Capítulo 21: "Tenemos que hablar"

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¡Pam! La colcha roja voló de la cama a la moqueta. Los almohadones y las sábanas corrieron la misma suerte.

-¿Dónde cojones está?- dijo Zel entre dientes.

La quimera dió un golpe furioso al colchón. Su equipaje no estaba por ninguna parte. Pausó un momento y respiró hondo. La ira se había ido. Sin embargo, sus demonios seguían ahí, demandando su atención y crispando sus nervios. Dejó salir el aire y llenó su mente de un único pensamiento: "tengo que irme o perderé el control de nuevo". Barrió la habitación una última vez con la vista: la cama roja, la mesa caoba, la botella ámbar de la esquina. Avanzó en su barrido y continuó por las cortinas perla, pero algo le hizo volver atrás. Se detuvo: había algo nuevo, un pequeño rectángulo blanco resaltaba sobre la madera.

Zel cruzó la habitación en dos zancadas y sostuvo el objeto entre los dedos. En su centro, un par de líneas de tinta manchaban el papel:

Sabía que intentarías irte sin decir nada, así que guardé tu maleta. Tenemos que hablar.

Amelia

El papel crujió en sus dedos cuando lo arrugó y él siseó por lo bajo. Amelia se le había adelantado. Por su mente cruzó la idea de irse sin más, de saltar por la ventana y salir volando. Jugueteó con ella unos instantes. Era tentador, muy tentador. Ese "tenemos que hablar" le infundía pavor. Sabía que no iba a llegar muy lejos sin muda o dinero, pero al menos tenía su espada y... un momento, ¿donde estaba su espada? Echó una mirada al sillón y solo encontró la vaina, así que volvió a echar otra ojeada a la nota. La giró. Había otra pequeña frase en su dorso.

Posdata: también tengo tu espada.

-¡Joder!

El muchacho se dirigió hacia la puerta y la abrió de golpe. Se alejó por el pasillo, acompañado por el sordo sonido del portazo en las paredes de piedra.

Amelia estaba en su habitación cuando Zel entró en ella. Su té se derramó sobre la mesa cuando la puerta golpeó el marco y ella fingió no darse cuenta.

-Haces más ruido que una cabra en un garaje -dijo con sorna.

Zel se limitó a mirarla, con los brazos cruzados. Cualquiera se habría amedrentado ante aquella mirada, con aquellos ojos que quemaban cual carbones. Sin embargo, Amelia se limitó a señalar la silla libre y la otra taza que había sobre la mesa.

-¿Quieres un poco de té? Es de menta.

-Amelia...-dijo él con voz grave.

-¿Sí? -respondió ella, inocente.

Su palma azul impactó sobre la mesa.

-Dame mi espada. Tengo que irme.

Ella dio un sorbo al té que quedaba en su taza. Alzó la mirada y él descubrió que ella también podía ser intimidante.

-Por supuesto, cuando terminemos de hablar. Siéntate, Zelgadis.

-¿Crees que esto es un juego? Te supliqué que te alejaras si veías distinto o alterado y tú... ahhgg -Zel apretó los dientes y contuvo las palabras que se venían a los labios. En su lugar dijo- a ti no se te ocurrió otra cosa que meterte entre Gourry y yo.

El chico se pasó una mano por el pelo de alambre. Se sentó, despacio:

-Y ahora vas y escondes mis cosas, como una niña haciendo travesuras. Esto no es... -su boca se crispó, volvió a tensarse- No tienes ni puta idea.

DestinoWhere stories live. Discover now