19. ¿Un mago?

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"Dorian y sus aventuras en Fantasilandia" 4

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—¿Qué hice yo? ¡Hablen con la reina! Están tocando a su favorito, esa ofensa no podrá ser perdonada... Dorian es el favorito de la reina...

Lo habían desarmado, le habían sacado el puñal, el cinturón con su espada y la daga, también los cuchillos de las botas. A Dorian también lo habían revisado y tocado en busca de armas, no ocultó su rostro asqueado al ser tocado por las manos de alguien que no deseaba, y mientras los soldados los llevaban a través de los túneles al calabozo del palacio, él no se quejaba ni gritaba, porque no sabía qué pensar o hacer. Conocía las destrezas de Cecil pero no confiaba en que esta vez pudieran escapar, tampoco sabía si Cecil vería solo por sí mismo y si desistiría de quererlo proteger, ya que la promesa de llevarlo al palacio había sido cumplida; una promesa que según Dorian no implicaba que llegara vivo. Dejó de pensar en eso cuando Cecil, delante de él, comenzó a hablarle a los soldados.

—¿Dónde está la reina Cithria? ¡Libérenme ahora, o...

Así habló por casi la mitad del trayecto hacia las mazmorras sin obtener respuestas, o alguna palabra de contestación.

—Si la reina sabe que le hicieron esa deshonra al favorito les sacará la cabeza, o si no los mata hará algo mucho peor... no quisiera ser ninguno de ustedes cuando eso ocurra...

Harto de las palabras del hombre que arrastraba, uno de los soldados se adelantó y lo sostuvo de los hombros, interrumpiéndolo en su demanda.

—Tus palabras no son nada para nosotros —le dijo, en un tono no tan alto y lo sostuvo del rostro, apretando sus mejillas y mirándolo a los ojos.

Otro soldado, uno que iba delante de ellos le gritó: —¡No recibimos órdenes de alguien como tú!

Cecil siguió hablando: —¿Cómo es alguien como yo?

Sin responder su pregunta otro soldado, el que sostenía a Dorian de un brazo dijo: —Sí, ¿quién eres como para darnos órdenes, Cecil de qué?

—Es el eterno rechazado —respondió el soldado del otro lado de Dorian.

Quien respondió a las preguntas de Cecil fue el que estaba a su derecha: —La reina no está en el palacio, la orden la dio el Consejo, y si es al favorito a quien debemos encerrar, obedecemos. Es la orden.

—¿Por qué le explicas? —se quejó el otro soldado, el de la izquierda de Cecil.

—Porque quiero que se calle —dijo mirando a Cecil, pensando que ya dejaría de molestarlos con sus preguntas y gritos.

Guiándolos camino al calabozo iba un guardia de mayor rango, este se detuvo sin aviso y sin hablar caminó acercándose a Cecil, era alto y de cabello blanco, con unos ojos oscuros y una piel que había visto muchos inviernos. Sus pasos se detuvieron ante Cecil, haciendo que todos dejaran de caminar y solo bajando la mirada dijo: —Deja de hablar —su voz era grave y rasposa. Cecil alzó la vista observándolo en silencio, y a la espada que tenía en sus manos, era la de él. El hombre llevaba todas sus armas. Le devolvió la mirada, pareciendo suavizar sus facciones un instante, luego Cecil creyó imaginar eso porque ese guardia reflejó odio en sus ojos y lo pateó en las piernas haciéndole perder el equilibrio, Cecil terminó de rodillas en el suelo, exageró para atrasar su llegada al calabozo.

—¿Saben qué es lo que soy? Soy Cecil de Amalis. Y soy un mago...

Se quejó de dolor y no se movió para pararse, se quedó de rodillas y con la mirada baja, dándole la espalda a Dorian y a todos los soldados tras él.

—¿Un mago? No, solo eres un alquimista que sabe un truco, y solo es para impresionar a alguien muy por encima de tu nivel —se burló ese guardia, que había presenciado el acto mágico de Cecil en el salón de arte.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora