8. En peligro

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Ashmon había salido a pasear por el amplio jardín, cuando se encontró con Sheila

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Ashmon había salido a pasear por el amplio jardín, cuando se encontró con Sheila. Ella trató de dar media vuelta, pero él se lo impidió.
—¡Sheila, detente! —Dijo.
—No tengo nada que hablar contigo.
—Yo creo que sí. Puedo ver el odio en tus ojos y comprendo que me lo merezco, pero ya no soy el mismo que fui.
—¿Y crees que ese detalle me hará olvidar todo lo que nos hiciste?
—No, ni lo pretendo. Solo quiero que me des una oportunidad de ayudaros.
—No necesitamos tu ayuda.
—Esta vez sí. No conoces a nuestro adversario como yo.
—¿Por qué habría de creer en todas tus mentiras?
—Porque no son mentiras, Sheila. Cuando regrese Aidam podrás preguntárselo a él. Eso si logra regresar.
Esas palabras intrigaron a Sheila. Cómo podía él conocer la misión de Aidam.
—No sé cómo has logrado saber eso, pero sigo sin fiarme de ti.
—Hasta cierto punto es comprensible, solo que esta vez estoy siendo sincero contigo. Akheronte llegará hasta aquí, la capital del reino y dejará un camino de destrucción allí por donde pase. Cientos, si no miles de personas perecerán y solo nosotros tenemos la oportunidad de evitarlo.
—¿Qué pueden importarte a ti esas personas muertas?
—Lo creas o no, me importan.
—¿Y por qué estás tan seguro de que solo nosotros podemos evitar la destrucción?
—Porque lo he visto, Sheila. Existe una profecía que habla de ello.
—Las profecías pueden ser malinterpretadas.
—Esta no. Además, estoy seguro de que tú también has tenido alguna visión, ¿no es así?
Sheila no quiso explicarle que su visión trataba principalmente de él.
—No tengo visiones, se esfumaron al igual que mis poderes.
—Esos poderes que has perdido pueden regresar, si tú quieres.
—¿Y por qué iba a desear que volviesen?
—Porque sin ellos te sientes incompleta. Sé que es así, Sheila, a mí me sucede lo mismo. Muy pronto los necesitarás, pero ahora hay algo mucho más acuciante que debes hacer y ha de ser de inmediato.
—¿A qué te refieres?
—Sé trata de esa niña, ¿Shyrim? Está en peligro...


El hombre, cuyo nombre era Rellcar, se dio cuenta de que le seguían en el mismo momento en que vio a ambos niños. Había reconocido a la niña y se asombró de cómo el destino jugaba sus cartas de esa manera tan imprevista. La niña, Shyrim, era su misión y ahora la tenía a su merced. Secuestrarla en su propia casa habría sido una temeridad, pero hacerlo allí, en las calles de la ciudad, iba a resultar muy sencillo.
Caminó sin volverse a mirar atrás, internándose en un solitario callejón, mientras sus perseguidores, ignorando sus intenciones, le seguían hasta allí. Se detuvo un instante y entonces se volvió con brusquedad. No había nadie a la vista y sin embargo había escuchado sus pasos siguiéndole hasta ese apartado lugar.
—Salid —dijo en voz alta—. Dejaros de juegos.
Tan solo el eco respondió a sus palabras.
Shyrim y Rourca permanecían ocultos en un rincón tras unos toneles vacíos, mientras aguantaban la respiración para que esta no les delatase.
Rellcar retrocedió unos pasos y desenvainó su daga. El frío brillo del metal se reflejó en su acerada mirada.
—¡Salid de una vez!
Shyrim hizo intención de levantarse, pero Rourca se lo impidió. Fue él quien se alzó detrás de los toneles y se encaró con el asesino.
—¿Quién eres tú? —Preguntó Rellcar. Ese crío no formaba parte de su plan.
—Yo sí sé quién eres tú —dijo el muchacho con valentía—. No eres más que un asesino.
—Parece que me conoces, aunque no sé cómo has podido saberlo.
Rellcar dio varios pasos apresurados y llegó junto al chico. El filo de su daga se apoyó en su cuello.
—¿Dónde está la niña? —Preguntó el asesino. La punta de su arma se clavó en la piel del muchacho y una gota de sangre resbaló por su cuello—. Responde o te cortaré la garganta.
Shyrim se levantó de golpe a unos metros del asesino. Este sonrió.
—Estás ahí...
—¿Qué quiere de nosotros? —Preguntó la niña.
—Debería ser yo quien os preguntase por qué estabais siguiéndome.
—No le seguíamos a usted. Nos hemos perdido —Mintió Shyrim.
—No parecéis andar perdidos. Además tu amigo sabe quién soy... Cuéntame la verdad...
—¿La verdad? —Preguntó Shyrim. Por qué no. Le contaría toda la verdad—. Lo sé todo sobre vosotros, sé quién eres, un asesino de esa hermandad de la araña y también lo sabe mi padre. Acabaréis muertos, él os matará a todos.
Rellcar miró a la niña, estupefacto. Cómo era posible que supiera tantas cosas sobre ellos. Si estaba en lo cierto sobre qué su padre, el general, estaba al tanto de su intriga, tendrían un grave problema.
—Vendréis conmigo, los dos. Mi amo se encargará de vosotros.
Shyrim iba a oponer resistencia, pero Rellcar amenazó con rajar el cuello del chico.
—Vas a venir por propia voluntad o tu amigo morirá. A él no le necesitamos para nada.
—Me parece que no —dijo una voz tras los niños.
—¡Tía Sheila! —Exclamó Shyrim asombrada de verla allí.
La joven dio un paso adelante y se encaró con el asesino.
—Suelta al niño. No te lo diré dos veces.
Sheila desenvainó sus dos espadas y se colocó en posición de combate. Rellcar la observó con detenimiento. Había oído hablar de ella, ¿quién no? Se trataba de una poderosa maga que había logrado destruir al poderoso nigromante Dragnark, pero él sabía que había perdido todos sus poderes. Su amo se lo explicó, por lo que ahora tan solo se trataba de una persona vulgar y corriente.
—Deberías apartarte si no quieres que te salpique la sangre —se burló Rellcar. Él también desenvainó su espada y la apuntó hacia ella—. Vete ahora y no te inmiscuyas.
Sheila no se movió de su sitio. Observaba detenidamente a su oponente, tratando de estudiarle. Se trataba de un asesino, por lo que no iba a ser sencillo derrotarle, pero contaba con su astucia.
Cargó contra él con el grito de guerra que Aidam le enseñó mucho tiempo atrás, mientras el asesino arrojaba a Rourca a un lado y se aprestaba para defenderse. Consiguió evitar el ataque de la joven con facilidad y trató de herirla con la daga, Sheila se echó hacia atrás de un salto evitando el filo del acero, pero no se dejó amedrentar. Lanzó su mano izquierda y golpeó con el pomo de su espada el rostro del asesino.
—¡Vaya! —Exclamó este sorprendido—. No está nada mal, pero no eres rival para mí.
Sheila no dijo nada, a continuación lanzó un doble ataque con sus espadas y logró arrinconar a Rellcar contra la pared del Callejón. De un golpe le desarmó y la daga rodó por el suelo. El asesino se dio cuenta de que había subestimado a la joven, pero no volvería a hacerlo.
Sheila detuvo un feroz ataque de su oponente, sin embargo no pudo impedir que este la hiriera en el antebrazo. La joven hizo una mueca de dolor y retrocedió alarmada. La sangre se deslizó por su mano y empapó el húmedo suelo.
—Primero se pierde sangre, después la vida —dijo Rellcar sonriendo.
Sheila no atacó esta vez, tan solo se limitó a defenderse y fue perdiendo terreno hasta quedar arrinconada contra el muro. El olor de la humedad y los orines impregnó sus fosas nasales y el áspero aroma de la derrota se posó sobre ella como un pájaro de mal agüero.
Rellcar lanzó una estocada que Sheila evitó por milímetros. La espada impactó contra el muro de piedra, lanzando chispas. La joven parecía estar a punto de rendirse, cuando sucedió algo inesperado.
Rellcar aulló de dolor y se revolvió para encontrarse con aquel maldito niño. Rourca había recogido su daga del suelo y había logrado herirle en la espalda. El asesino alzó su mano para segar la vida de aquel entrometido, cuando notó que una espada le atravesaba de parte a parte. Retrocedió tambaleándose hasta que cayó de rodillas. Sheila se alzaba ante él con su espada cubierta de sangre hasta la empuñadura. El filo de su otra espada se posó con suavidad sobre su garganta.
—¡Tú no puedes derrotarme...! —Gritó Rellcar, escupiendo espumarajos sanguinolentos por la boca.
Sheila hundió su espada en el cuello del asesino y este se desplomó sin vida en el suelo.
Shyrim corrió a abrazar a la joven, mientras que Rourca también se acercaba hasta ella, receloso.
—¿Qué estabais haciendo en este lugar? —Les preguntó a los dos.
La niña inclinó la cabeza y las lágrimas resbalaron por su rostro. De no haber sido por Sheila, ahora podían estar prisioneros o algo mucho peor.
—Volvamos a casa, me lo explicaréis por el camino.

El secreto del dragón. (terminada)Where stories live. Discover now