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El aire apenas filtraba sus pulmones. Cruzó dos calles sin siquiera tomarse la molestia de mirar el tráfico y aquello pudo haber terminado muy mal.

Fue suficiente. Lo que sus ojos habían visto fue la respuesta a todo, obligándose a sentir traición, vergüenza, frustración, insuficiencia.

¿Se lo merecía? ¿Merecía terminar en ese lugar en la vida de la persona que ella más quería en su mundo? A quien le dio su confianza, su corazón. Ella realmente terminó siendo un maldito plan B. Y aquello terminó explicando tantas cosas que ella desde un principio se negó a ver.

Llegó a su auto estacionado y con desesperación buscó las llaves en su bolsillo, una vez en sus manos intentó ponerlas en la cerradura de la puerta, totalmente dominada por los nervios, pero otras manos atraparon las suyas quitándoselas. Ella se dio vuelta furiosa intentando recuperarlas.

— ¡Dámelas!

— ¡No vas a conducir así! —le gritó en el mismo tono alzando lo más alto posible su brazo para que ella no las alcanzara.

El cuerpo del muchacho tembló al ver sus ojos rojos bañados en lágrimas y odio.

— ¡Tu realmente no sabes cuando detenerte ¿cierto?!

Se hartó ella de intentar alcanzarlas y lo empujó con todas sus fuerzas, furiosa, apoyándose sobre su pecho, sin conseguir moverlo más de dos centímetros.

— Déjame explicarte.

— No quiero oírte. No quiero oír tus burlas. ¡No quiero verte! ¡Vete a la mierda, Oikawa!

Saltó ni bien sintió que el castaño bajó la guardia ante sus gritos y atrapó las llaves una vez más, pero Tooru atrapó su cuerpo por la espalda impidiendo que consiga abrirla y ambos terminaron de cuclillas en el suelo.

Ella comenzó a darle codazos como podía, débiles ante su inmovilidad y que prácticamente había gastado todas sus energías en el trabajo y en liberar toda esa contención de tristeza y estrés en lágrimas.

Siguió sollozando un poco más rendida entre los brazos del colocador. Estaba odiando esa situación con todo su ser. Lo que menos necesitaba era al idiota de Oikawa cerca, pero en esos momentos era lo único que estaba conteniendo la revolución de sus emociones, el único que estaba evitando que los pedazos rotos de su alma se dispersaran en el aire.

Ni bien el castaño sintió su cuerpo relajarse y caer rendido entre sus brazos, la abrazó con más fuerzas.

Se olvidaron totalmente del tiempo, pequeñas gotas rociando la calle los devolvió a la realidad. El cielo estaba llorando, escondiendo sus ya lágrimas secas. Toruu intentó ayudarla a ponerse de pie, pero su cuerpo pesaba demasiado, ella no tenía intención alguna de hacerlo.

— Vamos, puedes enfermarte si nos quedamos aquí.

Natsu elevó un poco su mirada y sin necesidad de encontrarse con sus pupilas, le respondió en un susurro.

— Vete...

Oikawa no le respondió ni demostró alguna expresión de molestia. Simplemente volvió a sentarse a su lado, apoyando su espalda sobre la puerta del auto. Ni siquiera volvió a mirarla.

Ella, en cambio se lo quedó viendo en shock ante aquella actitud. ¿Quién era él y qué le habían hecho al idiota que vivía haciéndole la vida imposible?

Sintió el peso de una mano apoyarse sobre su cabeza y darle pequeñas caricias a su cabello ya todo húmedo. Su corazón, totalmente frágil le devolvió aquel nudo en la garganta como si un jugador de fútbol colocara el balón en el ángulo del arco estirando la red hasta su punto máximo. Y ahí estaban de nuevo esas lágrimas.

Odiaba mostrarse débil frente a él, pero ya no podía responder por sus emociones.

Natsu se dejó caer sobre su hombro y reposo ahí unos minutos más. Oikawa lo intentó otra vez, la tomó por los hombros despegándola de él y poniéndola finalmente de pie agregando un poco más fuerza. Esta vez ella no dijo nada, simplemente lo siguió.

Paró el primer taxi que se cruzó y fueron directo a la casa de la muchacha.

Cerró la puerta a sus espaldas y buscó el baño dejándola a ella inmóvil en la entrada. Regresó rápidamente con una toalla y comenzó a secar su enmarañado cabello azabache sin recibir más que una mirada sorprendida y algo desorientada de su parte. Oikawa detuvo su acción al encontrarse con sus pupilas viéndolo con debilidad. Tragando saliva con pesadez, bajó la blanca toalla hacia su rostro y comenzó a secar cuidadosamente sus mejillas, luego sus pestañas bajas; sin dejar de observar con detalle cada rasgo que decoraba su pálida piel.

Su pecho se sacudió con tanta fuerza que lo devolvió en sí, separando sus manos de su rostro.

— ¿Tienes... tienes otra? —se refirió al ya húmedo trapo en sus manos. Natsu miró el objeto y reaccionó pestañeando varias veces.

Asintió, se sacó los zapatos y fue a su habitación. Mientras tanto, el capitán se quedó observando la gran sala frente a él. Muchas fotografías viejas, en blanco y negro, y alguna otra en color como si hubiesen sido reveladas igualmente hace muchos años. Ancianos, adultos jóvenes, niños. Podía reconocer ese color de ojos y ese cabello negro como la noche en cualquier lado, una pequeña Natsu jugando con otro niño, trepando las ramas de un enorme y viejo roble, pero esa sonrisa, esa sonrisa no la reconocía, nunca la había visto sonreír como lo estaba haciendo en ese pedazo de papel.

— Su nombre es Hiro. — Oikawa atajó su corazón entre sus manos del susto que le había dado aquella leve voz a sus espaldas.

Natsu le entregó la otra toalla y se quedó mirando por unos segundos aquellas fotografías colgadas en la pared. Abrió las puertas de un pequeño mueble que se encontraba cerca, sacó tres sahumerios, los encendió y los colocó frente a aquellos cuadros sobre una repisa. Dio tres aplausos y como si estuviese rezando, cerró los ojos y susurró...

— Ya estoy en casa.

Oikawa no dejaba de observar con confusión y melancolía, pero se ahorró toda esa curiosidad para otro momento. Ahora simplemente iba a acompañarla lo que reste del día.

Intenta odiarme... | Oikawa TooruWhere stories live. Discover now