21. La montaña .

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Aidam señaló la línea del horizonte sobre la cual podía verse una majestuosa montaña y dijo con voz solemne:—Ferendull

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Aidam señaló la línea del horizonte sobre la cual podía verse una majestuosa montaña y dijo con voz solemne:
—Ferendull.
Había transcurrido una semana desde su encuentro con Hyerom y no volvieron a encontrarse con ninguno de los asesinos autodenominados Las sombras. Ahora por fin avistaban su destino. El escabroso pico se confundía con las nubes a lo lejos, más allá del valle que tenían a sus pies.
—Bajo las raíces de Ferendull —citó Ashmon, recordándoles la leyenda del pergamino.
—¿Hemos de encontrar alguna cueva para cruzar la montaña? —Preguntó Hugh.
—Así parece —contestó Aidam—. Pero primero llegaremos a la ciudad de Washem. Allí quizá puedan informarnos.
Tardaron dos días más en llegar hasta la populosa ciudad de Washem. En su recorrido pudieron encontrarse con bastantes grupos que parecían huir del lugar. Aidam se acercó hasta uno de aquellos grupos de gente asustada. Cuando volvió junto a sus compañeros traía el rostro sombrío.
—El ejército de Akheronte está al llegar y la gente huye. Ha habido matanzas en las localidades cercanas. Destruyen todo a su paso.
—¿Entonces qué haremos? —Preguntó Sheila.
—Llegar hasta Washem queda descartado. El enemigo la tomará en breve. Debemos dirigirnos hacia la montaña.
—Está como a una semana de distancia —opinó Ashmon—. Nuestros suministros ya son muy escasos.
—Encontraremos agua y comida en el bosque —dijo Aidam—. No podemos arriesgarnos a que una patrulla nos detenga. Debemos salir del camino cuanto antes.
Así lo hicieron. Abandonaron el transitado camino para internarse en un frondoso y oscuro bosque. Las ramas de los árboles se entretejían de tal forma en las copas que la luz del sol no llegaba a iluminar el suelo. El ambiente se volvió gélido en aquella perenne penumbra y por la noche ni el fuego bastaba para hacerles entrar en calor.
—Es la sombra de la montaña —dijo Hugh a Aidam, mientras ambos hacían guardia en la oscuridad—. Es un lugar sagrado y no gusta de forasteros.
—No es más que una montaña, Hugh —le respondió Aidam, pero el orco meneó su cabeza.
—Es mucho más que eso. ¿Conoces el significado de su nombre: Ferendull? Significa aquello que está más allá, en el lenguaje de los elfos. El más allá, Aidam. Algo que no es de este mundo.
—¿Hablas la lengua de los elfos?
—Los orcos compartimos muchas cosas en común con los elfos. Incluso se dice que provenimos de ellos. No lo sé con certeza, pero sí, puedo entender su idioma con facilidad.
—Sois una raza noble y poderosa.
—Menos aquellos que perdieron su honor y por los cuales sufrimos todos la incomprensión de las otras razas.
—También entre los hombres hay gente sin honor —dijo Aidam—. Villanos sin escrúpulos que harían cualquier cosa por un puñado de oro. Te puedo asegurar que es cierto, pues yo fui uno de ellos.
Hugh le miró asombrado.
—Hace mucho tiempo yo también formé parte de Las sombras, ese grupo de asesinos que ahora nos persiguen. Hice cosas de las que me arrepiento. El odio no me dejaba razonar y me transformé en un asesino como ellos.
—Pero lograste dejarlos atrás.
—Sí, lo hice —afirmó Aidam—. Sin embargo no soy capaz de olvidar toda la sangre que manchó mis manos.
—Te considero un amigo, general, y te doy las gracias por compartirlo conmigo. Sé que eres un hombre de honor. En eso no me equivoco.
—Trato de serlo, pero imagina lo que supondría que mi hija Shyrim llegase a enterarse de lo que hizo su padre.
—Seguiría estando muy orgullosa de ti. Siente verdadera adoración por su padre, eso puede verse a simple vista.
—Quizá porque no sabe cómo es en realidad su padre... Será mejor que duermas un poco, Hugh. Mañana será un día duro.
Hugh asintió. Sabía que debía dejarle a solas con sus pensamientos, por lo que optó por retirarse. En su camino se encontró con el nigromante que le saludó con educación.
—Buenas noches, maese Hugh, buscaba a Aidam, ¿lo habéis visto por un casual?
—Le he dejado junto a ese árbol —señaló.
Ashmon asintió, dándole las gracias.
Aidam le escuchó llegar mucho antes de que este llegase a verle.
—¿No conoces un hechizo para conciliar el sueño? —Le preguntó, sobresaltándole.
—Ninguno que funcione. A mi edad uno ya no duerme como cuando era joven.
—¿Qué quieres?
—Tan solo charlar. Todavía no te fías de mí, ¿verdad?
—¿Debería hacerlo? —Preguntó Aidam a su vez.
Ashmon sonrió.
—Si yo estuviera en tu lugar tampoco lo haría.
—Eso contesta a tu pregunta.
—En esta ocasión no soy el enemigo, Aidam.
—Pero eso no significa que comencemos a llamarte amigo.
—No quiero ni lo uno ni lo otro, tan solo me basta con la confianza.
—La confianza ha de ganarse —observó Aidam—. La amistad solo se logra tras ella.
—Mi único interés es por el bien de esta empresa. Después nuestros caminos se separarán.
—Así lo espero, nigromante.
—Hasta aquí todo claro. Ahora he de explicarte lo que conozco sobre esa montaña. Ferendull. No es lo que parece. Guarda muchos secretos en su interior.
—¿Qué sabes de ella?
—Qué no es lugar para niños, ni para ancianos y mucho menos para nigromantes oscuros o uno que ha dejado de serlo.
—¿Tienes miedo, Ashmon?
—Sería de necios no reconocerlo. Sí, tengo miedo. Sobre todo cuando debemos enfrentarnos a los caprichos de un dios.
—El dios Thanassos. ¿Quién es?
—¿El anciano de la montaña? Se supone que un padre celestial, amante de la luz y de la vida.
—Entiendo, todo lo opuesto a ti...
—Como el día y la noche —sonrió Ashmon.
—¿Nos dejará cruzar? —Preguntó Aidam, repentinamente serio.
—Quizá a todos no... Leerá en nuestros corazones como en un libro abierto y no le gustará lo que descubra en algunos de ellos.

Cinco días después, agotados y famélicos, pues solo habían podido alimentarse de bayas y frutos, ya que la caza escaseaba en esos bosques, llegaron junto a la falda de la montaña. Ferendull se alzaba imponente sobre ellos, como un dedo que se dispusiera a rasgar las nubes.
—Es muy alta —dijo Shyrim, levantando tanto la cabeza que estuvo a punto de caer de espaldas.
—Sí que lo es —asintió Rourca, que no había visto nada parecido—. ¿Tendremos que escalarla?
Aidam sonrió ante el comentario del muchacho.
—No hará falta, Rourca —dijo—. Cruzaremos bajo ella.
—Tiene que haber una cueva por aquí —dijo Shyrim—. ¿Podemos buscarla, papá?
—Siempre que no os alejéis mucho, podéis hacerlo.
La niña tomó de la mano a su amigo y tiró de él.
—La encontraremos, ¿verdad, Rourca?
—Sí, lo haremos —contestó él, entusiasmado.
Ambos echaron a correr y sus gritos de júbilo resonaron en la profundidad del bosque.
—Creo que debería ir con ellos —dijo Sheila—. Para que no se pierdan.
Aidam asintió.
—¿Te encuentras bien? Has estado muy callada durante el viaje. En nuestro primer encuentro no dejabas de hablar.
—¡Era una niña, Aidam!... —Sonrió—. Estoy bien. Solo algo cansada, pronto me recuperaré.
Sheila se internó en el bosque, tras las risas de alegría que se escuchaban algo más lejos y una extraña melancolía la invadió. Comenzó a recordar las risas que, no tanto tiempo atrás, ella misma compartía con los árboles, las peñas y el claro cielo del amanecer, cuando dejaba atrás su aldea para ir a cazar. Recordó aquel día, cuando descubrió un castillo en medio del bosque y volvió a sentir aquella extraña sensación de estar siendo guiada por algo o por alguien. Una voz en el silencio que la hizo encontrar aquella extraordinaria gema del color de la sangre. La joya del dragón. También recordó como su vida cambió drásticamente desde ese funesto momento. Como su vida se deshizo en miles de pequeños trocitos imposibles de volver a unir de nuevo. Después ya nada fue igual.
—¿Estás bien, tía Sheila? —Shyrim y Rourca parecían preocupados por ella. Ambos habían retrocedido cuando descubrieron que la joven les seguía.
—Sí, cariño, estoy bien. Tan solo estaba recordando.
—No parecían recuerdos bonitos, pues estás llorando —dijo el muchacho.
Sheila no había advertido como las lágrimas surcaban sus mejillas.
—No, no eran recuerdos bonitos. Pero ya han pasado. ¿Habéis encontrado algo? —Dijo, cambiando de conversación.
—Rourca cree haberlo hecho, pero yo no estoy muy segura. Más adelante hay unas ruinas y cree que pueden ser de un viejo castillo abandonado.
Un escalofrío recorrió la espalda de Sheila. Un castillo en el bosque. Todos sus temores se volvían realidad.
—Aunque yo creo que se trata de una vieja mina —continuó diciendo la niña, sin advertir la expresión de miedo de Sheila.
—¿Una mina? Puede que se trate de lo que estamos buscando. Una forma de cruzar bajo la montaña. Debemos regresar con los demás y traerlos aquí.
—¡Taaan pronto! —protestó la niña.
Shyrim y Rourca obedecieron y desanduvieron el camino para reunirse con los demás. Aidam escuchó muy interesado lo que creían haber descubierto.
—Iremos allí —dijo—. ¿Llegaste a verlo Sheila?
—No... No quise aventurarme más en el bosque... He sentido algo muy extraño, Aidam, allí, quiero decir.
—Extraño, ¿cómo qué?
—No lo sé —Sheila no sabía explicarse mejor—. Sentí lo mismo que cuando encontré la joya del dragón. Sentí miedo.
—Quizá no sea más que una casualidad —dijo el guerrero.
—Sí, tal vez se trate de eso. Este entorno es muy parecido a aquel.
—No debes preocuparte, Sheila. Todo estará bien.
¿Lo estaría? Eso era lo que mi hija esperaba.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora