|𝐋𝐀 𝐎𝐑𝐃𝐄𝐍| 17

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Dominic

—Matar a nuestros hombres no ayuda, ¿sabes? —murmura sarcástico Roth cuando el tercero cae en la lona. Mi intención no es matarlos, solo necesito quemar un poco de esta adrenalina. Kain no se encuentra en las mazmorras, ya he declarado el territorio parte de la famiglia. Desde que asesiné a Mishak e impuse mi palabra al regresar a New York, los rusos bajaron sus cabezas y nos aceptaron como los nuevos jefes de la Bratva. Somos los dos hombres más poderosos en el mundo, y aun así no puedo atrapar a la rata de Kain. Sé dónde está Vlad, escondido en Moscú con Dalila y su amigo Dimitri, intentando volver a ganar un poco de poder. Si supiera el paradero de Kain viajaría a Rusia a declarar mi trono, pero no puedo dejar a mi esposa en un club de moteros sin tener idea de dónde se encuentra el hijo de perra. Necesito encontrarlo y aplastar su cráneo en mis manos.

—Si no pueden aguantar, es mejor que no estén en mis filas.

—Eso es absurdo, sabes que soy el único que entrena contigo —revira pasándome una botella de agua—. Ella está bien —dice en ruso.

Odio que me conozca tan bien.

Me siento en el ring dejando caer mis pies descalzos hacia afuera. Roth me quita la botella que acaba de darme y empieza a retirar de mis manos las cintas anteriormente blancas y que ahora se encuentran manchadas de sangre y carne. Muevo la cabeza a los tres chicos restantes aún de pie para que limpien el desastre. Fue frustrante volver al ático y mirar la muerte, la sangre... Saber que mi esposa tuvo que ver esa parte de mí está causándome ansiedad. Sé quién soy, pero ese temor de perderla que no conocía solo ha ido aumentando desde que abrí mis sentimientos. Me siento expuesto, abierto con un libro que todos pueden juzgar. Añadiendo a eso el descontento que me genera saberla apartada de mí, cuando quiero tenerla en mis brazos y protegerla.

¿Y si cuando el shock baje se da cuenta de la bestia que realmente soy? ¿Si quiere abandonarme? ¿La dejaría marchar...? Sí, joder. La dejaría ir en busca de su felicidad. Sé que ella tiene sueños, algunos de los cuales mi dinero y poder no podrían comprar. Desea tranquilidad y paz, y a mi lado no la tendrá.

Pienso en Vlad y cuántas oportunidades le otorgué antes y no hizo nada por detener a Kain. Ahora que le he quitado su poder una parte de mí se siente... Extraña.

—¿Alguna vez me hablarás de lo que ocurrió esa noche? —cuestiono a mi hermano logrando que se tense. Detiene sus movimientos unos segundos antes de proseguir.

—No creo que sea prudente...

—¿Por qué no? —corto.

—Ella es ahora tu esposa —sentencia.

—¿Le hiciste algo esa noche?

—Si te refieres a que la toqué, no.

—¿Entonces por qué no me lo dices?

—Emilie debería ser quien te lo cuente.

—No voy a preguntarle, Roth. Es mi mujer, no quiero joder su mente más de lo que ya he hecho. Tú, por otro lado, eres otro tema —explico.

Ellos comparten una ley del silencio con relación a esa noche, parecen querer guardarla en algún lugar de su mente y olvidarla, pero en el ático fui testigo de esa conexión por unos minutos. No es que no lo hubiera visto o sentido antes, pero esta vez fue diferente. Emilie abandonó la habitación del pánico por Roth. Se puso en peligro a sí misma, nuevamente, pero esta vez no por ser egoísta y terca, sino por mi hermano.

Roth les ordena a nuestros hombres marcharse, ellos le obedecen sin titubeos. Mi hermano se ha ganado el respeto y temor entre cada uno de nuestros soldados. El orgullo se alza alto en mi pecho. Ellos lo seguirían hasta su muerte sin cuestionarlo, sin hacer una revolución.

EL CAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora