Lucius y Narcissa, atraviesan el divorcio más dramático que el mundo mágico haya visto.
Draco esperaba llevar aquella situación con mucha calma y madurez. No se imaginaba que las cosas se llegarían a complicar por la repentina aparición de una repor...
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—¡Se quedarán conmigo!
—¡Tú no sabrías como cuidarlos!
—Guarden la compostura, por favor —les interrumpió Barty.
Lucius y Narcissa tuvieron que aceptar a regañadientes, ya que después de todo, tenían que comportarse de acuerdo a la situación. Eso no evitó que se enviaran feas miradas.
—Según el informe; los pavos albinos residen en la Mansión Malfoy.
—Así es.
—¿Qué edad tienen, aproximadamente?
—Ya pasaron su edad adulta.
—Bien. Y ya que ambos están dispuestos a quedarse con ellos, comenzaremos con algunas preguntas de rutina.
Lucius y Narcissa se miraron de manera desafiante.
—En su opinión ¿Quién es el más capacitado para tener en su poder a los faisanes?
—Es claro que soy la mejor opción —se apresuró a contestar.
Narcissa hizo una mueca, Lucius se había adelantado a responder. Ahora él tenía la palabra.
—Yo fui quien los trajo personalmente desde la India, aún cuando Narcissa no estuvo muy de acuerdo con su presencia los primeros días —dijo Lucius con un ligero tono de burla hacia su amiga—. Adecue todo la Mansión para que cumpla con todas las necesidades de ellos, siempre asegurándome de su propia seguridad.
—¿Es eso cierto señora Black? —preguntó Barty anotando toda la información que recibía de los testimonios.
—Si... —contestó en un siseo. Narcissa no tuvo más opción que admitir a regañadientes.
El hábitat que tenían exclusivamente para los pavos, podía rivalizar con un santuario de lo más lujoso. Sería una mentira decir que sus aves no gozaban de muchos privilegios. Barty Crouch anotó esa respuesta.
—Los pavos... ¿A cuál de los dos desarrolla una preferencia o apego?
—A mi por supuesto —le contestaron ambos al unísono.
La firmeza en las palabras causó que intercambiarán una mirada desconfiada.
—No tienes por qué mentir, Cissy —le dijo Lucius—. Recuerda que no podemos decir mentiras.
—¿Qué es lo que tratas de decir, Lucius? —preguntó de forma acusadora.
—No niegues que en un principio nuestras lindas aves no se acercaban a ti por miedo —le recordó. Narcissa le envió una de esas miradas que podrían ser capaz de matar a alguien.
