7. ¿Estabas espiándome?

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— ¡Maldito! —gruño mientras lo maldigo a él y a sus próximas generaciones.

Jamás en mi vida me he sentido tan humillada por un chico, tengo tanta rabia con él y conmigo misma. ¿Cómo pude bajar las barreras de ese modo? Lo recuerdo y tengo ganas de darme en la cabeza con un muro. Es que... lo deseé, lo deseé tanto que fue notable a leguas, él notó mi reacción y jugó con ella, coqueteó conmigo hasta que me tuvo en la palma de su mano, para luego atacar y desangrarme. ¡Maldita bestia!

¿Cómo se me ocurre esperar un beso de ese idiota? ¿Es que estoy enferma? Si, está bueno, a cualquiera le atraería un cuerpo y rostro así, pero jamás he mostrado las ganas de forma tan estúpida.

Me las va a pagar.

Salgo de la piscina echando humo y me dirijo a una de las sillas desplegables; coloco mi toalla empapada junto con mi celular, gracias al cielo es a prueba de agua porque o si no se formaría una peor. Busco mis gafas oscuras y me doy cuenta de que están en el fondo de la piscina, ahí se quedarán, ya se me quitaron las ganas de meterme en el agua.

Me paso la mano varias veces por mi cabello y me quito el moño alto para liberarlo y que así se seque más rápido. No dejo de murmurar insultos sin parar.

Es un patán y un engreído. Nunca me dejo llevar por mis emociones, soy una persona que se maneja muy bien, es más, intento no explotar en frente de nadie, más que nada para guardar las apariencias, estar tranquila y fingir desinterés es el mejor ataque al enemigo. Pero, con Damián no se puede, no lo tolero, su sola presencia me saca de mis casillas. Odio que se crea tan perfecto, que mi padre lo crea perfecto...

No me doy cuenta de mis acciones hasta que estoy subiendo las escaleras, mi mente está nublada y mis manos cerradas en puños. Casi me resbalo cuando subo el último escalón y eso hace que me enoje aún más.

Cierro mis ojos y respiro con pesadez cuando estoy en frente a su puerta, debería irme y encerrarme en mi cuarto, no me conviene que Damián le cuente a mi padre el estado en el cual llegué anoche, aunque sé que para mi padre tampoco es un secreto.

Debería irme... pero no, no lo hago, abro mis ojos y empiezo a golpear su puerta.

— ¡Idiota! ¡Bestia! ¡Simio! —golpeo y golpeo, no me pienso ir hasta que me abra—, ¡Abre la puerta, Prescott!

Lo empujo con fuerza haciendo que retroceda un solo paso, no es suficiente y empiezo a empujarlo una y otra vez.

— ¡Maldita loca! —gruñe él mientras intenta sostenerme de las muñecas, pero yo sigo con mi ataque haciéndolo retroceder varios pasos.

Creo que estoy ganando hasta que él coge fuerza y me hace retroceder hasta sacarme de su habitación, mi espalda choca con la pared del pasillo y suelto un gruñido, de repente alza mis manos por encima de mi cabeza y me sujeta de una forma que me quita la movilidad y el aliento.

— ¡Suéltame, Damián! —le grito.

Estoy enfadada al mil, pero él sonríe con una especie de burla maliciosa, baja una de sus manos mientras la otra sujeta mis muñecas, su sonrisa se amplía cuando nota que con una sola mano me tiene donde quiere, porque si, el idiota es fuerte.

Respingo cuando con su mano libre despeja el cabello de mi rostro, la cortina que me protegía de su mirada desaparece y cuando se acerca demasiado a mi rostro me quedo sin aire. Puedo sentir su respiración acariciar mi piel.

—N-o... Me toq-ues —intento forcejear, pero a quien engaño, ni siquiera puedo hacerlo bien.

—No es que quiera —gruñe asqueado, su expresión me duele, no debería, pero lo hace.

Las reglas del deseo | 1.0Where stories live. Discover now