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Llevaba corriendo largas cuadras desde que bajó del bus. Las escaleras del gimnasio metropolitano de Sendai parecían montañas ante su cansancio, pero aún estaba a tiempo. Tenía que llegar, tenía que hacerlo.

Puso un pie en el palco en el momento justo en el que el frenesí de un punto estaba llevando a la locura a los espectadores. Vio como Oikawa iba a buscar el balón fuera de la cancha, colocándosela a Iwaizumi con una perfecta precisión que le costó un incidente contra las bancas que le heló la espalda a Natsu, llevando una mano a su boca para ahogar un grito de susto. Pues pudo ver como su rodilla operada se llevó toda la fuerza para seguir a cuesta de todo.

Porque así era él. Dejaba el alma en cada encuentro, el balón no iba a tocar el suelo bajo su mando. Aunque quienes realmente han estado en el campo de batalla, saben que cualquier pequeño error, cualquier impulso interior en cualquier jugador podía dar vuelta el tablero de una manera asquerosa e injusta.

El ataque del as fue rechazado por el equipo contrario dejándoles el punto servido. Volvieron a atacar y así hasta que el balón pasó por tercera vez la red y el punto fue llevado por el contrario.

Nadie gritó, nadie festejó hasta que el silbato sonó y el equipo de camiseta negra lo hizo. Natsu miró el marcador y ahí fue cuando lo comprendió. Ambos equipos se dividieron a hacia gradas opuestas para saludar y agradecer a sus correspondientes.

Ella al igual que todo el Aoba Johsai presente aplaudió, porque si eso había sido tan solo el punto final estaba segura que todo el partido había estado en llamas. Tragó pesado al ver como todo el equipo se había apagado, como lágrimas se asomaban por sus ojos y alguno se tomaba el atrevimiento de espantarlas de su rostro mientras otros mantenían la cabeza en alto, impidiendo que se caiga el orgullo de ver hasta donde habían llegado, pero hasta ahí, el final.

Quería bajar inmediatamente a abrazarlos a todos y decirles que habían hecho un trabajo increíble, tal como siempre lo hacía sólo con Hajime, ella quería hacerlo con todos y especialmente con el castaño, quien no se atrevía a bajar la mirada de esa bandera albiceleste que flameaba frente a sus pupilas.

En lugar de seguir su deseo, se fue. Sabía que el equipo tenía mucho que procesar, juntos.

.
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Su pie derecho hacía danzar el balón en el suelo alguna melodía que sonaba en su cabeza. El ocaso se estaba apoderando del cielo tornando las bajas calles de los suburbios en una preciosa neblina naranja. El timbre de su teléfono sumado al ladrido exaltado de Rin por el mismo cortó toda su concentración.

Moshi moshi...

Desgraciada ¿Dónde estás?

La asqueada voz del otro lado le causó  una extraña preocupación. Además de que apenas podía oírla debido al griterío de fondo que decoraba aquella llamada.

— ¿Cómo que dónde estoy? —respondió serena y confundida, rascándose la otra oreja como si eso sanara la sordera que le pegó aquella rabiosa pregunta.

Megumi-san dame ese teléfono. —otra voz se robó el protagonismo y luego de un torpe sonido donde seguramente el teléfono estuvo en medio de una pelea de manos, la nueva voz ganó— Himura-san...

Un suspiro pesado que le dio entender que aquella llamada no debería estar pasando.

— Entrenador...

Aquella llamada realmente no debería estar pasando, pues el día anterior había ido a ver a su equipo jugar los cuartos de final del Inter escolar en Tokio, el cual ella no participaba por la falta de entrenamiento a causa de su lesión.

Intenta odiarme... | Oikawa TooruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora