Forbande

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Evan tensó los brazos, haciendo todo lo que su cuerpo era capaz para mantenerse aferrado al árbol del que colgaba y a la vez, enfocar su cámara lo mejor posible hacia el magnífico espécimen de lobo que retozaba felizmente al sol.

Realmente había sido un accidente encontrarse con al animal, y su precaria posición colgando de un árbol mucho más alto de lo que sería seguro, mientras su campamento y hide estaban lejos con todas sus cosas, así como que la única pertenencia que tenía consigo, era una Go Pro 8, lo demostraban.

Su permiso para invadir el área estaba por terminar. Había pasado tres semanas tomando fotos de algunos zorros salvajes, e incluso uno de ellos había tenido suficiente confianza para subirse sobre su espalda y no había perdido oportunidad de tomar aunque fuera una selfie. Después, había salido con la Go Pro para tomar un par de fotos que no vendería y serían mayormente para enviárselas a su madre, Agne, Lucía y Librado, quienes gustaban tener noticias sobre su trabajo y valoraban su profesión como fotógrafo profesional de vida salvaje.

Estaba tomando fotos sobre un interesante nido de algunas aves que llegarían con el invierno y consideraba en tomarse otras semanas para enfocarse únicamente en dichas aves, cuando escuchó un gruñido que seguramente no le pertenecería a ningún zorro y trepó el árbol más alto que estaba cerca para poner a salvo su vida.

Sin embargo, la majestuosa criatura sólo había decidido vagar un poco, antes de encontrar un parche de pasto cálido por el escaso sol y se acostó ahí, mirando algo a la lejanía y olisqueando de cuanto en cuanto.

El ángulo era terrible, la espalda se le estaba cansando, la luz hacía que el pelaje completamente blanco brillara demasiado y fuera una mancha de luz indefinible, pero es porque la cámara estaba configurada para adaptarse a la sombra de los árboles y no podía corregirlo sin correr el riesgo de caer al menos cuatro metros y aterrizar en tierra y raíces duras junto a un animal que podría destriparlo sin siquiera empezar a jadear.

(Agradecía profundamente a Scott, quien lo había animado a tomar clases de parkour para poder colgarse de postes y obtener mejores tomas, en serio.)

Sin embargo, el hombro se le iba a dislocar si seguía así.

Se metió la cámara entre los labios, el pequeño cuadrado era suficientemente resistente para que sus dientes no fueran a romper la pantalla, aunque tenía miedo de rayar el lente; tomó con ambas manos la rama y balanceó las piernas más cerca del tronco para engancharse y poder sentarse en lugar de volar como una especie de piñata.

Cuando volvió a mirar al lobo, estaba mirándolo de vuelta y no pudo evitar el chispazo de adrenalina que su cuerpo envió por estar en la mira de un depredador sin experiencia previa. No se suponía que hubiera ninguna manada de lobos cerca, tal vez hubiera migrado por el inverno, pero era... raro.

Estuvo atrapado en un concurso de miradas con el lobo durante casi veinte minutos, hasta que el animal perdió el interés y se quedó ahí, moviendo la cola un poco, como burlándose de los intentos de Evan de pasar a otro árbol para alejarse e irse. Sin embargo, sólo pudo alejarse tres árboles, antes que todos los caminos posibles se acabaran.

Cuando el sol comenzó a esconderse, un aullido sonó a la lejanía y el lobo se levantó para responder, antes de alejarse, dándole al hombre una última mirada.

Esperó al menos otra hora, antes de estar seguro de estar a salvo y volvió a su hide.

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Vendió las fotos a buen precio. La agencia de Goliat, a pesar de estar enfocada a noticias, guerra y farándula, apreciaban un respiro, haciéndole un artículo entero a sus fotografías y su investigación a la vida salvaje. Habiendo sido instruido por Sigourney, quien era una maldita leyenda, no podía venderse barato, aunque quisiera.

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