23. ¿Quién se va a casar contigo?

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«No recordaba cuantos años tenía, quizá unos 14. Estaba sentada en las escaleras, con un vestido verde hermoso, unas trencitas las cual duré horas en hacer y también me había maquillado un poco; no sabía maquillarme, pero estuve viendo tutoriales toda la tarde para ponerme bonita para él.

Eran como las once de la noche, tenía mucho sueño, sabía que mi padre volvería, y quería estar ahí para recibirlo. Habían pasado cinco meses desde que se ausentó por negocios, y aunque nuestra relación era casi nula, me hacía feliz que él siempre regresara a mí. Quizá alguno de esos días sería por completo. No perdía la esperanza.

Estaba cabeceando y me negaba a irme, sabía que llegaría, le dije a Carol que no se preocupara por mí, así que desde temprano salió y la casa se encontraba prácticamente sola. Ella también merecía salir un rato, yo no era toda su vida.

El pomo de la puerta se movió y me levanté de un salto colocando una de mis mejores sonrisas. Sin embargo, esta no duró mucho.

Mi padre estaba vuelto un desastre cuando entró, tenía una botella de alcohol en su mano, la camisa abierta y desencajada, el pantalón con la bragueta abajo. Ya me había acostumbrado un poco a su estado. Papá ya no parecía el héroe de la historia, mucho menos el príncipe que tanto me describía mamá.

— ¿Qué haces aquí, despierta? —desde donde estaba su aliento olía a alcohol.

—Carol me dijo que ibas a venir hoy pa...pá —temía a su reacción, cuando se emborrachaba se enojaba cuando le decía así—. Preparé una torta de tres leches yo solita, está en el comedor... también hice lasaña mixta y...

Me silencié porque parecía que no me estaba prestando atención, solo asentía como un tonto. Volteé mi rostro fastidiada unos segundos, e intenté respirar para que las lágrimas no salieran. Odiaba esta versión de él.

—Te fuiste casi cinco meses —intenté que no sonara a reproche, papá odiaba los reproches.

—Me he ido por periodos más largos y nunca me has recibido así... Alicia —respondió con una sonrisa terrorífica, cerré los ojos y apreté los puños.

—Mi madre murió, papá —su sonrisa desapareció—. Soy tu hija... Amanda... ¿Puedes cambiarte? te esperaré en el comedor.

Caminé hacía allá sin esperar respuesta, no perdería la esperanza. Me senté en una de las sillas y esperé, esperé tanto que me quedé dormida con la cara pegada en la mesa, pero unas risitas me levantaron. Abrí los ojos y miré a mi alrededor.

Había una mujer rubia a mi lado y... tenía... tenía puesto el vestido de novia de mi madre, parecía drogada, se estaba riendo en mi cara. Me levanté de un salto, al principio asustada pensando que era un fantasma, pero cuando me di cuenta de que era real sentí como la furia quemaba mi interior.

— ¡¿Quién es usted? ¿Qué hace con el vestido de mi madre?! —le grité, pero ella solo reía.

Mi padre apareció en la escena e intenté protestarle a él, no me prestó ni la más mínima atención.

—Calla, calla —solo eso me decía.

— ¡Ese vestido es mío! ¡Estaba en mi closet! ¿La metiste a mi cuarto? —grité y grité mientras las lágrimas corrían por mi rostro, mi padre parecía no entenderme y la mujer solo se reía, miré el reloj que estaba colgado en la pared, eran casi las 1:00 a.m.—. ¡Papá! Ese... ese er-a el vestid-oo que me pondría en mi... mi boda...

Estaba furiosa, él aprovechó que estaba dormida en la mesa para traer a una mujer extraña a nuestra casa, no era la primera vez que lo hacía, estaba cansándome de pelear con desconocidas, odiaba que otra mujer pisara el hogar que alguna vez fue de mi madre.

—¿Quién se va a casar contigo? —río mi padre mientras yo temblaba—. Puff... Alicia te hizo un favor en usarlo...

Me quedé muda, había dicho el nombre de mi madre... y se lo había dicho a una prostituta. Empecé a gritar con fuerza y perdí toda mi paciencia, cogí la lasaña que había preparado para celebrar mi cumpleaños con él y se lo lancé a la mujer.

Cuando me di cuenta de lo que había hecho me sentí lo peor del mundo, la comida cayó en el vestido y lo había manchado. La mujer se puso histérica y mi padre quedó inmóvil viendo el desastre que causé. Él volteó a mirarme con rabia, con odio.

—Yo... yo no quería —chillé más alto—. ¡Esto es tu culpa!

Mi padre dio tres pasos y me cargó en su hombro, pataleé, grité, lloré, quería que me bajara, él solo caminaba ignorandome.

—¡Necesitas una lección! ¡Debes respetar a tu madre! —gritó enojado. Ella no era mi mamá, y odiaba que se confundiera de esa forma, pero era pequeña y tenía miedo, así que solo lloré y supliqué.

—¡Papi lo siento, bájame! —chillé pataleando.

— ¡Dale una lección! ¡Dásela! —gritó la mujer mientras nos seguía.

Noté a donde me llevaba mi padre y me revolqué aún más, abrió la puerta corrediza y caminó hacía la piscina donde me tiró con todo y ropa. El agua helada me recibió y tragué buena cantidad, salí rápidamente a la superficie y respiré hondo. Mi padre y la mujer estaban riéndose en la orilla, señalándome, luego me dieron la espalda y se dirigieron a la casa. Salí como pude titiritando del frío.

Cuando estuve de pie fuera del agua vi a mi padre cerrando la puerta corrediza con seguro y todas mis alertas estallaron. Corrí hacía allí y golpeé la puerta. Ellos me observaban con sonrisas terroríficas y escuchar sus risas solo empeoraron todo.

Ella me miró y luego besó a mi padre como si yo no estuviera ahí, él ni se acordó de mí cuando empezó a follar con la puta detrás de la puerta corrediza. Ni siquiera cerró las cortinas.

Me senté lo más lejos que pude de ellos, y tapé mis oídos con fuerza. Él gemía el nombre de mi mami, y yo empecé a gritar.

Le pedí a mi mamá que me llevara con ella, porque estar a su lado era mil veces mejor que estar allí»

— ¡No! —me levanto de un salto de mi cama, con las mejillas empapadas y mi respiración vuelta un caos, paso mis manos por mi cabello desesperadamente mientras sollozo—. Fue un sueño, fue un sueño —me repito a mí misma para no pensar en uno de los peores recuerdos que tuve con mi padre, ya no eres ella.

Desde ese día, me dije a mi misma dejar de intentarlo con él, lo empecé a odiar con todas mis fuerzas. Ya no quería esperarlo, dejé de orar para pedirle a Dios que mi padre me volviera a amar, porque para mí, el amor dejó de existir.

Recuerdo que esa noche casi se cumple mi deseo de morir, mis ojos se cerraron y los volví a abrir dos días después, me encontraba en un hospital con Carol sosteniendo mi mano y llorando desconsolada. Al parecer me encontró tirada en el césped el día siguiente, estaba congelada y me dio neumonía.

Ella se sentía culpable, aunque no debía hacerlo, ella estaba visitando unos parientes y se quedó a dormir con ellos para darme tiempo con papá, yo se lo había pedido. Yo había provocado eso.

Intento calmarme y me limpio las lágrimas que se me derramaron dormida.

yo no lloro, yo no lloro, me repito a mí misma una y otra vez.

No quiero volver a ser esa Amanda.

Las reglas del deseo | 1.0Where stories live. Discover now