16. Un poderoso aliado

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—¡Atrápalo! —Escuché que gritaba Dragnark y vi a Aidam lanzarse sobre el orbe del dragón, que rodaba por el suelo

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—¡Atrápalo! —Escuché que gritaba Dragnark y vi a Aidam lanzarse sobre el orbe del dragón, que rodaba por el suelo.
El guerrero fue a coger el orbe, cuando se escuchó un estampido y un rayo cegador nos deslumbró a todos. Aidam salió repelido como si alguien lo hubiera arrojado con todas sus fuerzas y aterrizó a varios metros de distancia.
El orbe, mientras tanto, había comenzado a transformarse.
Su esfera creció hasta límites insospechados y temí verla implosionar, pero lo que sucedió fue muy distinto. Cuando el orbe alcanzó su tamaño definitivo, desapareció sin más, pero en su lugar quedó algo. Parecía una figura humana, aunque no lo era del todo. No, porque ningún ser humano poseía aquel par de coriáceas alas en su espalda
—No os acerquéis —indicó Dragnark, al ver la reacción de Aidam, quien se había incorporado y avanzaba hacia ese ser—. Podría ser peligroso.
—Pero también podría darnos respuestas —dijo el guerrero.
Sheila mientras tanto había tomado a Shyrim entre sus brazos y la mecía en silencio. La niña parecía irse recobrando. Su rostro volvía a ser sonrojado y su respiración tranquila y de aquellos apéndices que afloraban de su piel nada quedaba, aunque aún seguía inconsciente.
Aidam la miró de reojo, concentrado en aquel ser que había aparecido de repente y Sheila le indicó con un gesto que su hija se encontraba bien.
El guerrero desenvainó su espada y se encaró con aquella aparición. Su furia se traslucía en su rostro. Yo me acerqué hasta él y le indiqué que se retirase.
—Déjame a mí —dije—. Tú encárgate de Shyrim.
Aidam me miró molesto, pero después asintió.
—Ten cuidado —me dijo.
—Lo tendré.
Aquel ser, fuera lo que fuese, tenía la apariencia de una mujer. Era bastante menuda, más o menos de la altura de Shyrim, calculé, aunque no estaba seguro del todo, pues se mantenía encogida, con los brazos alrededor de sus rodillas, cubriendo su cuerpo desnudo y cubierto de escamas. Sus ojos, de un color anaranjado y con matices púrpuras, me observaban con una mezcla de miedo y de curiosidad.
—No voy a hacerte ningún daño—dije en tono conciliador, arrodillándome frente a ella—. ¿Quién eres?
—No lo sé —dijo con voz clara y dulce. Una voz que en nada se parecía a la que anteriormente nos habló.
—¿Eres el orbe del dragón?
—Tampoco sé eso.
—¿Tu nombre es Runa? —Pregunté de nuevo y vi como ella parecía reconocer esa palabra.
—Creo que sí —contestó—. Me llamo Runa. Ahora lo recuerdo todo. Te recuerdo a ti.
—Sí, hemos hablado antes, cuando atacaste a Akheronte.
—Tenemos que detenerle —dijo Runa con un hilo de voz—. La profecía no debe cumplirse.
—¿Qué sabes tú de la profecía? —Preguntó Aidam.
—Lo sé todo, guerrero. La profecía habla de la destrucción del mundo y hemos de evitarla a toda costa. Akheronte no puede triunfar y yo soy la única que puede detenerle.
—¿Y qué hay de nosotros? ¿Podemos ayudarte? —Pregunté yo.
—Vuestro poder no puede compararse con el del último Titán. Yo fui creada para detenerle, soy su némesis. Aun así, podéis serme de utilidad.
—¿Qué sucederá con Shyrim? ¿Se pondrá bien? —Vi que preguntaba Aidam.
—El poder de esa niña es muy grande. Gracias a ella he podido encarnarme. Ella es luz, mientras que yo soy oscuridad y solo ambas, unidas, podrán detener al mal. Shyrim se pondrá bien, aún tiene mucho que hacer.
—La usaste para tu propio beneficio.
—Así es, guerrero. Lo hice.
Aidam no supo qué contestar. Le vi llevar su mano hasta la empuñadura de su espada, dudoso. En ese momento intervine yo. Tendí mi mano hacia Runa y la ayudé a incorporarse. Al contemplarla nos quedamos absortos.
Runa era un reflejo de Shyrim, solo que en una versión mucho más oscura. Sus rasgos eran similares a los de la niña, pero aparecían pervertidos. La piel de Runa era oscura y escamosa, como la de un reptil y de ella surgían cientos de pequeñas protuberancias óseas. Las alas de su espalda eran las de un dragón y en su cráneo crecían dos cuernos que se retorcían sinuosos.
Runa nos observaba con curiosidad, escrutando nuestras reacciones.
—Sé que mi apariencia os alarma, pero no debéis temerme —nos dijo—. Ahora hemos de hacer nuestros preparativos.
—¿Preparativos? ¿Para qué? —Preguntó Aidam.
—Para viajar al Reino de Soyam. Allí donde se encuentra Akheronte.
—Pero ese lugar nos mataría a todos nosotros —dije.
—No, si yo estoy con vosotros. Puedo hacer que respiréis su atmosfera letal... De todas formas la culpa es vuestra. Me detuvisteis cuando estaba a punto de destruir a Akheronte y ahora él ha regresado a su mundo. Tu hechizo, nigromante, fue muy poderoso para tratarse de un simple humano.
Dragnark, que había permanecido en silencio durante toda la conversación, tampoco dijo nada ahora.
Runa se fijó en su anillo y sonrió.
—Ocultas mucho más de lo que a simple vista dejas ver.
—No sé de qué estás hablando —contestó Dragnark.
—Quizá no —Runa se volvió esta vez hacia Sheila—. Tú también eres muy poderosa, para ser tan joven. Nunca antes había conocido a una Khalassa, aunque he oído hablar de vosotras. Lo extraño es que sigas con vida.
—Esta niña me trajo de la muerte.
—Comprendo. Es muy especial.
—¿Cuándo despertará?
—Pronto. Debe descansar, pero se repondrá muy pronto. Estabas dispuesta  dar tu vida por ella, ¿verdad?
—Así es.
—Muy loable, aunque según mi criterio, hubiera sido un desperdicio. Tu poder, joven Khalassa, aún no ha alcanzado su cenit. Te aguardan grandes proezas.
Sheila no supo qué contestar.
—También veo en ti, guerrero, un formidable coraje. Enfrentarse a Akheronte con tus manos desnudas refleja un gran valor o una estupidez muy profunda.
—Tal vez una mezcla de ambas—replicó Aidam.
Runa sonrió.
—Sí, es muy posible. No te preocupes, la próxima vez que te enfrentes a Akheronte, no irás desarmado.
Por último, Runa se volvió hacia mí.
—Es un honor, maestro Sargon, ser tu aliada.
—¿Me conoces? —Pregunté, confundido.
—Os conozco a todos y también sé de vuestras proezas pasadas—Runa, clavó su mirada en Dragnark y asintió—. Y las proezas que aún acontecerán. Aguardaremos unos días a que todos os hayáis repuesto y entonces partiremos.

Shyrim despertó al cabo de unas horas. Parecía no recordar nada de lo sucedido y nuestras explicaciones no contribuyeron más que confundirla. Todos nos encontrábamos a su alrededor, contentos de tenerla de nuevo con nosotros.
—No recuerdo nada— nos dijo.
Rourca, a quien hasta entonces no habíamos permitido ver a su amiga, corrió a abrazarla.
—Te he echado de menos —dijo el chico—. Creí que nunca despertarías.
—Estoy bien, Rourca. Tuve un sueño muy raro. Me vi reflejada en un viejo espejo, pero mi imagen era muy distinta...
—Quizá sea el momento de que conozcas a Runa —dijo Aidam.
—¿Runa? ¿Quién es?
—Será mejor que la veas tú misma.
Fue Sheila quien abrió la puerta del cuarto para dejar entrar a Runa. Al verla, Shyrim, hizo intención de esconderse.
—Eres tú —señaló—. Te vi en mis sueños.
—Soy yo, pero no debes tenerme miedo.
Shyrim pareció relajarse y su curiosidad, innata en ella, afloró.
—Te pareces a mí, pero también eres muy distinta.
—Así es.
—Me hiciste daño.
—No fue mi intención, pero así debía de ser. No hay otra forma.
—Has venido a luchar con nosotros, ¿verdad?
—Sí. Tú y yo lucharemos juntas y derrotaremos al ente oscuro. Ahora somos hermanas.
Shyrim sonrió.
—Me alegro. Siempre quise tener una hermana.








El secreto del dragón. (terminada)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant