22. Al otro lado

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Aidam bajó a vernos a la mañana siguiente

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Aidam bajó a vernos a la mañana siguiente. Después de hablar con Shyrim parecía extrañamente calmado. Su mirada era lúcida y no parecía estar bajo los efectos del aguardiente. Cuando todos estuvimos reunidos de nuevo, nuestro amigo nos habló.
—Antes de nada quisiera pediros disculpas a todos por mi comportamiento —Nos dijo—. Especialmente ti, Ashmon. No soy quién para criticar tus actos, cuando yo tengo tanto que ocultar.
—No tienes que disculparte, guerrero —dijo mi hermano—. El dolor era el que hablaba por ti. Lo comprendo.
Aidam asintió, luego siguió hablando.
—Shyrim me ha hecho comprender lo equivocado que estaba. Estaba ciego y no quería ver, pero ella me ha iluminado. Acthea nunca se hubiera rendido. Nunca lo hizo. Por lo tanto yo tampoco lo haré. Lucharemos todos juntos y derrotaremos a Akheronte.
Me acerqué hasta Aidam y posé mi mano en su hombro.
—Juntos lo haremos —dije.
Shyrim se unió a nosotros y  también Sheila, después lo hizo el resto, formando una piña alrededor de nuestro amigo.
—Está en nuestras manos variar el destino del mundo y así lo haremos —terminó por decir Aidam—. Mañana mismo partiremos hacia el reino de Soyam y haremos que Akheronte pague las consecuencias de sus actos. Haremos que conozca el significado de la palabra miedo.

Así lo hicimos. Al atardecer del siguiente día, llegamos a la torre donde habíamos construido el portal que nos llevaría a otro mundo, a otra dimensión. La guardia real nos escoltó hasta allí, donde ya nos aguardaba el rey Durham y su bella prometida, la encantadora lady Russell.
Ninguno de nosotros dijo una sola palabra. Nuestro soberano también fue parco en palabras. Nos otorgó su bendición y nos deseó la mejor de las suertes.
—El destino del mundo está, otra vez, en vuestras manos —dijo el rey Durham—. El azar o el destino ha querido que así sea y nada puede hacerse al respecto, salvo acatar sus designios. Os deseo suerte en vuestra empresa.
—Gracias, Majestad —dijo Aidam, inclinando la cabeza.
—Partid, entonces. Cuando regreséis lo celebraremos tal y como la ocasión lo merece.
—Os traeré la cabeza de Akheronte, mi señor.
—No lo dudo, Lord Aidem, no lo dudo.
Ashmon se adelantó unos pasos por delante de nosotros, sabiendo que todas las miradas estaban fijas en él y también dijo unas palabras.
—En el pasado fuimos enemigos —dijo—, pero esta vez lucharé por esta ciudad y por el reino de Kharos. Puede que aún no confiéis en mí y lo comprendo, sin embargo mis actos servirán para ganarme esa confianza.
—Así lo espero, maestro Ashmon —dijo nuestro soberano.
Ashmon se volvió de espaldas a nosotros y recitó las palabras mágicas que activaban el portal. El anillo de metal oscuro que habíamos construido con esa tecnología olvidada, comenzó a vibrar y una luz giró en su interior.
—Yo iré el primero—dijo Aidam.
Caminó con paso decidido hasta el portal y se detuvo un instante, volviendo su rostro, después clavó su mirada en todos y cada uno de nosotros y le vimos asentir.
—Sea lo que sea lo qué nos aguarde al otro lado, no podría tener una mejor compañía —dijo—. Nos vemos enseguida.
Dicho esto cruzó el portal y desapareció.
Los demás nos pusimos en marcha, mientras uno a uno nos sumergíamos en aquella vertiginosa luz ambarina. Ashmon cruzó inmediatamente después de Aidam, después lo hizo Shyrim y Rourca. Tras ellos cruzó Hugh y Runa. La siguiente fue Sheila, mientras se volvía para mirarme y me sonreía.
—Hasta ahora, papá —dijo y  desapareció también.
—Creo que estoy un poco viejo para esto —dije.
Milay se acercó hasta mí y me besó en los labios.
—Estás deseando hacerlo, ¿no es así?
No tuve más remedio que asentir.
—Así es, ¿y tú?
—Yo también. No tardes.
La vi internarse en la luz y vi como su cuerpo se disolvía.
Me giré un momento y encontré la mirada de nuestro soberano.
—Buena suerte, maestro Sargon —dijo.
Incliné la cabeza a modo de saludo y entré en la luz.

La oscuridad se cernió sobre mí, mientras que una fuerza inconmensurable me empujaba hacia adelante a una vertiginosa velocidad. El vértigo me asaltó y no tuve más remedio que cerrar los ojos, pero la molesta sensación no duró mucho. Unos segundos después, sentía de nuevo el suelo bajo mis pies.
Al abrir los ojos encontré la mirada de Milay, fija en mí.
—Ha sido emocionante —dijo.
No sabía si la palabra correcta era emocionante o aterrador, pero lo que sí sabía era que no tenía ganas de volver a repetir esa experiencia.
—¿Estamos todos? —Pregunté. Por un instante me asaltó el miedo de que hubiéramos sido desperdigados al azar por distintas dimensiones.
—Juntos y en perfectas condiciones —me respondió Ashmon—. ¿Acaso lo dudabas?
No quise expresar mis temores en voz alta, por lo que negué con la cabeza.
—¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar?
—Se supone que debe ser el reino de Soyam —explicó Aidem—. Aunque en realidad parece que estuviéramos en casa.
Miré a mi alrededor y vi que llevaba razón. El paisaje que podía ver era exactamente igual a cualquiera de los que había visto en nuestro mundo. Las montañas se dibujaban a lo lejos, esfumadas por la niebla y los árboles de un frondoso bosque crecían a escasos metros de donde nos encontramos. La luz del atardecer teñía sus ramas y sus hojas de un cálido matiz anaranjado, mientras que el sol descendía, a punto de ocultarse tras el horizonte.
Todo parecía normal, calmado y sereno.
—¿Os habéis fijado en eso? —Preguntó Hugh, señalando hacia los árboles.
Miré en la dirección en la que señalaba sin llegar a comprender a qué se refería.
—¡No puede ser! —Exclamó Aidam y me pregunté qué era lo que estaban viendo.
—Es el sol, maestro Sargon —dijo Rourca—. O mejor dicho, los soles. Hay dos.
Tenía razón. Había dos soles en el firmamento, tan juntos que al principio creí ver uno solo.
—Además no se desplazan por el cielo—dijo el muchacho asombrado—. Están quietos.
Iba a corregir a Rourca, explicándole que en realidad era el mundo el que giraba y no el sol, o en este caso los soles, pero vi que de nuevo llevaba razón. Los dos soles habían permanecido en la misma posición durante los últimos minutos. En nuestro mundo se abrían ocultado ya tras las montañas, dando paso a la noche.
—No solo eso es extraño —dijo Hugh, con su grave voz—. Mirad ahí.
Esta vez lo vi con claridad. Junto a la linde del bosque había un enorme animal. Era tan grande que me pregunté cómo no lo había visto hasta ahora.
—Es del tamaño de un edificio grande —explicó Aidam.
Lo era. El animal, o lo que diantres fuese, era gigantesco. Su testa se alzaba a quince metros de altura, sujeta por un largo y flexible cuello que iba unido a un rechoncho cuerpo, tan grueso como un desmesurado tonel.
—Esos seres habitaron nuestro mundo millones de años atrás —dijo Ashmon, que parecía conocer al bicho en cuestión—. Los antiguos los llamaron dinosaurios. Este espécimen en particular era conocido con el nombre de brontosauro.
—No nos acerquemos mucho, podría ser peligroso —dije.
—No temas, hermano. Es vegetariano, se alimenta de hojas y de ramas. Tan pacífico como una vaca.
—También las vacas pueden ser peligrosas —apunté y Ashmon sonrió.
—Sí. Recuerdo aquella vez que quisimos montar una vaca, como si fuera un caballo y que luego resultó ser un toro...
Recordé la anécdota con una sonrisa.
—Tuvimos que correr de lo lindo, hasta que el toro se cansó de perseguirnos—dije.
—Estuvo a punto de embestirnos varias veces...
—Creo que deberíamos pasar la noche aquí —dijo Aidam, trayéndome de nuevo al presente.
—Eso si en algún momento oscurece —dijo Hugh.
Observamos de nuevo ambos soles y vimos que nuestro amigo llevaba razón. Seguían estando en el mismo lugar que cuando llegamos.
—Haya noche o no. Debemos descansar —dijo Aidam—. Mañana comenzaremos a explorar este nuevo mundo.
Aidam, como siempre, actuaba como nuestro líder y todos acatamos sus órdenes. En realidad lo obedecíamos porque confiábamos en él. Su experiencia nos había salvado la vida en incontables ocasiones.
—¿Me preguntó qué otros seres habrá aquí y si serán peligrosos? —Dijo Rourca en voz baja, aunque todos le escuchamos.
Fue Ashmon quien le contestó:
—Había dinosaurios herbívoros y también los había carnívoros y estos últimos sí eran peligrosos... En realidad eran muy, muy peligrosos.
—En ese caso —dijo Aidam—. Yo haré la primera guardia.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora