Capítulo 11: La explosión

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Un denso humo nublaba su vista y un pitido agudo embotaba sus oídos. Lina empezaba a recuperar sus sentidos tras la explosión. Los gritos empezaron a llegar a sus tímpanos mientras que el ruido de la multitud se hacía palpable.

-¡Gourry! ¡Amelia!

Esta vez sí paladeo el sonido, pero no obtuvo respuesta.

Volvió sobre sus pasos y entró al salón del templo. Ahí captó el reflejo de una melena rubia.

Era él, sin duda, y estaba inquieto. Intentaba trepar una columna caída. Parecía buscar algo.

-¡Gourry!

El chico se giró en su dirección. Tenía la ropa hecha unos zorros, la cara sucia, y una bonita sonrisa de alivio en el rostro.

Un abrazo de película habría quedado bien en estos momentos de la historia, con esa música tan repipi sonando de fondo, pero aún tenían que encontrar a Amelia.

-¡Princesa Amelia! -gritó una voz aguda- ¡Que nadie se acerque a la princesa! ¡Cerrad filas!

Un montón de sacerdotisas ocuparon la escena y en medio de ese collage blanco estaba Amelia. Eso resolvía la duda de Lina sobre su amiga.

-Princesa, quédese aquí -dijo una de ellas- nosotros iremos a ver qué ha pasado fuera.

Tenían una mirada feroz y una voluntad de hierro. Parecían dispuestas y preparadas para todo. Por desgracia, no estaban nada preparadas para la respuesta de la muchacha.

-De eso ni hablar. Es mi reino e iré yo misma a ver qué ha pasado en él.

Las clérigas la miraban atónita. No sé de qué se extrañaban. La realeza de Saillune nunca se ha caracterizado por ser de las que se sientan a mirar.

-Pero, princesa....

-Ah, pa-pa-pa. Soy princesa, Marta, pero también soy guerrera. Sé cuidar de mí misma, gracias. Si estáis preocupadas por mi, sois libres de acompañarme.

Las aguas de sacerdotisas se abrieron, descubriendo a Amelia. Ésta salió decidida por el arco de piedra mientras Lina y Gourry cerraban la marcha.

La calle era un caos. Los puestos de tela y los escombros pintaban el suelo. El aire olía a quemado y arriba, la columna de humo seguía teñiendo el cielo.

Por suerte, los gritos parecían haberse calmado, o al menos, bajado de intensidad. Ya dejaban paso a otros sonidos, como el crepitar de las llamas, el sonido de cientos de pasos machacando las losas del suelo.

Lina hizo un rápido control de daños. No parecía haber muertos y, a su lado, las sacerdotisas empezaban a movilizarse para curar a los heridos. Ahora su mayor enemigo era ese humo negro y, para qué engañaros, no era ni un digno rival.

Amelia la sacó de su mente:

-¡Lina! Échame una mano.

Echó a correr calle arriba sin sin esperar respuesta. Lina volvió al presente y siguió a su amiga. Las calles estaban llenas de gente desorientada, histérica. Lina tuvo que abrirse paso a empujones y algún codazo hasta llegar a su destino, un enorme almacén. La fuente de las llamas y el humo. El calor aumentaba conforme te acercabas a la base y Lina empezaba a preguntarse cómo se mantenía aún en pie. Las llamas lamían su estructura y las olas de calor que distorsionaban el aire le daban al paisaje un aspecto de pintura infernal.

-¿Qué es eso?

Amelia tenía una extraña expresión en el rostro.

-Uno de los almacenes de pólvora de la ciudad. Son propiedad de Pontius.

DestinoWhere stories live. Discover now