11-La expedición:

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Si Elizabeth y Emanuel pensaron que habían tenido mala suerte no esperaban que esta continuara... Acababan de llegar al pueblo de El Bolsón, cuando se pinchó la rueda del auto que conducía Toni. Este último no paró de quejarse desde entonces... sin embargo, no hacía nada para ayudar a reparar el problema.

Mientras David y Emanuel cambiaban la rueda del auto y Toni fumaba a un costado de la calle, la mujer aprovechó el momento y cruzó hasta la vereda opuesta donde había una vieja posada, para preguntar si podía usar el baño. La mujer que la atendió fue muy amable, le dio una llave y le indicó el camino. El baño público estaba en la parte trasera del edificio.

Al regresar a la recepción a devolver la llave a la mujer que atendía no la encontró detrás del mostrador y tuvo que aguardar unos minutos hasta que la atendiera. Estaba aún esperando cuando notó un pequeño cuadro que colgaba de la pared posterior, le llamó la atención porque estaba cubierto con un velo negro... Era muy extraño.

La joven miró hacia todos lados y, como no había rastros de persona alguna, rodeó el mostrador de madera y se detuvo frente al cuadro. ¿Por qué lo tendría cubierto? Si no le agradaba a la dueña, ¿por qué no simplemente lo descolgaba? Con la ansiedad que se siente cuando se sabe que se hace algo indebido, Elizabeth estiró su brazo y retiró el velo que lo cubría... No estaba preparada para lo que iba a ver. Dio un agudo grito del susto y golpeó su espalda con el mostrador, el velo se deslizó entre sus dedos... No podía creerlo... era un retrato de un anciano pequeño y encorvado, con ojos aguados... el viejo de sus pesadillas.

— ¿Se encuentra bien?

El sonido de la voz le provocó un respingo del susto.

— Sí, yo... Lo siento... —Elizabeth no sabía cómo explicarse y se ruborizó intensamente por el esfuerzo. Atravesó el mostrador de madera y le entregó las llaves del sanitario a la mujer. Esta, por su parte, la miró extrañada... Tomó el velo negro que había caído al suelo y volvió a tapar el retrato.

— Era mi abuelo, murió hace muy poco en un accidente —comentó la dueña de la posada con cariño—. Era un hombre muy tranquilo... estaba ciego y casi inválido, caminaba siempre apoyado en un bastón, por lo que nos sorprendió que la poli lo encontrara en la ruta que va al cerro. Lo atropelló un auto, eso dijeron... Yo me había ido a comprar unas toallas, era día de ofertas, ¿sabe? y mi marido no se dio cuenta que el viejo no estaba. ¡Siempre era tan tranquilo y bueno!, nunca daba trabajo.

— ¡Oh! Lo siento mucho —manifestó. Ahora comprendía el porqué del velo negro. Debía ser una antigua costumbre del lugar.

— Fue muy raro, pensábamos que tenía... eh, déjeme pensar... ¿cómo era esa cosa?... ¡Ah!, demencia senil, al menos eso dijo el dotor. Parecía siempre tan ausente... No hablaba —continuó la mujer pelirroja.

— Claro... una tragedia.

— Sí... sí, eso mismo.

De reojo, Elizabeth vio que los demás la estaban esperando dentro del auto y se impacientó. Se despidió de la mujer rápidamente y estaba por retirarse cuando inesperadamente esta la tomó de la muñeca, parecía que tenía ganas de hablar y no quería que se escapara.

— ¿Recuerda a esos pibes que se perdieron hace unos meses en el cerro? No sé si vio las noticias.

Elizabeth se sorprendió ante el comentario y asintió con la cabeza.

— Estuvieron aquí una noche, en las dos piezas del final. Era lo único que tenía disponible en ese momento.

— ¡Oh! Y...

— Creo que eran como cinco o seis —la interrumpió— pero no dieron problemas, todo fue en orden. Me agradaban, parecían muy educados y siempre nos trataron con mucho respeto. "Usted", "señor" le decían a mi marido. Muy educados todos. Aunque no me gustaba uno de los mayores y me acuerdo que a mi abuelo tampoco... Juntaba las cejas cuando pasaba a su lado, lo reconocía por su olfato, seguro... Pero era algo raro ya que nunca parece darse cuenta de los huéspedes. Como le decía antes, siempre estaba algo ausente.

El CultoWhere stories live. Discover now