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Aless nunca imaginó que el ser correspondido por la mujer que amaba se sintiera tan bien. Estaba literalmente en el paraíso. Dos simples palabras lo habían llevado al cielo y no había bajado de allí en el último mes.

Lizzie había notado lo mucho que le gustaba oír que lo quería y ahora no paraba de decírselo a diario. Era lo primero que escuchaba al despertar y lo último al ir a la cama. Se sentía como un hombre nuevo y vigoroso.

Tenía tanta energía y cosas que quería hacer debido a la alegría que le recorría el cuerpo que había decidido centrar aquella vivacidad en nuevos proyectos. Por lo que después de una larga reflexión interna y una charla con Roger había llegado el momento de volver a Londres.

Había cumplido su propósito de reconstruir la empresa de tecnología y ya que los negocios habían superado las expectativas, Aless era libre de marcharse satisfecho. Por supuesto que al comunicarle la noticia al americano no lo tomó bien.

Roger se había acostumbrado a tenerlo a su lado y que fuera su mano derecha, pero Aless debía pensar en su familia. Los Beckett habían tenido razón al decir que Estados Unidos no era el mejor lugar para criar a Mia. Puede que sonará anticuado viniendo de él ya que era de mente abierta, sin embargo, prefería que su hija creciera rodeada de lo que conocía y no aventurarse con las costumbres neoyorkinas.

También había hablado con Lizzie del asunto. Ella no había querido decirle que quería irse aun cuando era evidente. Le había prometido que se quedaría con él de ser necesario y que aceptaría lo que él creyera conveniente. No sabía cuándo se había vuelto tan complaciente, no obstante, esa vez iba a darle lo que ella quería.

La rubia deseaba estar en Inglaterra con sus dos familias cerca, quería recuperar su trabajo en la joyería y todos sabían que al estar en su verdadera casa serían más felices. Y Aless haría lo que fuera por verla sonreír siempre.

Roger había aceptado al final que sus caminos estaban destinados a separarse y como agradecimiento había hecho una fiesta de despedida. El cariño que le había tomado al americano era asombroso y habían jurado no perder el contacto a pesar de la distancia. El hombre le había ofrecido el pent-house por si iba a Estados Unidos de vacaciones alguna vez y Aless le había hecho la misma oferta con su hogar en Inglaterra.

Todo había ocurrido en un abrir y cerrar de ojos. Entregar el informe final de la empresa, empacar las maletas, devolver las llaves del pent-house y lo demás. Antes de subir esa mañana al avión se había sentido nostálgico. Estaba abandonando el que había sido su hogar por un año y él jamás había despreciado el lugar. No obstante, debía seguir con su camino.

Por suerte Mia estaba durmiendo y ni siquiera las turbulencias la despertaron. Habían tenido que comprar una de esas sillas especiales para aeronaves, pero había valido la pena ya que la bebé estaba cómoda.

Lizzie estaba recostada en su brazo y sus manos estaban entrelazadas. La mujer de vez en cuando le acariciaba e incluso lo besaba y él sonreía como un tonto. Le gustaba mucho que lo hiciera. Así es como se había imaginado que sería estar con ella. Tal vez no recibiendo tanto amor de su parte, pero era igual de excelente.

Debía admitir que en el fondo le daba miedo que volviera a estar tan cerca de Maxi. Su hermano era alguien realmente importante para ella y le daba pánico ser testigo de ciertas actitudes del pasado. Eso no era normal. Elizabeth ya le había dicho que lo amaba. Se lo había demostrado entregándose a él y aclarando sus sentimientos, pero él quería ver con sus propios ojos cómo iba a comportarse con Maxi al llegar a Londres.

Su hermano no albergaba más que afecto fraternal por ella, no le había correspondido de ninguna manera y estaba seguro de que no lo haría. Lizzie le había repetido que ella tampoco lo quería de esa forma, pero para Aless era necesario verlo en persona para quedar tranquilo.

Cuidado Con AlessWhere stories live. Discover now