18-La última advertencia:

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Un lóbrego escalofrío recorrió su cuerpo mientras abría los ojos. La joven levantó su mirada hacia la persona que acababa de tocarla. Nolberta le sonreía desde la altura, llevaba puesta una bata rosa.

— ¿Duermes?

— ¡Oh!... Sí... —balbuceó aún despistada por el sueño. Para espantarlo se levantó de la rígida silla—. ¿Es muy tarde?

— Son las... dos.

— ¿Aún no vuelven del bosque?

— No.

Elizabeth largó un suspiro. ¿Cómo se había quedado dormida? Nunca tomó el té. Como si hubiera leído su pensamiento, la dueña de casa comentó:

— Estás cansada.

Confusa la miró y asintió con la cabeza.

— Sí, debería ir a dormir.

Miró hacia las tinieblas del bosque por última vez y se dirigió hacia el interior de la casa, detrás de la mujer. De pronto se detuvo...

— ¿Oye eso?

Nolberta dio un paso hacia fuera.

— ¿Qué?

— Música... parecen cánticos —manifestó perpleja.

La mujer la miró sorprendida y se puso pálida.

— No... no oigo... nada —replicó con lentitud.

Su huésped la miró entre confundida e intrigada. El sonido había sido tan tenue que pronto comenzó a pensar que lo había imaginado. Se encogió de hombros y ambas entraron a la casa. La tensión que había sentido desde que vio a David comenzaba a debilitar su cuerpo y quizá también su mente.

Elizabeth se acostó aquella noche resignada a esperar que la luz del día le regalara noticias. Sin embargo, no iba a ser un sueño muy largo...

Caminaba por el bosque... Desconcertada miró sus pies, estaban llenos de barro hasta los tobillos. Era barro podrido, formado por pequeñas hojas en descomposición, junto con una sustancia viscosa rojiza y gusanos vivos que ascendía por su piel blanca. El olor a putrefacción la golpeó de repente y retrocedió asqueada, espantando los bichos que se deslizaban por sus piernas. No obstante, por más que tratara de salir del barro no lo lograba.

Estaba oscuro y no sabía dónde estaba. Sus manos tocaron el rugoso tronco de un árbol. De pronto, la corteza crujió y un chillido salió de las entrañas de aquella podredumbre. Elizabeth entró en pánico. Comenzó a correr casi a ciegas por aquel lugar hasta que tropezó con una raíz y casi cae al piso. Al detenerse vio a un hombre escuálido sentado sobre una piedra.

— Oiga... ¡Señor! No sé dónde estoy... —Se detuvo espantada.

En aquella piedra no estaba sentado un hombre sino más bien un cadáver. La piel amoratada, casi negra, se desprendía de los huesos en varias partes. Gusanos blancos caían de sus múltiples cavernas hechas en la carne, mientras el hombre se paraba. Entonces vio su rostro y un grito de horror se le atoró en la garganta. La nariz había desaparecido dejando al descubierto dos huecos. Los músculos alrededor de las órbitas de los ojos no existían, aportándole a la expresión del cadáver un gesto de sorpresa perpetua... de locura.

Aquella cosa viviente se le acercaba rápidamente y, antes de que pudiera recobrar los sentidos para huir, estuvo frente a ella.

— Has llegado muy tarde, pero no todo está perdido —dijo, mirándola con ojos celestes, llenos de nubes cegadoras. De pronto gritó—: ¡Huye! ¡Huye! ¡Está cerca!

El CultoWhere stories live. Discover now