34. No estamos enamorados.

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Me siento demasiado incomoda, todas las miradas están sobre nosotros al entrar al edificio. Todos saben sobre las ordenes de prohibirme ingresar, no puedo participar en absolutamente nada. Las únicas veces que he pasado más allá de la recepción solo logré tener un carné de visitante. Ese día le hice un show a mi padre, insultándolo por semejante injusticia y terminé siendo sacada por dos guardias de seguridad.

Camino con el rostro en alto y sin alejarme mucho de Damián, me pregunto que tanto sabrá sobre las restricciones. La verdad es que estoy dudando que lo sepa del todo, pues no me hubiese pedido acompañarlo.

No hemos dado ni un par de pasos cuando un chico delgado y más bajo que Damián se nos acerca corriendo con una Tablet en sus manos.

— ¡Señor! —casi me rio, me contengo para no parecer inmadura, es que es demasiado raro que lo llamen así—, que bien que ha llegado, tiene una reunión con Liliana... —el chico empieza a hablar demasiado rápido sobre todas las tareas de hoy.

—Alejandro —Damián alza la mano interrumpiéndolo—, una cosa a la vez, no te entiendo y terminaré en un ataque de frustración como ayer.

Alejandro asiente y sus ojos se posan en mí. No lo conozco, pero estoy segura de que él si a mí, pues sus ojos se han abierto de un mono antinatural. Su mandíbula empieza a temblar.

—Si me sigues mirando así me vas a desaparecer —le murmuro un tanto enojada. Su mirada cambia y ahora me gusta menos que me detalle como lo hace.

—Y también te vas a quedar sin trabajo —gruñe Damián entre dientes.

—Lo... siento señor, hace mucho no veíamos a la señorita Amanda por aquí... su padre... él...

—Ella viene conmigo —Damián no acepta reproches, parece otro cuando habla, no luce como el chico inseguro que no quiere esto, convence muy bien a todos y hasta me pregunto si me ha mentido.

—Pero no puede...

—Sé lo que ordenó Anderson —volteó mi cabeza con brusquedad. ¿Lo sabía y aun así aceptó mi compañía? —. Si ella no entra yo tampoco. Si Anderson dice algo al respecto repítele mis palabras.

—Si señor —Alejandro baja la mirada.

—Hoy veremos a Liliana en su propia oficina, avísale.

—Imposible, ya está en la suya... —ambos lo miramos con el ceño fruncido—, es muy puntual señor.

Damián me mira esperando que diga algo, que yo maneje el asunto, esa mirada me desarma y me coloca nerviosa, trago grueso intentando controlar el remolino de emociones.

—Veámosla donde sea entonces —me encojo de hombros, él asiente y continúa caminando. Yo lo sigo.

No nos detenemos en la recepción, Damián saca su carné y lo pasa por los torniquetes, entra sin problema y luego Alejandro. Me quedo sin saber muy bien que hacer y cuando él voltea frunce el ceño, noto como aprieta la mandíbula y suelta el aire de forma ruda por la nariz. Se acerca a los torniquetes y mira a una de las secretarias de forma glacial.

Ella corre hacía nosotros y me tiende un carné blanco de visitante, el carné de los ejecutivos importantes es negro. Miro el carné y lo levanto para pasarlo por el identificador, pero Damián me lo arrebata de las manos.

— ¿Qué es esto? —le dice a la pobre secretaria.

—No importa... las cosas siempre han sido así —alzo mi mano para arrebatarle la tarjeta y hace algo que me deja anonadada.

Se mete mi tarjeta en sus bolsillos y me tiende la negra.

—Esto es más tuyo que mío —la forma en que pronuncia cada palabra es seria, demandante y puede parecer fría, pero yo conozco al Damián detrás de esa mascara, y no puedo evitar sonreírle como idiota y pasar la tarjeta que me tiende.

Las reglas del deseo | 1.0Where stories live. Discover now