2. Shyrim

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La niña corría por las calles abarrotadas del mercado de la ciudad de Khorassym, la capital del reino de Kharos, evitando tropezar con los puestos que había a ambos lados de la calle y tratando de no escuchar los improperios que gritaba la gente m...

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La niña corría por las calles abarrotadas del mercado de la ciudad de Khorassym, la capital del reino de Kharos, evitando tropezar con los puestos que había a ambos lados de la calle y tratando de no escuchar los improperios que gritaba la gente mientras pasaba a su lado como una exhalación.
—¿Dónde vas con tanta prisa, Shyrim? —Preguntó una anciana mujer que regentaba un puesto de frutas y verduras. La niña era como un rayo de esperanza para ella y para muchos otros; siempre jovial y alocada, vestida tan sencilla como uno de ellos, a pesar de su posición, y siempre haciendo amigos en cualquier parte. Todo el mundo la conocía y la apreciaba.
—Hoy es el día —señaló la niña sin detenerse.
En efecto, aquel era el día que su adorada tía Sheila regresaba de su viaje al templo del Dragón y no quería perderse la oportunidad de estar junto a ella cuando llegase. Ya era casi mediodía y no debía faltar mucho para que Sheila apareciese junto a la puerta norte de la ciudad. Tuvo que escaparse de sus clases sin permiso y sabía que la esperaba una buena regañina cuando sus padres se enterasen de ello, pero no le importaba. Aceptaría con gusto su castigo con tal de poder ver a Sheila de nuevo.
Shyrim llegó junto a la puerta norte un minuto después y se detuvo a recobrar el aliento, apoyando las manos en sus rodillas.
—¿Qué haces en esta parte de la ciudad, piojosa? —Dijo una voz que reconoció al instante.
Shyrim alzó la mirada para contemplar el rostro rubicundo y cubierto de pecas del muchacho. Vestía con andrajos y su cabello rubio estaba sucio y bastante largo, sin embargo Shyrim disfrutaba de su alegre compañía en secreto, aún tratándose  de su mayor enemigo.
—¡Déjame en paz, Roucar! —Exclamó la niña ignorándole, mientras volvía a mirar en dirección a la puerta, que en esos momentos comenzaba a abrirse. Un grupo de viajeros esperaba junto al umbral y la niña trató de reconocer a Sheila entre ellos.
De repente Shyrim sintió un dolor muy fuerte. Roucar le había tirado con fuerza de sus trenzas.
—Si vienes por aquí debes pagar un peaje —dijo el chico, no mucho mayor que ella, pero sin duda más fuerte—. Con un beso bastará por esta vez.
—¡Un beso! —Exclamó la niña—. Antes besaría a una rana que a un cerdo como tú.
Roucar la empujó con todas sus fuerzas, pero Shyrim logró mantener el equilibrio gracias a su entrenamiento. Se volvió con rapidez contra su agresor, tal y como Aidam, su padre, le había enseñado tantas veces y le empujó a su vez. Roucar no tuvo tanta suerte como ella, tropezó con sus propios pies y fue a caer de cabeza en el abrevadero. Varias mulas que aplacaban su sed allí le miraron molestas.
—¡Te mataré! —Gritó el chico, empapado de agua, pero Shyrim ya se había escabullido entre el gentío.


Sheila se bajó la capucha y suspiró de gratitud al volver a encontrarse en casa. Habían sido muchos meses de viaje a través de tierras inhóspitas para descubrir lo que ella ya suponía. En el templo del Dragón confirmaron lo que sospechaba. Shorus, el sumo sacerdote de la orden del dragón, la trató con amabilidad, aunque ella vio la decepción en su rostro. Había vuelto a la vida tras su heroica muerte, algo que nunca jamás había sucedido antes con una Khalassa y por lo tanto todos sus poderes habían desaparecido para siempre y nunca más volverían. No le quedaba otra opción que aceptarlo. No podía hacer otra cosa. Había dejado de ser una Khalassa y al parecer tampoco podía seguir actuando como una maga. Era hora de replantearse su futuro.
Unos gritos pronunciando su nombre la sacaron de sus pensamientos. Shyrim corría hacia ella jadeando por el esfuerzo.
—¡Sheila! ¡Has vuelto! —Gritó la niña, arrojándose en sus brazos. La joven la abrazó con fuerza.
—Te he echado de menos, pequeñaja —dijo, luego la observó con atención—. Si no paras de crecer alcanzarás la luna con tus manos.
—Y después te la regalaré a ti... ¿Qué tal tu viaje? —Preguntó la niña.
—Largo y cansado...
—¿Y? —La niña ardía de impaciencia—. ¿Qué te dijo el Maestro Dragón?
—No son buenas noticias, Shyrim —contestó Sheila—. Nunca recuperaré mis poderes... Shorus me lo dejó bien claro. He roto un voto sagrado al volver a la vida y he sido castigada.
Shyrim la miró cabizbaja, pero no se dejó entristecer por las malas noticias; ella era la culpable de que Sheila estuviera viva y no se arrepentía de ello, al contrario, estaba feliz de tener a Sheila junto a ella.
—Puede que se equivoquen, quizá haya alguna forma... —dijo.
Sheila negó con la cabeza.
—No, no se equivocan... Pero no importa, tendré que aceptarlo.
—Ven, volvamos a casa. Padre y madre te esperan y también el maestro Sargon y Milay... Hemos preparado una fiesta de bienvenida y... —la niña se llevó las manos a la boca, como si hubiera revelado algún secreto.
Sheila la tomó de la mano y se obligó a sonreír. La excitación de la niña era contagiosa.
—Vamos a casa, Shyrim —dijo.


Roucar vio alejarse a Shyrim en compañía de una persona adulta y decidió dejar su venganza para más adelante. Había reconocido a la joven que la acompañaba. Se trataba de Sheila, la heroína que había salvado al mundo de la oscuridad. Sintió algo de envidia al pensar en la niña. Los padres de ella también eran tratados como héroes en Khorassym. Se contaban numerosas hazañas en las que ambos habían participado. El suyo, por el contrario, no era más que un borracho y un perdedor. Apenas le veía desde que su madre murió de cólera unos años atrás. Prácticamente vivía solo y había aprendido a valerse por sí mismo ganándose la vida en el mercado de la ciudad, donde ayudaba a quien podía. Roucar se prometió no  convertirse en un fracasado como su progenitor. Él también sería un héroe. 

Se volvió tan bruscamente que no pudo evitar chocar contra uno de los transeúntes. El hombre apenas le prestó atención, pero Roucar si se fijó en él. Su mirada estaba fija en Sheila y en Shyrim y era una mirada de un intenso odio.

 

Todos esperábamos a Sheila para agasajarla por su regreso. Milay había preparado una estupenda comida y Aidam se había encargado de traer el vino y aguamiel. Acthea, que volvía a estar embarazada, aguardaba sentada en un banco del jardín, junto a mí. Parecíamos una familia feliz y eso era en realidad lo que éramos. 

Al ver aparecer a Sheila, supe que las noticias que traía no eran halagüeñas. Su rostro estaba velado por una sombra de tristeza. Shyrim la acompañaba sin parar de hablar y de sonreír. Era una niña incansable.
—¡Ya estamos aquí! —Gritó Shyrim y sus padres la interrogaron con la mirada.
—¿Tú no deberías estar en otro sitio? —Le preguntó Acthea.
—Pedí permiso al maestro para ir a buscar a tía Sheila y... Lo siento, debí decíroslo.
—Ya hablaremos más tarde de ese pequeño detalle —dijo Aidam, mientras se acercaba a Sheila para abrazarla. La estrujó entre sus brazos y la besó con cariño—. ¿Cómo estás, Sheila?
—Estoy bien, Aidam. Cansada por el viaje... —Sheila llegó junto a Acthea y la abrazó como a una hermana. Después caminó hasta donde nos encontrábamos Milay y yo y nos abrazó a ambos con cariño.
—¿Qué te dijo el Maestro Dragón? —Le pregunté, aunque conocía la respuesta.
—No estaba en sus manos ayudarme —contestó mi hija—. Solo los dioses podrían devolverme mis dones, pero no creo que estén dispuestos a hacerlo.
—No debes preocuparte por ello —dijo Milay. Su pronunciación fue perfecta. Apenas se notaba su forma anterior de hablar, llevaba mucho tiempo trabajando en ello—. Recuperarás tus poderes algún día... Ahora nos alegramos de que hayas regresado a casa. 

Sheila la abrazó.
—Os he echado de menos. Yo también me alegro de estar aquí. Nunca más dejaré el hogar. Os lo prometo.
Aidam sirvió el vino en las copas y todos brindamos por el reencuentro. Incluso Shyrim se mojó los labios con el purpúreo líquido.
No podíamos imaginarnos lo que estaba a punto de suceder.

El secreto del dragón. (terminada)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ