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Despierto entre decenas y decenas de rosas rojas

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Despierto entre decenas y decenas de rosas rojas. La habitación ha sido transformada en un jardín de ellas y globos dorados flotando. Su lado de la cama se ha enfriado y encuentro un libro de tapa dura con una pequeña nota escrita de su puño y letra.

Un poco de compañía mientras no estoy. Come, es una orden.

Dominic

¿Puede incluso darme órdenes en notas? Sí, sí puede hacer lo que se le pegue en gana. Sonrío llevando una mano a mi vientre, encuentro la pequeña manía satisfactoria al tocarme. Es un tipo de recordatorio.

Está ahí, es nuestro y será un bebé muy amado. Sé que aún soy demasiado joven, inmadura e impulsiva. Tengo que aprender mucho antes de tener esta pequeña parte de nosotros en mis manos, pero vale la pena. Yo sé que sí lo hará. Don no llega en todo el día, intento no preocuparme, pero es imposible. Camino de un lado a otro, aunque nonna insiste en que debo tranquilizarme. La incertidumbre es mayor.

El cansancio vuelve a pasar factura y termino dormida en el mueble, libro en mano.  Más tarde siento unas manos tocarme y abro los ojos de golpe, Don está cargándome y aparentemente llevándome a la recámara.

—Dominic... —gimo rodeando su cuello.

—Sigue durmiendo —ordena con un deje preocupado en su voz. Mi cabeza cae en su pecho, antes de sentir la suave tela de la sábana y caer rendida en el sueño nuevamente. 

Cuando abro los ojos, me encuentro sola en la cama, las cortinas abiertas dejando entrar un poco de aire frío en la habitación y me percato que solo estoy en unas bragas. Algo huele mal y la nariz empieza a picarme. Humo, tabaco.

El estómago se me retuerce con las ganas de vomitar, salgo de la cama envolviéndome en la sábana y caminando al balcón. Dominic está sentado, fumándose un habano y tomando licor. Me observa, ladeando la cabeza desde su lugar mientras me quedo en el umbral de las puertas corredizas. Tiene que mirar algo de disgusto en mi rostro, ya que el suyo se llena de preocupación.

—¿Qué sucede...? —pregunta frunciendo el ceño.

—Estás fumando —musito bajo.

—¿Te disgusta? Nunca te había molestado.

—Me gusta, pero el olor me está dando náuseas.

—Ohhh... —dice con una sonrisa burlona. Apaga en habano en el cenicero y se bebe un buen trago de whisky. Está solo en toalla, dejando su marcado abdomen al descubierto—. Ven aquí —demanda palmeando sus piernas. Camino hasta él, dejando atrás la sábana que me cubre. Visualizo su nuez de Adán moverse cuando su mirada se queda prendada en mi cuerpo. Está caliente, bien, porque yo tengo un deseo sobrenatural quemándome. Necesito sus manos, sentirlo tocarme y ser uno en unión con el otro.

—Eres mi droga, Emilie. Una bendita adicción —pronuncia poniéndose de pie, acuna mi rostro, su mano siendo ruda en su agarre en mi pelo—. Quiero follarte como una bestia.

EL CAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora