27. El titán

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Llegamos junto a Aidam, Sheila y Hugh, justo en el momento en el que el guerrero acababa con la vida de aquel gigantesco orco

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Llegamos junto a Aidam, Sheila y Hugh, justo en el momento en el que el guerrero acababa con la vida de aquel gigantesco orco.
Tras ellos, una verdadera horda de enemigos, dudaba entre atacar o retirarse. La muerte de su líder los había confundido.
Un instante después el ejército orco, presa de una extraña agitación, fue echándose a un lado del túnel, abriendo paso a aquel que llegaba hasta ellos.
—Nunca imaginé que llegaseis a derrotar a mi fiel Ghorgass, pero sin duda os he subestimado.
Quién hablaba era un humano. Los orcos se apartaban de su lado mientras él caminaba despacio entre ellos. A pesar de no poder verle todavía, sentí el temor que le profesaban y llegué a la conclusión que ese humano no podía ser otro que el titán: el semidiós Akheronte.
—Parece que nos has subestimado en demasiadas ocasiones —dijo Aidam con cinismo y pensé que no era el mejor momento para una batalla dialéctica.
—Al parecer así es. No volverá a ocurrir.
Tras al titán, observé a dos seres enlutados. Ambos vestían túnicas negras y cubrían sus rostros con sus capuchas. Los dos dieron un paso al frente, colocándose a diestra y siniestra de su amo.
¡Son brujos! Pensé. Estaba a punto de dar la alarma, cuando los magos negros pronunciaron una sola palabra en el lenguaje de la magia.
Somnuss —dijeron ambos a un mismo tiempo y de repente el mundo se oscureció.


Desperté aturdido y convencido de haber muerto, pero no era así. El hechizo que los brujos lanzaron no era mortal, sino uno de aturdimiento. Nos habían dormido a todos y ninguno de nosotros pudo hacer nada para impedirlo.
Traté de moverme, sin embargo me fue imposible. Algo me inmovilizaba, aunque no vi cadenas ni ligaduras de ningún tipo.
—Es magia —dijo Ashmon, que se encontraba a mi lado—. Una magia muy poderosa, debo reconocer.
Miré a mi alrededor y pude ver a todos mis amigos reunidos en aquella espaciosa sala vacía e inmóviles como yo. Al menos, pensé, estamos todos aquí y al parecer ilesos.
—Escuché el hechizo y no tuve tiempo de reaccionar, ni siquiera pude lanzar un hechizo de protección —dije, confundido.
—Su magia es muchísimo más poderosa que la nuestra, aunque puede deberse que este es su mundo y no el nuestro.
Tal vez fuera eso o quizá que eran mucho mejores magos que nosotros.
—Los demás aún duermen —dijo Ashmon—. Aunque no creo que tarden mucho en despertar. Debemos intentar liberarnos.
La cuestión era cómo hacerlo. Por más que lo intentaba no era capaz de hilar las palabras de un solo hechizo.
—Yo también lo he intentado y no funciona. Debemos estar bajo un hechizo de inhibición. Nuestra magia no funciona.
—¿Y cómo piensas que podamos liberarnos? —Pregunté.
—Utilizaremos algo que no pueden quitarnos —contestó mi hermano—. Nuestra inteligencia.
Escuché un gemido tras de mí y me volví cuanto pude, que no era mucho, para saber de qué se trataba. Era Sheila que también comenzaba a despertarse.
—¿Dónde estamos? —Preguntó.
—Somos prisioneros de Akheronte —contestó Ashmon y sus palabras helaron mi sangre. Hasta ese momento no había reparado en lo que significaba ser prisioneros de aquel sádico.
—No puedo moverme —dijo Sheila, angustiada.
—Nos retiene la magia —expliqué—, y no, la nuestra no funciona, así que no te molestes en usarla. Hemos de pensar en otra forma de escapar.
—Yo sí puedo moverme —dijo en ese momento el joven Rourca, que también había despertado—. Aunque tan solo los dedos de las manos.
—No creo que eso nos sirva de mucho —objetó Ashmon.
—Quizá, si lo intento, pueda mover algo más —sugirió el muchacho—. Voy a intentarlo.
Le vi retorcerse con gran esfuerzo y llegué a la conclusión de que sería inútil. La magia nunca podía vencerse con el esfuerzo físico.
—¡Ya está! —Exclamó Rourca, jubiloso —. Ya puedo mover el brazo derecho.
Tal vez me equivocaba, pensé.
Rourca apretó los dientes, vi el esfuerzo reflejado en su rostro y de repente cayó al suelo como un plomo. Acababa de liberarse.
—¿Qué hago ahora? —Preguntó el muchacho.
Eso mismo pensé yo. ¿Qué podía hacer, salvo huir y ponerse a salvo? Si hubiéramos estado atados con ligaduras, podría haber hecho algo por nosotros, cortando las cuerdas, pero nada físico nos ataba, por lo que nada podía hacer por ayudarnos.
—Trata de huir —dije—. ¡Sálvate, Rourca! ¡Hazlo ya!
Vi al chico dudar y después me di cuenta de que era demasiado tarde, pues una puerta acababa de abrirse y por ella entraron aquellos seres de túnicas negras.
Uno de ellos se fijó en Rourca y alzó su brazo. Tras pronunciar una palabra, Rourca gritó de dolor. Una sustancia pegajosa acababa de envolver por completo el cuerpo del muchacho, inmovilizándole de nuevo. Rourca gritó terriblemente asustado, cuando esa sustancia cubría por completo su rostro y su nariz y su boca quedaban completamente obstruidas.
—¡Vais a matarlo! —Chillé—. ¡Acaso no veis que no puede respirar!
El brujo no hizo intención alguna de escucharme. Mientras tanto Rourca se debatía luchando contra la asfixia.
—liberadle —ordenó una voz y el brujo deshizo su hechizo de forma instantánea.
Rourca volvió a respirar, tosiendo incontroladamente.
Akheronte acababa de entrar en la celda donde nos mantenían prisioneros y su presencia nos embargó de temor.
—Un joven valeroso —dijo el titán—. He oído hablar de él, como del resto de vosotros y he de reconocer que habéis despertado mi curiosidad. ¿Cómo un grupo de seres tan insignificantes como sois vosotros, ha podido desbaratar mis planes en tantas ocasiones? ¿Qué os hace tan poderosos?
Nadie dijo nada. Los demás, Aidam, Shyrim, Milay, Hugh y Runa, habían ido despertando sucesivamente y observaban perplejos su alrededor.
Akheronte caminó hasta encontrarse frente a Shyrim y la observó con curiosidad.
—Aún no sé qué ocurrió en nuestro último encuentro.
Shyrim alzó la mirada y no vi miedo en sus ojos, tan solo observé ira en ellos.
—Mataste a mi madre y a mi hermano y yo te mataré con mis propias manos, asesino.
Akheronte sonrió, pero no parecía molesto por la amenaza.
—Tu madre y tu hermano, ¿dices? ¡Ah! Ya lo entiendo. El ataque a Khorassym, ¿verdad? Mis leales soldados Khepar. No sabía que entre las víctimas estaban tus familiares, claro que hubo tantos muertos...
—¡También murió una joven! Su nombre era Kyrley. Recuérdalo, monstruo, pues grabaré su nombre en tu pellejo.
—¡Qué agresividad! Sobre todo para tratarse de alguien tan joven. ¿Dime cuál es tu secreto, jovencita?
Shyrim no contestó.
—¿Tendré que desollar a tu padre y a todos tus amigos para obligarte a hablar? —Preguntó Akheronte con una sonrisa cargada de crueldad.
—Su secreto soy yo —dijo Runa.
Todos la miramos pensando en que acababa de cometer una tontería.
—¿Tú? ¿Qué eres tú? —Preguntó el titán—. Ni siquiera sé lo que eres...
—Yo soy tu perdición, semidiós. Yo soy la encarnación de todos tus miedos. Soy tu destrucción.
Akheronte retrocedió un paso, confuso y alarmado. Su rostro había adquirido una súbita palidez.
—¿Tú... Tú eres...? —Akheronte creía haberla reconocido.
—Mi nombre es Runa y sí, hijo de Akheros. Soy quién va a acabar contigo.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora