Capítulo 9: Saillune

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Lina y Gourry terminaron de subir la colina a la vez que el sol bajaba. Sus rayos iluminaban al fondo los muros de roca de Saillune, haciendo que el blanco fuera más brillante, casi divino.

Lina sonrió. Estaba midiendo mentalmente la distancia entre ella y la cama. Sólo tenía que bajar la colina y antes del anochecer estaría en las puertas de la ciudad. Asintió y echó a andar a paso decidido, un pie detrás del otro.

El camino parecía gritar que aquella era una ciudad importante. Conforme más avanzabas más cuidados estaban los arcenes y más ancho era el sendero. Después del primer puente la tierra dejaba paso a los adoquines y, al final de los mismos, una enorme puerta con dos soldados te daba la bienvenida a Saillune.

Como otras veces, Lina se sentía diminuta al lado de la puerta oscura. No le gustaba que le hicieran sombra y alguna que otra vez había pensado en hacerla volar. Se ergía alta y orgullosa y los glifos mágicos la recorrían como las estrias surcan la piel. Era lo único que se interponía ahora entre Lina y la comida. Ya casi podía oler las pastas de hojandre del mercado, crujientes y morenas. También olía la miel mágica de las tiendas, y paladeaba el cerdo asado que siempre servían para ella en palacio. Olia, olía...

-¿Qué es esa peste?

Los guardias habían abierto ya los enormes portones de cerezo y un olor nauseabundo se había colado por ellos. Olia rancio, ese olor que te esperas del moho y el color verde. Por su parte, el aspecto de la ciudad no era tan brillante ni cálido como recordaba. El humo de las chimeneas le estaban haciendo competencia a las nubes. Tapaban el cielo y le daba a todo un aspecto gris apagado. Si Saillune hubiera sido una persona, Lina le habría dado un ibuprofeno y mandado de vuelta a la cama.

-Oye Lina...- dijo Gourry, apartándose un poco de ella - No has sido tú, ¿no?

Lina lo miró, confusa. Tardó un rato en caer que se refería al olor. Cuando por fin lo relacionó, su rostro se encendió como una cerilla.

-¡Claro que no, idiota! - hizo un gesto con la mano y señalo la plaza que tenía delante - Es la propia ciudad ¿no lo ves? ¡Apesta!

-Ah - Gourry pareció entender por un momento. Luego volvió a su estado confuso - ¿Y por qué?

Su amiga se encogió de hombros.

-¡Y yo qué sé! Venga, vamos a vaciar la despensa de Amelia.

La perspectiva de hojaldres y carne animó al chico y se pusieron de nuevo en marcha. La pareja echó a andar calle abajo y no tardaron en perderse entre las gentes de ropa apagada y los puestos de tela. En el horizonte, el humo opaco servía de telón para el paisaje, fundiéndose con la noche.

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Amelia estaba de pie frente al ventanal. Frente a su jardín había una multitud de personas. El grupo que estaba al lado de sus girasoles llevaba una enorme pancarta que decía "La estrella NO da trabajo, las fábricas SI".

-Así que se refería a esto.

Amelia le dio vueltas al paquetito que tenía en las manos. Pontius lo había hecho llegar al palacio esta mañana. Era un collar de perlas blancas. En su interior también una nota que decía "Espero que este pequeño obsequio le haga cambiar de opinión, princesa. Por la tarde le mandaré otro regalo a su puerta. Con cariño: Pontius"

Si esa era su idea de un regalo, Pontius era mucho más sádico de lo pensaba.

-¿Señorita Amelia?

DestinoWhere stories live. Discover now