Capítulo 23: El mantra

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La lluvia repicaba en los cristales y se colaba, sin ser invitada, entre los huecos de la casa maltrecha. Algunas gotas mojaban la mesa y el alféizar. Otras salpicaban la falda oscura de Lina. Ella las dejó hacer mientras la humedad calaba y azuzaba al fuego, mientras extendía la brea.

La muchacha podía sentir cómo esa maldita sensación de pánico hacía temblar sus piernas y bloqueaba sus manos. Respiró, pero el aire no llegaba, volvía a ser presa de la brea.

En su cabeza sólo había espacio para un mantra. "Me han encontrado", decía. Y "si me quedo, otros también lo harán", seguía después.

Entre repetición y repetición, pensaba en Gourry. En su mirada triste y ojos brillantes. Al principio, el mercenario se había resistido. Se había plantado en el sitio, bamboleándose de cansancio, repitiendo una y otra vez que él se quedaba.

La conversación entró en un bucle cuando Amelia y Zel se fueron. Él decía que sí y ella que no. Lina decía largo, y los pies del otro no se movían.

"Me da igual" decía. "Estaré contigo pase lo que pase" le seguía. A veces, un tímido "por favor" se colaba entre sus frases.

Así que Lina tuvo que hacer uso de unas palabras mágicas, las más difíciles. "No quiero", salió de sus labios. "No quiero que te quedes".

Lina cerró los ojos, pero esa parte de la conversación seguía grabada a fuego en su mente. Los volvió a abrir. La imagen seguía ahí, tan vívida que parecía solaparse con el ahora. Podía ver a Gourry, quieto, roto.

-Yo... -se le oyó decir.. Pero se le habían acabando las palabras.

Las palabras que salieron de su boca le sabían amargas, pero no debía dejar lugar a dudas.

-¡Que te largues te digo! ¿Qué parte no entiendes? -sin mirarle, subió el tono, señaló la puerta.- Ya no te necesito.

Él seguía sin moverse.

-¡¿Tengo que ser más clara entonces?! ¡Fuera! Ya no te...

-Ya.

No fue ni un "ya basta" ni un "ya lo sé"; quizás fueran ambas. A las palabras le siguieron una larga mirada, un pequeño momento de duda.

-Como quieras.

Comenzó a moverse. Arrastró los pies hasta la puerta y, antes de abrirla, le dedicó una última mirada.

Tal como se fue Gourry entonces por la puerta, se desvaneció la escena de su retina. Ahora volvía a encontrarse sola. Los minutos fueron pasando en esa habitación cada vez más oscura. Notaba la falda húmeda, el aire frío golpeando y entrando por las rendijas. Afuera, la lluvia descendía ahora más lento, en forma de helados copos.

"Los otros no tardarán en venir."

Miró por la ventana. La noche se tragaba la nieve antes de que esta llegara al suelo y las siluetas de sus tres amigos se perfilaban aún entre las sombras.

-¿Qué? ¡Zelgadis, no! ¡NO!

La princesa, pequeña y menuda, se retorcía ahora para escapar del agarre de Zel.

-No podemos quedarnos aquí más tiempo, Amelia. -contestó la quimera- Ya la has visto, no atiende a razones.

-Pero necesita nuestra ayuda.

-¿Y qué piensas hacer, eh? ¿Meterla en una bolsa y llevarla a la fuerza a Saillune? ¿O quedarte aquí mientras tu reino se deshace a cachos?

-Pero... -balbuceó ella. Sentía que ya la había fallado una vez. No quería repetirlo.

DestinoWhere stories live. Discover now