Capítulo 7

75.1K 8.6K 15.4K
                                    


Las piscinas nunca me han gustado del todo, y creo que el mar mucho menos, nadar sola no es un pasatiempo ni mucho menos, pero en esta última hora se ha vuelto rutina ahogarme. Literalmente hablando.

  El sonido del agua cayendo me llena los oídos, toso y el líquido que tragué se escapa por mis comisuras, intento tomar bocanadas de aire con verdadero terror, pero la mano de mi torturador vuelve a hundirme la cabeza una vez más. Pataleo intentando desesperadamente huir o pelear, pero mis manos atadas con esposas me impiden hacer cualquier tipo de movimiento efectivo. 

  Intento contar mentalmente, pero todos los cálculos me dicen que Pavel me está dejando más tiempo que antes. La fuerza de mis piernas se agota con cada segundo que pasa, por mi boca se filtra el agua pues mi cuerpo me traiciona y siento un río bravo recorrerme la garganta.

  Su rodilla se clava en mi abdomen, mi torso se contrae de golpe cuando la mano que sujeta mi cabello me eleva, sigo vomitando el agua e intento respirar.

―¿Qué dices ahora, teniente? ―me cuestiona el hijo de puta, burlándose― ¿Tienes algo para nosotros? ―pregunta con su voz ronca, tiemblo de temor por la forma en que se escucha. Es un hombre enorme, el costado de su rostro parece haber sido derretido lentamente, pero eso es lo de menos, se trata de su rostro en sí, con o sin quemadura sería horrible.

―Púdrete hijo de puta ―siseo con la voz muerta, ya no quiero más, no quiero seguir ahogándome ni intentando sobrevivir, pero hablar significaría traicionar lo que creo, y morir no es una opción, no con mamá esperándome.

―Lástima ―jadea y vuelve a empujarme sin previo aviso, tomo una pequeña bocanada de aire antes, pero el tiempo que me deja debajo es demasiado... otra vez.

  Creí conocer el infierno, pero me equivoqué, solo estuve en sus puertas. Ahora estoy dentro y nadie va a venir por mí.

  Pasamos otra jodida hora más, si no es que dos, en esa maldita celda ubicada sobre los pisos de las habitaciones más bajas que han de pertenecer a la servidumbre, para cuando al fin me libera de las esposas soy arrojada al piso y apenas puedo levantar la cabeza, por lo que me golpeo contra el concreto.

―Vuelvo en un par de horas, no me extrañes ―comenta Pavel, pasa por encima de mí, pisándome el brazo, suelto un alarido y me volteo en el piso mientras lo sostengo. El hijo de perra sale y cierra con llave, lo observo avanzar por el pasillo hasta llegar al final, y solo entonces apaga la luz, dejándome casi a ciegas.

  Pero cruza la puerta que da con una escalera en acenso y, al cerrar, debo recordarme que no he perdido la visión.

  Me intento levantar, pero el esfuerzo me hace toser, siento el agua en mi estómago, llenándome, y es comprensible pues intenté tragar más que respirar durante el tiempo que estuve sumergida.

  Me pego a los barrotes soltando un quejido de dolor pues me golpeó el abdomen con demasiada fuerza, y allí paso lo que parece ser mucho tiempo, pues me duermo en algún punto, abro los ojos de vez en cuando, pero la oscuridad me hace caer rendida contra la celda.

―¡Que me sueltes, Pavel! ―Abro los ojos como puedo, la puerta se abre y debo girar para reconocer a la persona que trae el sujeto de la quemadura.

―Mijaíl ―susurro.

―¡¿Cuántas veces te tiene que castigar el Boss para que aprendas?! ―le ruge Pavel y lo arroja en la celda contigua a la mía. Giro la cabeza y cierro los ojos cuando le patea el rostro.

―¡Vas a pagar esto, grandísima mierda! ―asegura Mijaíl, me cubro el rostro para no ver, con escuchar basta y sobra, está haciéndolo mierda a patadas y puñetazos.

El diamante de Dios [#3]Where stories live. Discover now