PRÓLOGO

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La música sonaba muy bien, no era su estilo, pero con todo el alcohol que rondaba por su sistema sanguíneo en aquel momento, no podía distinguir absolutamente nada. Había llegado al bar hacía unas tres horas y la botella de vodka, la segunda o cuarta del día, estaba por terminarse.

El lugar estaba lleno de chicos más jóvenes que él. A sus treinta años le parecía un poco patético estar en un bar en donde obviamente no encajaba, sin embargo, era el único que había encontrado abierto a esa hora. Solo eso podía resaltar del establecimiento. El servicio era pésimo, todos estaban hacinados y nadie se preocupaba de que el baño pareciera un laboratorio químico por la cantidad de droga que había circulando por allí.

A pesar de estar borracho, no se la estaba pasando bien, ni siquiera estaba relajado, sino todo lo contrario.

¿Quién diría que después de ser el alma de la fiesta estuviese allí sintiéndose como la basura más grande del mundo?

Tenía ganas de volver a su casa, pero al mismo tiempo lo volvían loco esas cuatro paredes y el silencio de su departamento. Esa era la razón por la que se encontraba a las cuatro de la mañana en un bar de mierda, rodeado de personas más jóvenes que él, quienes aún no se preocupaban por los problemas de lo que conllevaba ser un adulto en toda forma.

Miró hacia el otro lado de la barra. Había una rubia despampanante que no dejaba de observarlo desde hacía un buen rato y no se le acercaba. Si se iba lo haría con una buena compañía, pensó con humor.

Aquello era algo que le fastidiaba mucho. Dar vueltas al asunto no iba con él. Siempre era directo y a la gente no parecía molestarle, de hecho, pensaban que bromeaba acerca de todo debido a su personalidad tan desenfadada, o por lo menos así era antes. Por ello, pensaba que a su edad era muy ridículo hacerse ojitos con una mujer. Si alguien le gustaba se lo hacía saber. Era mejor ser claro desde el principio. Así que él sería quien tomara la iniciativa.

Definitivamente fue la peor decisión de la noche.

De los últimos dos años.

Y de su vida entera.

Después de estar en un privado con aquella belleza y tras haber inhalado polvillos mágicos, que era la manera en que la rubia llamaba a la cocaína, pusieron rumbo a su apartamento para continuar la fiesta.

—¿Cómo dijiste qué te llamabas?— preguntó Alessandro mientras besaba el suave cuello que dejaba al descubierto el escotado vestido de la mujer.

—Jane —respondió con una risa tonta.

Los dos se tambalearon al llegar al auto. Jane colaba las manos por debajo de su chaqueta para tratar de desvestirlo en plena calle. Le gustaba lo apasionada y dispuesta que se mostraba, pero Alessandro aún podía esperar hasta llegar a su piso.

No era de los que se echaban un polvo en el asiento de atrás del auto. La apartó con cuidado de sí y la ayudó a abrocharse el cinturón de seguridad. Estando tan ebrio le alegró pensar en su seguridad y la de Jane. Puede que condujera mal pero si llegaban a tener un accidente no saldrían volando por el parabrisas.

En menos de nada ya estaban circulando por las calles de Londres. No había ni un alma a esa hora en la autopista, sin embargo, uno que otro carro se dejaba ver por allí. Jane, que estaba de mejor humor que él, prendió la radio y de inmediato la música los rodeó. De un momento a otro, se escuchó asimismo cantando a todo pulmón con la rubia. La noche estaba mejorando y la alegría los invadió a ambos. Se emocionaron tanto por el ritmo que empezó a acelerar y dejó de parar cuando el semáforo lo indicaba. A la chica no parecía molestarle, de hecho, sacaba los brazos por la ventana del copiloto y gritaba frases de la canción que sonaba en el estéreo.

—Déjame conducir, Alessandro —dijo Jane haciendo un puchero. El hombre ni siquiera se inmuto al pedido de la rubia. Su auto era un tesoro para él. Sin embargo, podría ser un poco flexible respecto al tema. —Vamos, nunca lo he hecho, por favor. —la mujer se inclinó hacia él mostrándole el nacimiento de sus pechos.

—De acuerdo, cariño. Siéntate aquí. —eso fue lo único que necesito para señalar su regazo.

A Jane le encantó la idea. A pesar de que en el privado del bar se habían estado besando y tocando un poco, no habían tenido sexo, y era lo que ella buscaba para culminar una buena noche de martes. Además, Alessandro era terriblemente guapo y por aquel coche se podía apreciar que no era ningún pobretón.

Se acomodó en sus piernas, tomó el volante y sin pensárselo dos veces aceleró aún más. Sintió las manos de Alessandro tratando de detenerla, pero no pudo evitar que otro auto los embistiera con fuerza por un costado haciéndolos dar vueltas varias veces hasta que se detuvieron en medio de la carretera.

—Alessandro, ¿estás bien? —se volteó alarmada y algo aturdida. El hombre le había rodeado las caderas con un brazo y con el otro había evitado que ella se golpeara la cara contra el volante.

—¡Claro! Fue solo una sacudidita, ya sabes, como estar en el parque de diversio... —no terminó la oración porque otro auto llegó por la parte de atrás a gran velocidad estampándolos contra un poste de luz.

Lo último que Alessandro vio fue el vidrio polarizado hecho trizas. Después todo se volvió completamente negro.

Cuidado Con AlessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora