9. ¡No me toques!

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Dorian despertó húmedo, todo su cuerpo estaba sudado. La ropa se le pegaba al cuerpo, en la espalda y en el pecho el sudor lo volvía pegajoso. La cabeza le punzaba de dolor y su rostro hervía. No tardó demasiado en notar que una pesada mano se posaba en su frente. Abrió los ojos encontrándose con una mirada de grises iris que lo observaba con preocupación.

—¿Qué haces? —se alarmó y retrocedió sobre la cama, cayendo al suelo.

—Sentía tu temperatura, tienes fiebre. Ven aquí, Dorian —Cecil había estado recostado a su lado, en ese momento le extendía la mano para que regresara a la cama, al no recibir respuesta se levantó y la rodeó para pararse frente a Dorian que seguía en el suelo—. Sube a la cama, llamaré a un médico.

Dorian elevó la vista para observarlo, el reflejo de las llamas de la chimenea llegaban desde detrás de Cecil, y el de las velas encendidas lo iluminaban por delante. Vio que Cecil estaba vestido, el temor de Dorian disminuyó un poco. Su mente estaba confusa.

Cecil le extendió la mano otra vez pero Dorian no la aceptó, golpeó esa mano que le brindaba una ayuda.

—¡No me toques! Puedo solo.

Cecil elevó los hombros como si no le importara ser despreciado y movió las pieles en la cama para que Dorian se acostara.

Para ayudarse a ponerse de pie se sostuvo del lado de la cama. No pudo levantarse, la debilidad en sus piernas no se había ido, él se tambaleaba y sus rodillas se doblaban, la altura de la cama estaba dificultando mucho más sus intentos.

Dorian lo intentó varias veces y Cecil lo observó. Él seguía queriéndose parar y a cada intento se aferraba a las mantas, atrayéndolas cada vez más, en su próximo intento caería de espaldas al suelo. Sudaba y su cuerpo se fatigaba cada vez más, respirar se le hacía difícil. Sabía que Cecil lo estaba mirando, pensó: «Debe estar riéndose por mi torpeza u odiándome por tener que cuidarme en su habitación».

—Dorian...

—Puedo solo... —se asió de la madera de la cama y de rodillas elevó una mano para sostenerse de la pesada piel que servía de cobertor. El peso de su cuerpo atrajo toda la manta sobre él. Dorian quedó de espaldas en el suelo con esa piel tapándolo.

—¿Dormirás ahí? —Cecil se cruzó de brazos y lo miró desde arriba.

—No —aunque fuera primavera el interior del castillo estaba frío y el suelo también, Dorian comenzó a temblar.

—Si te enfermas será más difícil que regreses al palacio... y a la reina no le va a gustar ver que no pude cuidar de ti. ¿Qué clase de médico sería entonces Cecil de Amalis? —dijo él, nombrándose al hablar.

Dorian se giró para darle la espalda y se arrodilló en el suelo, no quería verlo, no quería oír que solo hablara sobre la reina y su ilusorio agradecimiento, ella no le agradecería, solo despreciaría cualquier cosa que Cecil hiciera, así fuera salvarlo a él.

Gateó hasta la cama de nuevo, pero esta vez se agarró del dosel negro, que era largo y llegaba hasta el suelo por el lado de la cabecera. Sabía que tal vez lo rompería pero no le importaba. Solo quería subir a la cama y dormir.

—¿No pedirás que te ayude?

Se sostuvo de la oscura tela tirando con todo su peso del viejo dosel. El "crack" del hilo descosiéndose y la tela siendo rasgada fue lo siguiente que se oyó. Dorian no pudo subir a la cama ni mantenerse en pie. Cayó otra vez al suelo.

—Suficiente... si un paciente mío no se sanara no podría alardear sobre mi talento como médico. Así que...

Cecil no podía quedarse parado mirándolo intentar subirse a la cama. El desprecio que decía tener hacia Dorian podía ser omitido por ese instante en que lo ayudara.

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Место, где живут истории. Откройте их для себя