3. El enemigo desconocido

92 14 1
                                    

Fue ese muchacho, Rourca, quien dio la voz de alarma

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Fue ese muchacho, Rourca, quien dio la voz de alarma.
A la mañana siguiente, cuando Shyrim salió de su casa escoltada por una cohorte de soldados, para acudir a sus clases, Rourca la esperaba junto al camino. Nada más verla, el chico se acercó hasta ella.
—¿Qué haces tú aquí? —Le preguntó Shyrim y él se encogió de hombros.
—Quería hablarte de algo. ¿A dónde vas? Llevas más guardias que un general.
—Me vigilan a mí —contestó la niña—. Ayer me escapé de clase y estoy castigada. Estos soldados impiden que vuelva a escaparme.
—No sabía que fueras tan peligrosa.
—Soy mucho más que eso... Si vienes a vengarte, tendrás que hacerlo en otro momento.
—No he venido por eso —dijo Rourca—. He venido por otra cosa.
Shyrim se detuvo un momento, pero uno de los guardianes la obligó a continuar la marcha.
—¿Para qué has venido? Esta zona de la ciudad es muy peligrosa para ti, si te pillan robando aquí te mandan a galeras.
—No soy un ladrón —protestó Rourca.
—¡Claro! ¡Y yo no soy hija de Lord Aidam y de Lady Acthea! ¿Verdad?
—Ayer vi a alguien y me preocupó —explicó el muchacho y vio como la mirada de la niña ardía de curiosidad.
—¿A quién viste? —Le preguntó.
—A un tipo sospechoso. Os siguió hasta vuestra casa a ti y a esa joven a la que fuiste a recoger, después desapareció sin dejar rastro.
—Seguro que te lo imaginaste —dijo Shyrim.
—No lo imaginé. Llevaba una marca grabada a fuego en su antebrazo. Un símbolo que nunca antes había visto.
—¿Cómo era ese símbolo?
—Era parecido a la imagen de una araña, solo que tenía diez patas en vez de ocho. Dos de esas patas eran afiladas cuchillas. ¿Entiendes lo que te digo?
—Sí —asintió Shyrim—. Acababan de llegar junto a la academia donde la niña recibía instrucción—. Ahora no puedo seguir hablando. Ven a buscarme esta noche, mi balcón es...
—Sé cuál es tu balcón —la interrumpió el muchacho—. Te esperaré allí cuando anochezca.
Rourca dio media vuelta y se alejó corriendo. Shyrim se quedó pensativa, preguntándose cómo podía saber él cuál era su balcón.


Una vez hubo oscurecido, Shyrim se asomó al balcón de su dormitorio. La casa donde vivía estaba situada en pleno centro de la ciudad, pero un amplio patio ajardinado la rodeaba y alrededor de este había un alto muro. Dada la condición de sus padres como consejeros del rey Durham, contaban con un pequeño ejército de entrenados soldados para protegerles. Shyrim dudaba que el muchacho llegase a presentarse. Nunca podría atravesar el muro y la vigilancia de la guardia sin ser detenido.
—Pensé que ya no saldrías —dijo una voz oculta entre los árboles. Se trataba de Rourca.
—¿Cómo has podido entrar aquí? —Preguntó la niña, bastante asombrada.
—Para un ladrón es fácil —contestó el chico con una sonrisa.
Shyrim se descolgó por el balcón y aterrizó junto al chico. Iba descalza y vestía un largo camisón, pero la noche era templada.
—Explícame lo que viste —pidió.
Rourca se lo contó todo. Le dijo que había seguido a aquel hombre hasta el muro de su casa y le explicó la mirada de odio que vio en su rostro.
—Le pregunté a mi padre por esa marca —dijo la niña—. Dijo que pertenecía a una secta de asesinos. ¿Seguro que fue eso lo que viste?
—Estoy completamente seguro —contestó Rourca.
—Entonces no tendrás más remedio que explicárselo todo a mi padre.
—¿Explicárselo a tu padre?
—Sí, ¿no tendrás miedo?
—¡Claro que tengo miedo! —Exclamó el muchacho—. Tu padre es Aidam el Fiero, toda una leyenda...
—Él te escuchará, Rourca. Debes confiar en mí.
El muchacho asintió temeroso.


Aidam escuchaba el relato de Rourca sin interrumpirle, cuando terminó de relatar su encuentro, miró fijamente al chico. Este se echó a temblar ante aquella interrogadora mirada.
—No me estarás mintiendo, ¿verdad, Rourca?
—¡Nunca me atrevería, señor! —Contestó el chico y era verdad.
—Te creo —dijo Aidam—. Si de verdad viste a ese asesino, deberemos estar alerta.
—No me gustó la forma en que miraba a Shyrim... y a Sheila, señor. Fue por eso por lo que le seguí...
—Hiciste bien en venir a contárnoslo. Te recompensaré por ello.
Aidam buscó una moneda y se la entregó al muchacho. Se trataba de una moneda de oro. Rourca no había visto ninguna en toda su vida.
—Te lo has ganado, y me gustaría que acudieras a mí si vuelves a observar algo sospechoso. ¿Lo harás?
—Sí, señor —contestó Rourca, más que sorprendido.
—¿Qué pueden querer esos hombres, papá? —Preguntó Shyrim.
—No lo sé, pero a partir de ahora y hasta que esto se resuelva, estudiarás en casa.
A Shyrim no le gustó mucho la idea, pero sabía que no podía negarse a obedecer.
La niña se acercó a su padre y le habló en voz baja.
—¿No podríamos hacer algo por Rourca? Vive en la calle y su padre no le presta atención. Siempre va sucio y apenas tiene para comer. Me gustaría ayudarle.
Aidam la escuchó pensativo. Recordaba cuando él mismo tuvo que mendigar para vivir y como la ayuda de un desconocido cambió su vida.
—Ciertamente es un chico muy listo y avispado, pero no sé cómo pretendes que le ayude.
—Quizá podrías ofrecerle un trabajo aquí —dijo Shyrim.
—¿Y crees que él aceptará tu ayuda?
—No lo sé. Hablaré con él.
—Hazlo y cuando lo sepas vuelve a hablar conmigo. Ahora sube a tu cuarto, jovencita, aún estás castigada.
—Sí, papá —dijo la niña, pero una sonrisa iluminó su rostro.


Rourca escuchó a la niña cuando le planteó la idea de vivir allí y trabajar para su padre.
—No quiero ser el esclavo de nadie —dijo el muchacho.
—No serías nuestro esclavo. Mi padre odia la esclavitud. Serías nuestro empleado y ganarías un jornal.
—¿Y en qué trabajaría?
—Ya buscaríamos algo que supieras hacer. Por cierto, ¿qué sabes hacer, Rourca?
—Sé cuidar el ganado y soy bueno peleando.
—No tan bueno, yo te he ganado varias veces.
—A lo mejor me dejé ganar.
—¿Y por qué ibas a hacer algo así?
—No sé. Porque eres una chica y...
—¿Y?
—Y quizá me guste tu compañía.
—Pensaba que tú y yo éramos enemigos —dijo Shyrim.
—Y yo pensaba que tú eras una insoportable niña rica. Me equivoqué.
Shyrim lo observó pensativa.
—Ven mañana y demuéstrame cómo peleas. Le diré a mi instructor que te ponga a prueba. Ya veremos qué tal lo haces.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora