capítulo 17: La dragona y el monstruo

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Philia miraba la taza de té sobre la mesa. El líquido estaba ya frío y el sol bailaba en su superficie tranquila. Había sido un día largo. La dragona suspiró y encaró el sol que entraba por la ventana. Fuera, el viento traía los sonidos de las gaviotas en la playa, el lejano rumor de las olas. En primer plano había murmullos del mercado y el seco sonido de los cascos de animales sobre el pavimento. Dentro de su tienda sólo se oían sus suspiros.

El negocio de cerámica no acaba de despuntar. Eran habituales los curiosos, pero escasos los clientes. Así que sus rutinas solían ser solitarias, monótonas, con apenas una docena de jarrones de porcelana como únicos acompañantes.

El dedo de la muchacha dibujaba, distraído, pequeños círculos sobre la superficie de madera, ahora hacía un lado, ahora hacia el otro. Philia lanzó otro suspiro. Alzó la mirada y dejó que sus ojos vagaran por la habitación oscura. Todo frente a sus ojos era madera: estantes de madera para el blanco de las jarras, madera sobre el cristal de las vitrinas y ventanas.

De pronto, uno de sus jarrones captó su atención. Tenía un delicado motivo floral verde oliva y el sol resbalaba sobre su superficie, haciendo que la hiedra pareciera viva y en movimiento. Philia entornó los ojos, fijó un poco más la vista y descubrió, con espanto, que no era la hiedra lo que se movía, sino el jarrón entero. El jarrón se agitaba sobre su estante, junto a sus compañeros de vitrina. La pieza se removía y temblaba como poseída por un ritmo de un golpe seco, repetitivo.

Tap, tap tap, se oía cada vez más cerca. Tap, tap tap, agitaba las jarras.

De pronto, el sonido cesó y se oyó la puerta principal crujir. La madera se estampó con violencia con la pared y la cerámica, atemorizada, tembló en su sitio.

-¡Je-Jefa!

Había un zorro en la entrada, resollando.

-¡JIRAS! -gritó la dragona. El enfado se leía en sus gestos y salía por su boca mezclado con gotas de saliva- ¿Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado al entrar? Los jarrones que tenemos aquí son...

-¡Jeee-faaa! -la interrumpió él de nuevo.

Philía lanzó una mirada airada a su ayudante y reparó, por primera vez, en el estado de su amigo. Sudaba como si viniera de una maratón y aún no había recuperado el aliento.

-¿Jiras? ¿Qué ha pasado?

-Je-jefa, la he visto, ¡es ella!

-¿Quién?

Jiras señalaba frenéticamente a la puerta. No se detuvo hasta que la dragona echó una mirada fuera. La calle parecía igual que un martes cualquiera. El vendedor de coles agitaba alegre su mercancía y, en el otro lado de la acera, el panadero sacaba a enfriar una hornada de pan recién hecho. Sin embargo había algo más, algo nuevo allá en el fondo. Philia entrecerró los ojos. Había un destello rojo en el horizonte. El destello se fue acercando, dando primero la impresión de una hoguera y, después, de una melena que ondeaba al viento. A la melena le seguía una capa de negra noche. A su lado, había un muchacho de cabellos dorados.

-Esa es... -susurró Philia mientras forzaba más la vista-¿Lina?

Las figuras siguieron su avance, haciéndose más claras y nítidas, pero ella seguía sin estar segura. La que se parecía a Lina andaba cabizbaja y retraída. Además, en vez de liderar como su amiga solía hacerlo, se dejaba arrastrar por la figura rubia, que la agarraba de la mano.

Se acercaron más y Philia pudo por fin verles las caras. Eran, sin duda alguna, Lina Inverse y Gourry Gavbriev. Ambos estaban sucios, andrajosos. Gourry tenía el pelo chamuscado y una venda sucia en el brazo derecho. Lina tenía la capa negra raída y una mirada terrible pintada en el rostro.

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