CAPÍTULO 14

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ELIAS DANKWORTH

Desde hace días que cada mañana salgo más temprano e Isabella está empezando a sospechar. No es propio de mí hacer más horas de las estrictamente necesarias, pero tampoco se atreve a preguntar. Si lo hiciera yo también le preguntaría donde sale a altas horas de la madrugada a escondidas de padre, pero viéndole la sonrisa bobalicona que se le dibuja en los labios cuando vuelve, desisto.

A padre le salgo con la excusa de verme con Bethany y eso parece hacerle sumamente feliz. Me duele mentirle tan descaradamente, pero no le puedo confesar que su hijo pequeño ha vuelto y me he estado viendo con él.

—¿Vas a ir así para verte con Bethany?—reprueba mi padre desde la cocina escaneándome de arriba a bajo.—Hijo, si necesitas ropa nueva dímelo y hago que la asistenta de Isabella te la compre. No quiero que mi hijo luzca como un pordiosero cuando salga con mi futura nuera.—niega con la cabeza dándole un largo sobro al café y vuelve la vista al periódico.

No me lo esperaba encontrar tan temprano, es por eso que no he cuidado mi salida. Es cierto que el atuendo que llevo se limita solo al traje que suelo llevar para trabajar, pero no me voy a arreglar para verme con Harold.

—Lo tendré en cuenta, pero ya se hace tarde.—sentencio mirando el reloj del recibidor con ganas de salir corriendo.—Nos vemos en la empresa.—y cuando estoy a unos pasos de huir por la puerta, el teléfono suena y es mi hermana la que baja corriendo y atiende como si el mundo dependiera de ello.

—¡Elias! ¡Es para ti!—oigo su voz rasposa de buena mañana y, con cautela me acerco a ella con el teléfono de cable tendido.—Y si puede ser, dile a este mindundi que llame más tarde. Me duele la cabeza.—va refunfuñando mientras desaparece en la cocina, donde se encuentra mi padre leyendo tranquilamente sin prestar demasiada atención.

Me quedo unos segundos con el teléfono en la mano, observándolo con el ceño fruncido. ¿Quien va a querer hablar conmigo a las ocho de la mañana? Además, tengo prisa.

—¿Diga?—pronuncio aclarándome la voz a la vez que compruebo la hora en mi reloj de muñeca. Llego tarde.

—Elias, soy yo.—me sorprende la voz de mi hermano pequeño y me quedo momentáneamente mudo.

—¿Q-qué haces llamando a casa?—susurro reaccionando con miedo a ser descubiertos.—¡¿Te has vuelto loco o tienes un insisto suicida?!—no paro de vigilar la cocina para asegurarme que nadie nos escucha, pero el riesgo es muy elevado.

—Tranquilo, Elias, lo tengo todo controlado.—me insta a que me relaje, sin embargo eso no hace más que tensarme.—Además, dudo que Isabella recuerde mi voz de camionero.—chasquea la lengua restándole importancia y yo sigo con el susto en el cuerpo. Su voz no se parece a la de un camionero

—No me vengas con esas, Harold.—siseo entre dientes.—Siempre dices eso y luego pasa lo que pasa, ¿o tengo que recordarte lo que pasó con mamá hace cinco años?

Sé que haber discutido con ella el día antes de su muerte le marcó y la culpa no lo dejó tranquilo por una temporada. No me gusta chantajear a las personas de ese modo, pero con Harold se me terminan los recursos.

—¡No te atrevas a mencionar su nombre en presencia de esa esa arpía!—exclama reaccionando del modo que había temido. Supongo que "la arpía" se refiere a Isabella.—Y no vuelvas a llamarme por mi nombre, si descubren que he vuelto todo esto se habrá acabado y estaremos en serios problemas.

Sus palabras han sonado a amenaza indirecta y me recorren fuertes escalofríos por todo el cuerpo. No ha sido su voz o lo que ha dicho, sino el significado oculto que no me quiere decir. Siento que todo esto es mucho más serio de lo que aparenta ser y temo quedar en medio.

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