Platonic Soulmates

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La piel es un lienzo.

El amor es el pincel.

Su mamá había dicho esto desde que Evan tenía memoria y la prueba de esas palabras se posaba en la sien del pelinegro, casi perdiéndose en la línea de su cabello en una raya redondeada color malva.

(Podías pintar a quien pudieras amar, algo así como el destino.)

Los hermanos Johansen tenían la misma marca malva en la sien izquierda, el primer contacto directo que su madre hizo con ellos cuando nacieron, una caricia en sus cabezas; y su padre tenía la palma derecha completamente coloreada del mismo tono.

En la otra sien, tenían una línea más tosca de azul índigo, el amor de su padre, su madre tenía la palma izquierda completamente pintada de ese color.

Evan también tenía al borde de cada ojo los colores de sus hermanos, el tono uva de Aren en el izquierdo y el cerúleo de Noah en el otro, ellos tenían el grafito violáceo que representaba a Evan en las puntas de sus dedos índices.

Era lindo, aunque a veces no podía evitar desear que sus colores estuvieran donde pudiera verlos todo el tiempo, porque no podía sentirlos- no realmente; eran como un lunar o una cicatriz, pero cuando su mamá le acariciaba el rostro y tocaba su marca, se volvía cálido, tranquilo y le hacía querer sonreír mucho. Sus hermanos también sonreían cuando tocaban las marcas de su cara y entonces sabía que ellos sentían lo mismo. No lo hacían todo el tiempo, era vergonzoso, pero siempre se sentía correcto hacerlo.

Era la sensación del amor.

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Cuando su madre murió, su marca desapareció. Todos supieron el momento exacto en que ella dejó de respirar para siempre.

Evan miraba a sus hermanos y no podía evitar sentir que parecían pálidos sin ese color en sus rostros (aunque también podría ser el luto enfermándolos a todos). Los ojos de su padre miraban de vez en vez hacia ellos, se desviaban a sus sienes y luego salía de la habitación.

Dolía.

Pero agradecía un poco no ver en sí mismo como el color había desaparecido de su rostro.

Viajaron a través del mar y trataron de fingir que el mundo no era más pálido desde entonces.

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El niño nuevo era bonito, pero Isa no le dio tiempo ni siquiera a sonrojarse por ese pensamiento cuando se presentó con voz fuerte y ojos brillantes; hizo el ademán de entregarle una bolsa de pan y se presentaron amablemente.

(Isa tenía una marca color vino en la línea de su mandíbula y un anaranjado coral en el centro de su frente, resaltaban el color de sus ojos y Evan no podía dejar de verlos.)

Había una especie de tensión en el aire, extraño, como ese momento de quietud antes que caiga un rayo en una tormenta, la sensación sólo acentuándose mientras se presentaban y estaba empezando a poner nervioso a Evan cuando aceptó la bolsa de pan.

Cuando Isa le ofreció salir a jugar, Evan aceptó más por lo hipnotizado que estaba por sus ojos que por realmente querer seguir con esa expectativa desconocida entre ambos. Pero el más bajo lo sacó de su confusión metiéndole una galleta a la boca con una sonrisa y luego le tomó la mano para arrastrarlo consigo.

Fue como si algo de repente encajara entre ellos cuando se tocaron. Evan casi inhala la galleta y ambos niños se congelaron en sus pasos. Igual de conmocionados, mirando a los ojos del contrario con asombro, preguntando silenciosamente si el otro también había sentido la manera en que el alguna barrera se había roto entre ellos.

DisyunciónWhere stories live. Discover now