12. Planes de secuestro

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-¿Por qué lo has hecho? -Preguntó Aidam, mientras corría tras el gigantesco orco por las calles de la ciudad de Khorassym

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-¿Por qué lo has hecho? -Preguntó Aidam, mientras corría tras el gigantesco orco por las calles de la ciudad de Khorassym. El lugar, un viejo granero, donde le habían retenido y torturado después, quedaba algo apartado de las populosas vías principales.
-Si he de decir la verdad, no lo sé -contestó el orco sin detenerse-, pero acabo de firmar mi sentencia de muerte.
-No tiene por qué ser así.
-Estamos muertos, general, aunque aún caminemos. Akheronte no dejará pasar sin castigo tamaña ofensa. Claro que todo eso no importa. Ahora debemos actuar rápido si queremos desbaratar sus planes.
-¿Qué planes son esos? -Inquirió Aidam.
-El secuestro de la prometida del rey es solo el primer paso. Su muerte conducirá a una guerra que esta ciudad no puede ganar, por eso debemos impedir que asesinen a lady Russell.
-¿Sabes dónde encontrarla?
Hugh asintió.
-La tienen retenida en un almacén muy cerca de aquí. La custodian unos diez hombres. ¿Creéis estar en condiciones de enfrentaros con ellos?
Aidam, que había recuperado sus armas junto con sus ropas, asintió.
-Entonces, preparaos, pues hemos llegado -dijo el orco.


Sheila y Acthea encontraron a Ashmon en el jardín. Ya había oscurecido y la única luz que iluminaba el lugar era la de la luna llena, sin embargo, pesar de la penumbra ambas jóvenes distinguieron sin dificultad la silueta del nigromante.
Ashmon se volvió en su dirección cuando escuchó sus pasos sobre la gravilla del camino. El brujo inclinó su cabeza en señal de respeto.
-Es un placer volver a verte, sobrina y a ti también, Acthea. Los tres hemos escudriñado tras el velo de la muerte y, aunque parezca algo imposible, aquí estamos.
-Acthea quería darte las gracias por... -Sheila no pudo terminar la frase, pues su amiga la interrumpió.
-Quería agradecerte el haber ayudado a salvar a mi hija Shyrim.
-No fue nada. Esa niña tiene aún un importante papel que ejecutar y era mi deber preservar su vida.
-¿Qué quieres decir? -Preguntó Acthea.
-Quiero decir que tanto el destino de ella, como el de todos nosotros, está entretejido de tal forma que cualquier acontecimiento puede resultar decisivo. El mundo que conocemos llega a su fin y tanto nosotros, como Shyrim y su joven amigo, tendremos que pasar por numerosas vicisitudes antes de ver qué nos depara el futuro.
-¿Lo has visto? -Preguntó Sheila.
-Así es, aunque no he sabido desentrañar todas las imágenes. Tan solo sé que ocurra lo que ocurra, dependerá de nosotros.
-¿Por qué tiene que depender de nosotros?
-Porque fuimos nosotros quienes desbaratamos los planes de los dioses. Ese es nuestro pecado y este nuestro castigo.


Aidam escudriñó las sombras y pudo contar diez hombres, tal y como había dicho Hugh que habría. El orco le guio hasta uno de los tejados cercanos y desde allí saltaron al techo del almacén contiguo. Entraron dentro del local a través de una claraboya y se ocultaron entre las vigas que formaban la armazón del tejado. Desde ese sitio privilegiado localizaron el lugar donde retenían a la joven. Dos personas la custodiaban, pero sin apenas prestarle atención. Creían estar seguros sin saber lo que se les venía encima.
Hugh hizo una seña, indicando a Aidam la posición de los restantes secuestradores. Estos se encontraban reunidos en torno a una mesa, esperando órdenes, según imaginó Aidam. Unas órdenes que nunca llegarían a tiempo.
Hugh asintió y ambos se descolgaron del techo, cayendo en medio de sus confundidos enemigos. El caos fue tal, que ninguno de ellos supo reaccionar a tiempo.
Aidam cruzó sus espadas con los únicos que supieron reaccionar, pero cayeron muertos al instante. Por su parte Hugh, destrozó con sus propias manos a todos los que se interponían en su camino. La refriega no duró ni cinco minutos y no quedó vivo ni uno solo de ellos.
La prometida del rey se encontraba bien, aunque asustada y algo aturdida. Se fijó en ella, no muy alta, muy joven, eso sí y ciertamente adorable. Aidam procuró hablarle en tono afectuoso.
-Ya estáis a salvo, milady. Os llevaré junto al rey.
-¿Sois vos a uno de sus vasallos? -Preguntó la joven.
-Así es. Soy uno de sus generales.
-¿Y él? -Lady Eleonor Russell señaló a Hugh el orco.
Aidam también lo miró y después sonrió. Hugh se encontró con su mirada.
-Es un amigo, señora. Un buen amigo.


Su Majestad, el Rey Durham, felicitó a Aidam por su increíble hazaña cuando tanto él como Hugh y la rehén cautiva, lady Eleonor Russell, prometida en matrimonio con el soberano, cruzaron las puertas de palacio.
-Os estuve buscando, Lord Aidem y temí lo peor -dijo el rey-. Nadie lograba encontraros. Luego me explicaron que el carruaje en el que llegaba lady Russell había sido asaltado por varios emboscados y me di cuenta de que vuestra desaparición y el secuestro de mi amada formaban parte de un mismo plan de nuestro enemigo. Creí perderos a ambos...
-Gracias a Hugh no fue eso lo que sucedió -explicó Aidam-. Salvó mi vida y la de lady Russell.
-Entonces será recompensado.
-Creo que es una excelente idea, Majestad.
Hugh el orco fue llamado a presencia de su Majestad el rey y de sus más distinguidos generales. Aidam se encontraba entre ellos.
-Os debo mucho maese Hugh. Lord Aidem dice que salvasteis su vida y la de mi amada, pues los planes del enemigo eran asesinarlos a ambos. Estoy en deuda con vos y creo mi deber ofreceros cuantos presentes solicitéis.
-No quiero nada, Majestad. Salvo el honor de poder serviros -dijo Hugh y hubo murmullos de asentimiento.
-Ya lo habéis hecho y lo seguiréis haciendo, maese Hugh. ¿No queréis nada para vos?
Aidam había hablado con Hugh minutos antes de su entrevista con el soberano, explicándole cómo debía comportarse ante el rey. Aidam le hizo ver que debía ser paciente, humilde y respetuoso y que esas cualidades serían recompensadas a su debido tiempo.
-Solo una cosa he de pediros, Majestad y es que no juzguéis que fui vuestro enemigo por un corto periodo de tiempo y que sepáis que seré vuestro aliado hasta el momento de mi muerte.
Aidam asintió complacido, al igual que el monarca y el resto de sus súbditos.
-Lo haré, maese Hugh. Pero a pesar de ello, me siento en la obligación de recompensaros. En primer lugar os ofrezco mi indulto y seréis nombrado capitán de mis ejércitos, estando exclusivamente bajo las órdenes de mi gran general, lord Aidem. También disfrutaréis de un palacio que yo mismo elegiré para vos y de una importante cantidad de oro por vuestros servicios.
Todo el mundo aplaudió la generosidad del soberano, incluido Hugh.
-Gracias, Majestad.
-Solo he de pediros algo a cambio y es que nos digáis todo lo que conozcáis sobre Akheronte y sus sórdidos planes.
-Lo haré con gusto, Majestad -asintió Hugh.
-Entonces sed bienvenido a nuestra hermandad.

El secreto del dragón. (terminada)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt