían acortado la falda por encima de las rodillas y me habían estrechado la camisa para que quedara más femenina.

Cinco minutos después ya estaba lista para quitarme esas prendas y dárselas a Prett para que empezara a arreglarlas.

En cuanto Nick se puso de pie, dispuesto a seguirme escaleras arriba, mi madre nos cogió a ambos por los brazos y nos arrastró a la cocina.

—Hoy es tu cumpleaños, Nick, soplarás las velas como hacemos Noah y yo y el resto del mundo —le explicó mi madre con una sonrisa divertida en la cara.

Me volví hacia Nick y sonreí al ver su cara de incredulidad. Parecía tan mayor a mi lado, con aquellas pintas...

—No hace falta... —comenzó él a quejarse.
—Claro que sí —repuso mi madre tajante.
William estaba en la cocina con el portátil y las gafas, seguramente

trabajando. Cuando nos vio entrar nos sonrió. 

—Estás muy graciosa, Noah —comentó observando mi disfraz de uni- forme lleno de alfileres. Tenía que tener cuidado de no pincharme cuando me movía.

—Seguro —dije de forma sarcástica.

Mi madre obligó a Nicholas a sentarse en una silla y trajo la tarta de chocolate que Prett había estado haciendo. Nicholas parecía tan fuera de lugar que no pude evitar divertirme a su costa igual que había estado haciendo él minutos antes.

En la tarta había un 22 en forma de vela y mi madre no tardó en encenderla. Un segundo después comenzó a cantar dándole un golpecito a Will para que se uniera. Era tan cómico que yo me uní a la cancioncita disfrutando de cómo Nick me fulminaba, sobre todo a mí, con sus ojos azules como el cielo.

—No te olvides del deseo —le recordé antes de que soplara las velas.

Me observó fijamente antes de soplar e incluso entonces sus ojos no se apartaron de los míos.

¿Qué habría pedido alguien que lo tenía todo? 

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