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Sus ropas rasgadas y ensangrentadas, mojadas y sucias descansaban en un rincón de mi habitación esperando por ser arrojadas a la basura. Camila se acurrucaba contra mí y lloraba en voz baja. No permitía que nadie más que mi madre o yo la tocáramos, incluso había rechazado la ayuda del médico.

Me llevó más de tres horas conseguir que finalmente cayera dormida y con mucho cuidado la dejé descansando en mi cama hecha un ovillo que evidenciaba todo su dolor.

ꟷ Papá –volví a pedir, llevándome las manos a la cabeza-. Hay que ayudarla.

ꟷLo siento, hijo. No es mi área de trabajo.

ꟷDebes conocer a alguien. Llama a algún policía de confianza.

ꟷSabes que su caso no llegará a la justicia, hijo. Sabes que le provocará más daño y que la rechazarán.

Mordí mi labio para evitar que mi barbilla comenzara a temblar sin control. Una parte de mí sabía que él tenía razón, que la justicia le daría la espalda como todos antes de conocerla. Sabía que nadie tomaría su caso, que la tratarían como una escoria mientras recorrieran su cuerpo tomando pruebas y que le harían replantearse toda una vida de agresiones. La harían sentir como la culpable de sus desgracias. Una víctima que volvía a sufrir porque nadie estaba preparado para imaginar lo que ella había vivido.

ꟷHay que ayudarla –rogué.

ꟷPuede quedarse tanto como necesite.

Sin mirar atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora