XXVIII

196 34 188
                                    

Una semana atrás...

Narra Argus:

—¡Les dije que no llamaran la atención! —bramé, regañando al grupo de ineptos que tenía delante de mí.

Eran tres en total. Dos de ellos tragaron grueso al notar mi furia.

—Lo lamento, mi señor. Esos humanos son realmente escandalosos —contestó uno con la cabeza gacha.

Jamás me olvidaba de los nombres de nadie. El que acababa de hablar se llamaba Aiden, y yo mismo lo traje de vuelta al mundo de donde había sido desterrado una vez. Los otros dos eran Thomas y Jason. Como dije, jamás me olvidaba de las caras de ninguno de mis Raezers.

—Oblígalos a cerrar la boca entonces —le dije, sin inmutar mi mirada severa—. No me importa como lo hagas, pero cruzarán el portal les guste o no.

Esos humanos me iban a sacar canas verdes. Yo iba a reunir de nuevo a mi ejercito, costara lo que me costara. Solo debía hallar a cada uno de ellos y arrojarlos a las vías del tren. No era tan difícil.

—Sí, señor —respondieron los tres al mismo tiempo.

Crucé mis manos por detrás de mi espalda y alcé el mentón, mirando a los tres con autoridad. Ni dudaron en darse la vuelta y desaparecer de mi vista.

A veces debía tener mano dura con ellos, aunque no solía cabrearme seguido con mis discípulos. Se suponía que yo debía ser una figura ejemplar a la cual seguir. No quería perder su confianza en mí.

Una vez solo en mi habitación, me acerqué al ventanal que decoraba la pared frente a la puerta y dejé que la brisa que ingresaba del exterior calmara mi temperamento. De entre unas nubes blancas como el algodón, se asomó el sol por un par de segundos, iluminándome a mí y al cuarto. La insignia de oro, que colgaba de la parte superior de mi uniforme, emitió un delicado destello al ser alumbrada por los rayos de ese magnífico sol.

Había veces que también me sentía abrumado. No era fácil tener al mando a cientos de personas que siempre esperaban que las cosas me salieran bien. Al menos ahora sí me estaban saliendo bien. Tenía a mi ejercito casi listo, y Caitlin todavía no había podido encontrar el segundo Duxilum. Eso era una gran ventaja para mí, pero estaba seguro que pronto lo encontraría. Me había quemado el cerebro pensando en los lugares dónde pudo haberlo metido, pero aún no daba con el sitio. Ni siquiera El Libro del Fin del Mundo había ayudado en nada. Me lo leí de arriba abajo, de adelante atrás, pero en ningún lado decía específicamente el lugar donde podía hallarse.

Tal vez las imágenes podrían decir algo. Tendría que ponerme a analizar las cientos de ellas que había allí. Iba a ser un trabajo bastante pesado, que decir.

Si no encontraba esa piedra en los siguientes días iba a tener que jugar muy sucio. Si tenía a Caitlin en mis manos era cuestión de tiempo tener el segundo Duxilum en mi poder. Lo iba a poner en un lugar que nadie más que yo supiera la ubicación. No pensaba dejar que nadie lo destruyera.

¿Y el tercero? Bueno, ese libro tenía escrito en sus anticuadas hojas que era el más difícil de encontrar. ¿Difícil? ¡Ja! Yo ya sabía donde estaba, lo deduje desde el primer momento. Otra ventaja para mí: ellos no tenía ni idea de que yo estaba un paso por delante de ellos.

Tenía ganas de salir de aquí. No quería tener otra interrupción por el día de hoy.

Ni me molesté en cruzar la puerta. Salté por la ventana y dejé que la gravedad me llevara al encuentro con el suelo. Quería alejarme por unas horas de este castillo, escapar para poder ordenar un poco mis pensamientos.

Corrí a toda velocidad, sin ver exactamente a dónde me dirigía, solo quería largarme de aquí. Cuando quise darme cuenta, estaba en mi anterior hogar. Las ruinas del castillo me recibieron cuando me detuve frente a ellas. Tantos años vividos aquí... Tantos recuerdos...

CAITLIN | LIBRO II ~ Amor ParaleloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora