15. Cálido refugio

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"Dorian y sus aventuras en Fantasilandia" 3

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Cecil se detuvo al oír el tono en que era llamado, ya no era con miedo, o tal vez, inferioridad. Él, de espaldas a la puerta miró hacia Dorian que, mientras se colgaba la bolsa de tela y se ponía la capa verde le dijo: —¡Cecil, espera! Gracias por salvarme... nunca pensé que quisieran hacerme eso que dices.

Dorian se abrazó a sí mismo ante la idea de que esos sucios hombres lo tocaran.

Cecil cerró los ojos y sostuvo su espada con mayor fuerza: —¿No? —dijo, sin pensar lo que decía— ¿No tienes una visión de cómo eres? ¿De cómo el resto te ve?

—No... tal vez, no lo sé —dijo, y caminó hacia adelante, a Cecil, que no se había movido y que dio unos pasos hacia atrás hasta tocar la puerta con su espalda. Una reacción así era impropia en un guerrero como él.

Dorian se detuvo, posó la mano en la puerta a un lado del cuerpo de Cecil y dijo: —¿Nos vamos?

Al entender la intención de ese acercamiento Cecil se hizo a un lado para dejarlo salir.

Cuando Dorian vio a los hombres que Cecil había matado se tapó la boca. El nauseabundo hedor de la sangre secándose y las vísceras desparramadas era tan repugnante que casi lo hace vomitar. Caminó hacia afuera seguido por Cecil, que no se había cubierto el rostro y tenía la cara y la ropa manchadas con sangre.

Nadie los detuvo al salir, pero cuando un Oestino que llegaba para encontrarse con los otros halló los cadáveres de sus compatriotas y vio a esos saliendo de ahí, supo que habían sido ellos. Gritó con una voz grave y furiosa, y corrió hacia afuera, persiguiendo al par.

Dorian y Cecil llegaban a donde estaban los caballos cuando oyeron al Oestino acercarse, y enseguida lo vieron, tenía un (*)mangual en la mano. Cecil se apuró y montó su caballo, mientras que Dorian buscaba a su yegua, la que el árabe le había prestado. El animal no estaba.

«¿Qué le diré al árabe cuando vaya por ella al palacio y no la tenga, me arrancará la cabeza como al mercader?», pensó Dorian.

—No tienes opción, súbete —dijo Cecil, ofreciendo su mano para que Dorian la tomara.

—¡Se robaron mi caballo! —dijo, uniendo su mano con la de Cecil y subiéndose tras él.

Cecil no tuvo tiempo de responderle, ya estaba haciendo avanzar a Traidor, miró hacia un lado. El Oestino venía veloz con el mangual, y tras ellos seis más.

—¡Traidor! No me abandones ahora —dijo, y galopó velozmente.

La escarcha de esa fría noche de luna llena cubría la capa sobre sus hombros, Dorian no tuvo otra alternativa que sujetarse a Cecil con fuerza para no caerse. Escaparon en Traidor sin descanso hasta que estuvieron bien adentrados en el espeso bosque. El rubor en su rostro y el mareo por el alcohol hace tiempo habían desaparecido, pero eso se había intercambiado por el mareo de viajar tan rápido y el color de sus mejillas ahora era por el frío.

Los rayos de la luna les daban una desventaja contra los Oestinos porque podían ver la dirección hacia la que iban, pero eso no importaba, Traidor era un caballo magnífico. Dorian pudo saberlo por la velocidad que llevaba, en menos de seis zancadas había dejado muy atrás a los que los seguían. El viento se cortaba sobre ellos, Cecil se inclinó hacia adelante para disminuir la fricción del aire y Dorian hizo lo mismo. Traidor no se detenía, sus crines oscuras se movían sobre su cuerpo, con cada salto, y cada zancada. Cecil adoraba a ese caballo traicionero, amaba montarlo, y admiraba su rebeldía.

—¡Cecil! —tiempo después, habiendo perdido a los Oestinos, Dorian gritó adolorido en todas partes por tan brutal escape— ¡Cecil! ¡Ya escapamos! ¿Podemos... detenernos?

El mago del color y el alquimista con pisadas de oro [BL] (COMPLETA)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora