4-Cuerdas rojas:

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El sol ya había realizado su tarea matutina y la luz destacaba cada recoveco del bosque. Los seis chicos, concluidas sus obligaciones, estaban listos para partir. Los dos mayores se apartaron del grupo y, sólo cuando estuvieron seguros de que los demás no los escuchaban, se pusieron a hacer planes. Iban en la dirección correcta, conclusión a la que llegaron luego del rastreo que realizaron a primera hora de la mañana, antes que los otros despertaran. Sin embargo, el problema radicaba en el hecho de que no sabían por dónde continuar. Las cuerdas marcaban un camino que deseaban seguir, pero cada vez era más difícil hallarlas. La última que habían encontrado estaba un poco hacia la izquierda del campamento... No obstante, a su alrededor no se presentaba ninguna más.

— Estamos cerca, todo lo indica así —susurró Elio, mordiéndose las uñas.

— Sí, a un día... según nuestros cálculos.

— ¿Un día? Al paso que vamos yo diría que a dos días... Estoy preocupado, no tengo mucho tiempo para hacer esto. Si no lo hallamos en ese tiempo, habrá que volver.

— ¡Vamos, no seas aguafiestas! Estamos en la ruta correcta.

Al fin debieron tomar una decisión. Tendrían que dirigirse un poco hacia la izquierda, bosque dentro. Era peligroso, había animales salvajes y tendrían que andar con los ojos bien abiertos pero, sin duda alguna, estaban por el camino correcto. Hecho que les daba más esperanzas.

— ¡Elio! —llamó Santiago en un momento. Aún no habían transcurrido cinco minutos desde que se habían puesto en movimiento.

— ¿Qué?

— Aquí hay otra. Tendremos que movernos más al norte.

Una cuerda roja estaba atada a un arbusto espinoso. Emocionado como estaba por su hallazgo, Santiago no se dio cuenta de que las chicas los estaban escuchando.

— ¿Otra? Pero... ¿de qué hablan? —dijo Delfina, sin entender. Estiró la mano para tocarla, no obstante su hermano la empujó para que no lo haga. La chica lo miró estupefacta.

Su hermana se acercó más, cruzada de brazos.

— ¿Pueden explicarnos qué significan?... ¿Acaso las están siguiendo? —intervino Carolina, ya fastidiada de tantos secretos.

Santiago se puso en camino y Elio lo siguió, ignorando a sus hermanas.

— ¡Eh, respondan! ¡Elio! —Carolina salió corriendo detrás de ellos.

En ese momento llegaron Pedro y Ezequiel. Ambos se quedaron con la boca abierta, contemplando el extraño objeto. Poco más allá, los demás se habían detenido junto a un tronco caído.

— ¡Elio! ¡Dime! —insistió su hermana menor.

— ¡Qué pesada!... Está bien, ¡ya cállate! —cedió molesto, interrumpiendo las manifestaciones de Carolina.

— No —le advirtió Santiago de manera peligrosa. Sus ojos tenían un brillo amenazante.

— Ya estoy harto, ¿sabes?... No hay razón para seguirles ocultando las cosas —replicó, luego se dirigió hacia su hermana menor—. Las cuerdas marcan un antiguo camino. Muy antiguo...

Santiago, furioso, largo un suspiro de frustración. ¡Lo que faltaba! Pensó.

— ¿Y a dónde va? —preguntó Delfina sorprendida, con las manos en la cintura.

— A un bosque energético, donde habitaban hace mucho tiempo los primeros humanos que llegaron al continente. Es un ojo verde... un bosque dentro de otro bosque —explicó Elio, con el tono de quien descubre un gran secreto.

El CultoWhere stories live. Discover now