CAPÍTULO 29

10 2 0
                                    

LILIAN KANE

Las dos últimas noches las he pasado prácticamente en vela por culpa de la gran cantidad de trabajo acumulado. Y es que todo el papeleo y reuniones que se encargaba Morrison, tuvieron que acelerarse y me tocó trabajar el doble. Gracias a dios que ayer mismo le dieron el alta médica y ya puede ponerse al día.

Concentrándome en no tropezar con mis propios pies, bajo a la cocina para tomarme el café de cada mañana. Sin embargo, justo antes de que pueda dar un paso más, unas grandes manos me impiden ver algo.

—¿Pero que...?

—Cierra los ojos.—me sorprende la voz de Frank tan cerca de mi oído.—Tengo una sorpresa.—el vello de la nuca se me eriza por la inesperada sensación y trata de esconder mi excitación.

—No estoy para bromas. Déjame ir que voy a llegar tarde.—intento soltarme, sin éxito. Es mucho más fuerte que yo y, en contra de mi voluntad y aún forcejeando, consigue moverme.

—No voy a abandonarte en ningún descampado ni sacrificarte en algún ritual satánico, si eso es lo que te preocupa.—se burla obligando a mis pies a dar pasos hacia delante, pese mi reticencia.

—Sí, precisamente eso mismo no me ha dejado dormir estas pasadas semanas.—rebato seca, aún tratando de deshacerme de su agarre, en vano.—Pero podría hacer que te encerraran por allanamiento de morada.—lo amenazo cuando me doy cuenta del roce de nuestros cuerpos.

Mi respiración de ha vuelto algo irregular y por mucho que quiero alejarme de su toque y su calidez, se siente tan bien que me asusta. Mi cuerpo y mi mente quieren cosas distintas y el resultado de esa batalla interna es dl bloqueo de mis extremidades.

—No creo que sea allanamiento cuando cuido tan bien a la dueña.—susurrar en mi oído apartando las manos de mis ojos.

Tardo unos segundos en adaptarme de nuevo a la luz que se filtra por las largas cortinas del salón. Al principio no entiendo el por qué me ha guiado hasta aquí, pero en el momento que mis ojos se posan en la modesta mesita en medio de la sala y veo la gran cantidad de comida que hay preparada, mi mandíbula está a punto de tocar el suelo.

—¿Q-qué es esto?—balbuceo acercándome a la mesa y examinando cada uno de los paltos bien expuestos.

Fresas, tomates, melocotones, beicon...mucho beicon. Todo está perfectamente servido con sus cubiertos de plástico y mi corazón da un vuelco al ver unas pequeñas, pero apreciables servilletas de colores que adornan cada platillo.
Esas fueron las únicas que mi madre guardaba en el fondo del cajón y jamás usaba, por eso me las pude llevar a escondidas.

—¿Por qué has hecho esto?—inquiero a media voz. Aún no encuentro la fuerza para apartar la vista de esa mesa y mis piernas se niegan a responder.

Es como si de repente hubiera retrocedido en el tiempo y me encontrara de nuevo en el bosque de la colina con mi mejor vestido floreado esperando con el corazón agitado a que Frank saliera del trabajo para tomar la ruta 33 y desplegar nuestro gran picnic.

—Sólo quería tener un detalle contigo.—sonríe vacilante encogiéndose de hombros.—No sabía si te seguían gustando los huevos fritos con complejo de tortilla y las tostadas quemadas.—bromea rascándose la nuca y alternando su mirada entre la comida y mi rostro.

Incluso se ha acordado de la rosa blanca que me obsequió ese día.

—Se te han quemado.—señalo a pesar del nudo de garganta que me impide hablar y consigo sonreír ante la imagen de Frank construyendo un escudo para no salpicarse con el aceite.

Mi comentario lo hace reír y ese sonido se cuela en mi mente y me revuelve absolutamente todo. ¿Por qué es así? ¿Por qué se tiene que acordar del mejor día de mi vida?

Testigo CriminalWhere stories live. Discover now