20-Descubrimientos:

123 13 43
                                    

Aquella mañana Elizabeth había obtenido un pequeño triunfo. Insistir en ver a David no le había dado frutos con Erminio pero sí con su esposa. Nolberta se comportaba cada vez más amable con ella, logrando que olvidara su carácter extraño y lento. Desde que había escuchado que estaba enferma, la joven periodista le había tomado lástima. No obstante, siempre se preguntaba por qué no llamarían a un médico o por qué la medicina de Newel no había funcionado con ella.

Hubo un detalle que no pasó por alto, Nolberta, antes de proponerle que fuera con ella a ver a su compañero, esperó a que su marido saliera de la casa. Elizabeth recordó la escena de la noche anterior, quizá aquella mujer angustiada sí tenía razón. Nolberta y Lucrecia ya estaban cansadas de estar viviendo bajo las estrictas reglas de sus esposos.

— ¿Cuándo podremos ir? —preguntó, impaciente. Sólo quería ver a David y así cerciorarse de que estaba bien.

— Lucrecia vendrá... nos avisará —explicó la dueña de casa.

Estaba a punto de preguntarle qué les tenía que avisar, cuando oyeron golpes en la puerta. Una muy agitada Lucrecia entró a la casa, sin esperar que Nolberta le abriera.

— Acaban de irse, tenemos diez minutos —informó, tratando de recuperar el aliento. Había corrido hasta la casa.

Elizabeth se desconcertó.

— ¿Quiénes?

— Los hombres. —Entonces entendió. Nadie sabía que iban a ver al enfermo.

La joven no hizo preguntas, agradeciéndoles aquel buen gesto. Por algún motivo Erminio y Newel no querían que viera a David y sus esposas no se lo contaron.

Se dieron prisa para llegar a la casa de Lucrecia, mientras ésta les comentaba que habían ido al bosque. Una señal se había presentado y habían ido a investigar de qué se trataba.

— ¿Una señal?

Lucrecia pasó por alto el comentario.

— No debes decir nada, a nadie. ¿Comprendes? Nuestros esposos... bueno ellos piensan que... que es malo que una mujer soltera vea a un hombre... en su condición —explicó, entrecortadamente. Miraba por las ventanas que daban hacia el camino del bosque.

La explicación le pareció tan absurda que se preguntó si las mujeres les estarían mintiendo. ¡Ya había visto antes a David y con la bendición de Erminio! Cada vez se sentía más confundida.

Sin perder el tiempo bajaron al sótano de la casa. El olor inconfundible a alcanfor mezclado con alguna fragancia propia de los medicamentos, le golpeó el rostro. Al ver al hombre se sintió muy aliviada. Hasta ese entonces no se había dado cuenta que comenzaba a dudar de que estuviera vivo... David estaba acostado en la misma posición que la última vez que lo vio. Los ojos de Elizabeth se dirigieron desde su rostro cansado hasta su brazo, que ya no lucía ningún tipo de vendas.

— ¡Elizabeth! —exclamó sorprendido.

La evidente alegría por el encuentro se hizo patente en ambos. Se abrazaron y comenzaron a hablar sin parar. David le contó que ya estaba mucho mejor, que el dolor había disminuido hasta casi desaparecer. La herida sanaba muy bien y ya no tenía periodos febriles. Estaba convencido de que pronto podría levantarse y volver a la ciudad con ella. Su ansiedad por volver a ver a sus conocidos alertó a su compañera, que lo conocía mejor. En sus ojos había urgencia y quizá ¿miedo?

— Tienes que ponerte bien, el bosque es peligroso —apuntó Lucrecia.

David asintió con la cabeza de manera automática.

El CultoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt