19. Una fiesta

55 8 0
                                    

La primera complicación que surgió fue la de encontrar un portal por el que poder viajar al Reino de Soyam

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La primera complicación que surgió fue la de encontrar un portal por el que poder viajar al Reino de Soyam. En Khorassym había uno, pero tras nuestra anterior visita quedó destruido. Por suerte Dragnark tenía la solución.
—No hace falta buscar un portal, construiremos nosotros uno —dijo.
—Eso es imposible —repliqué yo—. Ningún mago ha sido capaz de fabricar un portal. La fórmula para hacerlo se perdió hace eones.
—Puede hacerse —aclaró Dragnark—. Aunque necesitaremos usar una magia muy poderosa.
—Una magia que tú ya conoces, ¿verdad? —Dije, molesto—. Me preguntó cuántas cosas más guardas en secreto. Como por ejemplo ese anillo que tanto parece obsesionarse.
—Este anillo es la fuente de mi poder, eso ya lo sabes, al igual que los ojos del despertar te conceden a ti tu poder.
—Ya, pero yo no he intentado conquistar el mundo, ni aniquilar a todos sus habitantes.
—No, tú tan solo mataste a varias decenas de personas, mientras ambicionabas ese poder que ahora ostentas. No es lo mismo, ¿verdad?
—¡Por supuesto que no! —Exclamé—. Yo recapacité y reconocí mis errores y traté de enmendarlos. Tú por tu parte nunca te has arrepentido de nada de lo que hiciste. Hay muchas muertes en tu conciencia, Dragnark y algún día pagarás por ello.
—Dejémoslo, hermanito. Ahora estoy de vuestra parte, ¿no? Con mi ayuda podremos derrotar al ente oscuro, por eso me necesitáis, aunque te moleste reconocerlo.
Milay llegó hasta mí y me tomó de la mano.
—No sirve de nada discutir con él —dijo en voz baja.
—No me fio, Milay. Sé que oculta algo y que aguarda el momento para volver a traicionarnos. No voy a dejar de vigilarle en todo momento.
—Ninguno lo hará, pero ahora mismo necesitamos su ayuda.
—Sí, tienes razón —reconocí —. Le necesitamos, aunque me cueste admitirlo.
—La idea del nigromante me parece acertada —dijo Runa—. Conozco varios portales, pero ninguno está cerca de aquí, por lo tanto construiremos nuestro propio portal. Hemos de ponernos en marcha.

Construir un portal no era tan fácil como parecía en un principio. La magia necesaria para su fabricación había sido olvidada mucho tiempo atrás. Sus constructores perecieron durante la purga que acabó con buena parte de los magos de nuestro mundo y sus conocimientos se olvidaron. En Kharos aún existían varios portales, pero nadie conocía realmente su funcionamiento.
Salvo Dragnark, por supuesto.
—Encontré esos conocimientos por casualidad —explicó el nigromante—. Al principio no logré entender nada, pero después lo comprendí. La magia, por si sola es incapaz de generar un portal, es por eso que ningún mago de Kharos ha logrado crear uno.
—¿Y qué es lo que hay que combinar con la magia? —. Pregunté.
—La tecnología. Fueron los antiguos los que fabricaron los portales en su afán de viajar a otras dimensiones. Los antiguos eran tecnólogos, como bien sabéis. Conocían la magia, pero ellos la tachaban de superchería. En realidad la magia y la física son inseparables. Algunos de esos científicos se dieron cuenta de ello y así pudieron crear los portales dimensionales. En esas notas que encontré, se detallan en profundidad las instrucciones para fabricar un portal. Su construcción a base de tecnología y su activación usando la magia.
—¿Y crees que seremos capaces de fabricar algo así?
—Los componentes ya los tenemos. Cuando fabriqué el portal que iba a permitirme transformarme en un dios—y que tú, hermano, destruiste— almacené un buen número de esas piezas en un lugar muy cercano. Solo hemos de ir a recogerlas y comenzar su fabricación.
—¿Qué lugar es ese?
—Están aquí, en Khorassym.
—¿Aquí?
—He vivido muchos años en la capital, bajo una falsa apariencia. Quizá por eso decidí destruir esta ciudad en primer lugar. A veces su hedor se me hace insoportable.
Carraspeé molesto. Dragnark viviendo aquí, en Khorassym, casi bajo nuestro mismo techo. Tan cerca de nosotros que daba vértigo. ¿Cuánto más nos ocultaba?
—Me gustaría hacerte una pregunta—dije, sin saber muy bien cómo plantearlo—. ¿El dragón se fue o aún sigue en ti?
Dragnark me observó molesto.
—Crees que aún me posee, ¿no es cierto?
—He de saber a qué atenerme —contesté con sinceridad—. Antes me habría gustado volver a encontrar a mi hermano, ahora simplemente deseo que no me apuñale por la espalda.
—Eres tú quien sigue llamándome Dragnark. Tú y los demás. Yo solo quería oírte llamarme Ashmon.
—Es difícil confiar en ti.
—Eso también es cierto. El dragón no está, Sargon. Solo estoy yo.
—Gracias. Eso era cuanto quería saber.


A pesar de las detalladas instrucciones, de nuestro acceso a todos los componentes necesarios para su fabricación y al esfuerzo y el tesón que todos demostramos, construir el portal nos llevó dos semanas.
Por suerte Akheronte no dio señales de vida en todo ese tiempo. Nadie intentó asesinarnos, ni tampoco intentaron secuestrar de nuevo a Shyrim.
La niña continuó con su entrenamiento bajo la tutela de Runa y su poder aumentó a un ritmo exponencial. En una ocasión incluso llegó a derrotar a Runa en una pelea con espadas y organizamos una fiesta para celebrarlo.
Una fiesta que además coincidió con el día en que Shyrim cumplía quince años.
Para la celebración invitamos a buena parte de nuestros vecinos, al rey Durham y a su prometida, que hicieron los honores de asistir y a varios generales conocidos de Aidam, que acudieron con sus esposas e hijos. Pero la visita que más nos alegró a todos fue la de un querido y viejo amigo: Blumth Greyforge, nuestro añorado compañero, que llegó acompañado de su hija kyrley, una jovencita de ciento veinte años.
Sheila y yo corrimos a abrazar al jovial enano, por el que parecía no transcurrir el tiempo.
—Estás más gordo —dijo Blumth, señalando mi barriga—. Y también más viejo, pero tú, querida Sheila, sigues igual de adorable.
—Te hemos echado de menos, viejo gruñón.
—Y yo a vosotros, aunque no tanto vuestras descabelladas aventuras. ¿Qué tal siguen Aidam y Acthea? Desde que nació Shyrim no he vuelto a verles.
—Están bien, Blumth. Acthea vuelve a estar embarazada.
—Eso es una bendición. ¿Qué tal Milay? ¿Ha hecho ya de ti un hombre cabal?
—Siempre he sido un hombre cabal —sonreí—. Tu hija es un encanto.
En verdad lo era. Su rostro era dulce y sereno y sus ojos, de un verde ambarino, cautivadores. Era alta, más que su padre, quien era bajito y rechoncho y al igual que él, muy simpática.
—Se empeñó en venir —dijo el enano—. Creo que ha sacado algo de mi vena aventurera. Además quería conocer la capital, que tantas veces le he descrito. Dejad que os la presente.
Kyrley, que parecía algo cohibida al principio, resultó ser de un trato muy agradable.
—Siempre quise conoceros, maestro Sargon y también a vos, joven Khalassa.
—Para ti soy Sheila. Además, puedes tutearme. Eres como una hermana para mí. Debo mucho a tu padre. Sin su ayuda sin duda estaría muerta. Es un placer conocer a su hija.
—Mi padre me contó muchas historias sobre ti y sobre tu valor y me parece mentira conocerte al fin.
—Juntos logramos vencer. Yo sola nunca lo hubiera logrado. ¿Qué te parece la capital?
—¡Grande y extraña!
—Te acostumbrarás enseguida, de eso estoy segura, aunque nunca del todo.
Aidam llegó acompañado de Acthea y ambos abrazaron a Blumth y a su hija.
—Encontraste al fin el tesoro que tanto buscabas, viejo amigo —dijo el enano. Se refería, por supuesto, a aquello que es un tesoro en sí: el verdadero amor.
—Sí, lo encontré. Resultó que ya me acompañaba y no había sabido verlo.
Aidam no pudo remediar mirar de reojo a Sheila, pero esta apartó la mirada.
—¡Y bien! ¿Dónde están nuestras copas? —Dijo Blumth—. Esto bien merece un brindis.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora